jueves, 30 de julio de 2020

No es el turismo, es la masificación

Jameos del Agua (Lanzarote)
Jameos del Agua (Lanzarote)
La idea que se repite estos días es que el problema de Canarias es la dependencia del 'monocultivo del turismo'
(la pandemia que ha paralizado al planeta supongo que estará en otro plano). Esto del monocultivo -creo-  es un ‘mantra’ recitado muchas veces en estas islas, porque cada vez que hay progreso o crecimiento por la demanda externa de algún producto canario somos tan obtusos que ‘ponemos todos los huevos en la misma cesta’ y al caer no queda ninguno entero. Según esta teoría, los canarios descubrimos las ‘burbujas’ especulativas antes que Wall Street, sólo que en las islas no tenemos muchos recursos, y no nos quedaba otra que comernos con papas los cultivos que ya no demandaban los mercados cuando la 'burbuja' estallaba. Así sucedió, dicen, con el azúcar, la cochinilla, la orchilla, el plátano, el tomate... Como si la aparición de la anilina (tintes sintéticos), o los productos agrícolas más baratos de otras regiones o países, no tuvieran su parte de culpa en una economía de mercado en la que operan nuestras cosechas, como si tuviéramos otra posibilidad...

Ahora le toca al turismo. Y, tras afirmar que estamos ante otro monocultivo, se habla de diversificar la economía. Parece sencillo. Es lógico, pero tras casi cuatro décadas de autogobierno con el resultado que conocemos está claro que hay mucho que mejorar (en todo), y que cada cual tiene su fórmula para buscar otros modelos de actividad que puedan mantener la economía de las Islas Canarias. ¿Vivir de la agricultura? Nos olvidamos de que el sector primario recibe la mayor parte de las ayudas europeas y -ni con esas- sólo supone el 1,5% del PIB y un 2% del empleo. O la industria, que aporta poco más del 3% del PIB y en torno al 1,5% del empleo… pero claro, hay que culpar a alguien o a algo cuando vienen mal dadas. Y el turismo tiene ese punto de ‘invasores’, xenofobia y echar culpas a lo desconocido en vez de flagelarse y entonar el ‘mea culpa’ por no haber sabido desarrollar otras actividades económicas alternativas o complementarias que (supongo, por lo que opina tanta gente) serán muchas y muy rentables pero a nadie se le ha ocurrido ponerlas en marcha y, encima, a las administraciones les resulta cómodo seguir repitiendo los mismos errores.

Y aquí estamos, con un sector turístico que produce directamente el 36% del PIB y 4 de cada diez empleos. Indirectamente… calculen y piensen las consecuencias  de cada medida para cambiar el ‘monocultivo’.

¿En realidad estamos ante un monocultivo? Yo creo que no. Pienso que hemos tenido durante décadas una oportunidad extraordinaria y no hemos sabido sacarle todo el provecho. El turismo y el viajero son actividades que han perdurado en el tiempo en nuestro territorio insular lo que es una debilidad y una fortaleza. Estar aislados nos limita por la dependencia de la conectividad, pero nos convierte en fortaleza ante otras situaciones, como  la filoxera, aquel parásito de América del Norte que a mediados del XIX arrasó los viñedos de Europa y nos libramos conservando variedades únicas de vid… Otro monocultivo que nos publicitó el mismísimo William Shakespeare.

El turismo no es un huerto, una nave industrial o una compañía de transportes. Es una actividad que lo abarca todo y a todos. Somos receptores y emisores, somos turistas y objeto del turismo. Somos nómadas climáticos, digitales, deportivos, por salud, por hedonismo… Por ello nuestro destino está afectado más por problemas exógenos que por los propios, pero también un instrumento  de la política, o una víctima de la ambición desmedida, aspectos que explica y profetizó César Manrique, sobre cómo se puede crear un modelo turístico ideal y cómo cargárselo para beneficio de unos pocos, casi siempre los mismos.

Sea por uno u otro motivo, los males endémicos de nuestra industria turística están en la fragilidad de nuestro modelo de masas centrado en el sol y playa (más del 90% de nuestros visitantes vienen por este motivo), por lo que es preciso buscar del punto de equilibrio entre rentabilidad económica/social, respecto al impacto del número de turistas que puede soportar un territorio que es una de las regiones con mayor biodiversidad (y paisajes) del planeta. Pero, después de tantas décadas advirtiéndolo, hemos preferido vivir arriesgándonos permanentemente en el trapecio, dejando la gestión del territorio en manos de personas expertas en provocar crisis de oferta y demanda.

En realidad, no existe un monocultivo sino un derroche. La actividad turística dinamiza otros sectores y ha servido para crear empleo en una región en la que los sectores primario e industrial representan una ínfima parte de la actividad económica. Y así ha sido durante muchos años y con menos posibilidades de desarrollo de otros sectores a medida que pasa el tiempo y emigra la juventud mejor formada de nuestra historia de subdesarrollo y analfabetismo. Todo ello a pesar de tener una actividad turística que ha tirado de la economía y podría tirar del desarrollo de otras actividades, no sólo del consumo, pero regalamos la estancia en el paraíso con el clima más saludable del mundo sin pensar en que llegaría la hora en que se acabaría este maná. Nos conformamos con el pequeño porcentaje de la venta del destino en origen y aceptamos las prácticas de intermediarios que se aprovechan de la desunión de las empresas turísticas. Sin olvidar que son los mismos que facilitan mantener los establecimientos todo el año funcionando sin estar sometidos a la estacionalidad. A todo ello, el dinero -poco- que destinan las instituciones al turismo lo utilizan para promoción en ferias de las vanidades de los políticos que venden su argumento rayado, el del crecimiento del número de turistas como signo de éxito, mientras callan otras variables como el gasto en destino o la estancia media, cada vez menor (en la última década un día menos).

Además, el turismo ha sido la poción mágica que evitó en parte la tragedia de la crisis económica que comenzó en 2007 con el estallido de la burbuja de las hipotecas ‘subprime’ y tuvo su mayor impacto en 2012 con la masiva subida de impuestos y recortes económicos en España. Eso es cierto, pero también lo es que gracias a las primaveras árabes en 2009 se evitó la quiebra del sector turístico en Canarias porque no era competitivo en precios, y pudimos vivir ‘de prestado’ hasta nuestros días, pese a que en 2019 -con 13 millones de turistas- ya se atisbaba el agotamiento de ese 'crédito' que nos llevó a récords extraordinarios en la entrada de turistas, alcanzando los 16 millones en 2017.

Y así estábamos hasta que llegó la pandemia. Y atacó de lleno a un sector turístico boyante que mantuvo la actividad económica isleña durante la última década con varias características a destacar: impulso a las energías renovables, a la desalación y reutilización del agua, al crecimiento de los salarios (el sector económico que más subió sueldos en la última década según el Índice de Precios del Trabajo, ITP), el desarrollo de las TIC... Y todo eso gracias al turismo de masas, que continuó implantándose ante la falta de política de diversificación y cambio de modelo. Lo que entra en contradicción con ser un área en las instituciones canarias con escaso presupuesto y que se usa, casi exclusivamente, para promoción (y algún que otro dislate).

Y así nos ha ido, susto tras susto, en estas últimas décadas de infarto, sin solucionar el problema fundamental que es cambiar el modelo por un turismo que no siga apostando por la masificación, los guetos de todo incluido, el turismo de ‘perrito caliente’ y, a partir de ahora, sujeto al equilibrio entre la salud y las actividades turísticas… ¿A eso contribuye abrir a toda costa nuestro territorio a la ‘montaña rusa’ de la pandemia y sus rebrotes? ¿Estamos arriesgando la temporada alta en Canarias -octubre/marzo- de un turismo que supera mayoritariamente los 60 años? Tras conocerse el primer caso en La Graciosa, parece que sí lo estamos arriesgando todo, pero también creo que hablar de monocultivo es echar leña al fuego a una turismofobia innecesaria y cargada de medias verdades o falsedades. Por ello, vamos a pensar en el 'mix' o conjunto de actividades a las que puede aspirar nuestro Archipiélago y cómo mejorar el modelo turístico para que pueda impulsar las nuevas (o viejas) actividades, incluido el propio turismo del nuevo escenario.

viernes, 3 de julio de 2020

Fin de etapa presidencial en Binter

Pedro Agustín del Castillo (foto Europa Press)
Estos últimos meses hemos vivido una experiencia inédita en la historia. Un mundo en cuarentena (salvo algunos que creyeron lo de la inmunidad de rebaño sin darse cuenta de que el virus no tenía nada que ver con anteriores experiencias). Miles de millones de personas confinadas. Y España fue uno de esos países que impuso la cuarentena. Tarde y mal, con un foco central en Madrid que no se confinó inicialmente, sino que se extendió a casi toda España con el cierre de las universidades sin aislar la que sería la capital de un estado más castigada por la enfermedad, salvo que alguna otra capital supere este fatal resultado...

El asunto es que durante estas fechas extrañas ha coincidido el fallecimiento de varias personas por otras patologías, pero probablemente complicadas por el encierro forzoso de la población. Una situación dolorosa, con imposibilidad de celebrar el duelo, que todos hemos superado con más o menos fortuna, con nuestros momentos de desánimo frente al que impusimos nuestra creatividad y positivismo. Con una gran incertidumbre y miedo ante algo desconocido y brutal, ante un futuro incierto.

Entre las personas fallecidas en las islas, cabe destacar a tres figuras del turismo como Alejandro del Castillo, conde de la Vega Grande; Pablo Barbero y Manuel Poladura, ambos profesionales del sector. Tres grandes pérdidas y tres personas a las que conocí y traté personalmente, con ese ADN del mundo del turismo en el que la empatía es la tarjeta de presentación y el origen de amistades que perduran.

Pero el parón económico ha originado o acelerado también cambios mercantiles. Proyectos de vida o empresa truncados. Bodas que no se celebran, viajes, encuentros, desencuentros o sinergias... Quiebras, bancarrotas (el Circo del Sol, sin ir más lejos), despidos, inactividad que difícilmente podrá reactivarse y volver a niveles anteriores a la crisis porque la amenaza sigue latente. Porque las normas de la nueva realidad perjudican un modelo de vida que se fundamentaba en la conectividad, en el contacto, el encuentro y la masificación para obtener beneficios.

En este escenario, tras el parón forzoso de la actividad aeronáutica, la empresa Binter Canarias ha sufrido severamente el impacto de la pandemia, al encontrarse inmersa en un proceso de expansión que tuvo que frenar en seco. La compra de aviones, combustible, slots (reservas de espacios aéreos durante el tiempo que se realiza una línea entre dos aeropuertos), contratación de personal, campañas de promoción... Todo ello para poner en marcha un ambicioso plan de crecimiento de la conectividad desde las Islas Canarias con Península, países africanos y otros destinos. Pero todo tuvo que detenerse. Los profesionales contratados o 'fichados' de otras compañías, se vieron de la noche a la mañana en un limbo. Y toda la responsabilidad y amargura de la situación la vivió en primera persona el presidente de la compañía, Pedro Agustín del Castillo, quien ha sufrido durante los últimos tres meses una presión que ha determinado el fin de su carrera como presidente de la aerolínea al presentar su dimisión, idea que había anunciado hace bastante tiempo. La compañía había cumplido su 31 aniversario el pasado 26 de marzo, siendo los últimos 18 años los que marcan la impronta de Pedro Agustín del Castillo como presidente, tras el acceso a la mayoría accionarial del grupo empresarial canario Hesperia Inversiones Aéreas en 2002, con Rodolfo Núñez como vicepresidente, quien ahora ha asumido la presidencia de la compañía, la otra pieza del tándem directivo de la empresa. Una decisión que había anunciado hace tiempo pero que no hallaba el momento de materializarla, si bien continuará como accionista.

De Pedro Agustín del Castillo hay que decir que es miembro de la familia condal, sobrino del noveno conde, Alejandro del Castillo, quien falleció durante los días de confinamiento. Su tío y su padre participaron en la creación de Maspalomas Costa Canaria y la empresa Amurga y otras que consolidaron el proyecto de la gran ciudad turística invernal que hoy día es este territorio que discurre entre Bahía Feliz y Pasito Blanco. Los hermanos del Castillo tomaron diferentes rumbos empresariales, si bien en la actualidad Pedro Agustín estaba a cargo de algunas empresas familiares y, entre otras cosas, de la labor filantrópica de la familia al frente de la Fundación Amurga. Asimismo, es presidente de la empresa Elmasa Tecnología del Agua, del Consejo social del BBVA y participa como en inversor en diferentes sociedades. Continuará dirigiendo sus inversiones, pero se irá despojando del relevante papel adquirido para dedicarse a la familia, disfrutar de sus nietos, y atender los negocios personales y familiares.

Sin embargo, la trayectoria del empresario al frente de la aerolínea canaria finaliza tras una meteórica carrera de la empresa con el objetivo de ampliar su red de destinos y su radio de vuelo, tras superar la etapa de los CN-235, los ATR y los alquileres de otros aparatos, decidiéndose por la adquisición de los Embraer E185-E2 con un gasto de unos 300 millones de euros para cubrir con medios propios las rutas internacionales, sin descartar en el futuro la apertura de más conexiones con aeropuertos de África, ya que su rango de operación se extenderá con esas aeronaves hasta el Golfo de Guinea.

Desde 2005 inició su expansión por países africanos con sus vuelos a Marruecos. En estos momentos, vuela también al Sahara Occidental, Mauritania, Senegal, Gambia y Cabo Verde. En este proceso no sólo ha intervenido la cúpula empresarial de Binter, sino que hay que recordar el papel desempeñado por José Luis Reina, fallecido en 2015. Dos grandes protagonistas del éxito de una compañía aérea que ha sido reconocida entre las más exitosas de la Unión Europea, a pesar del pequeño territorio de origen, pero con el conocimiento de una sociedad para la cual la conectividad aérea es una seña de identidad. En definitiva, Binter y la sociedad isleña ven dar un paso atrás a un visionario del sector aéreo para el Archipiélago, aunque seguirá formando parte del accionariado, pero la decisión se ha materializado precipitada por un virus que ha impactado brutalmente en el sector aeronáutico en todo el mundo y, en el caso de Binter, en el peor momento posible, si bien la recuperación ya se ha puesto en marcha con el segundo de abordo desde que despegó, Rodolfo Núñez, quien ahora asume la presidencia.