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Es así que las agencias y turoperadores nos ofrecen el sueño impreso en grandes catálogos especializados según los destinos, tipos de turismo, o por ofertas, donde la identificación del posible cliente con los modelos humanos que aparecen en las fotografías está garantizada por la falta de definición (edad, estatus económico…) y que resaltan a las propias vacaciones como si fueran un producto de primera necesidad y obligado consumo.
Lo cierto es que las vacaciones se convierten (desde que los charter las transformaron en el fenómeno de turismo de masas) en el mecanismo para extraer una última plusvalía de los trabajadores –clases medias y bajas- a quienes manipulan a través del control de los turistas desde el país de origen para así presionar y conseguir las mejores condiciones (en ocasiones leoninas) de los destinos turísticos, ya que éstos, los Estados receptores, han sido sustituidos en su papel de productor turístico, papel que se atribuyen los turoperadores, lo que les permite manipular a su antojo los valores paisajísticos o culturales, los establecimientos y su ubicación los territorios de mayor calidad que existen en el mundo. Eso sí, gracias a la complicidad de quienes creen que otro turismo no es posible.
De ahí que los grandes turoperadores y agencias lleven a cabo una labor de control económico a través del producto principal: el turista, mediante la amenaza de la sustitución por otros destinos o establecimientos. De hecho, los folletos presentan una premeditada homogeneidad de todos los establecimientos y destinos, se evitan presentaciones privilegiadas y así, si lo necesitan, pueden derivar la demanda según sus pactos económicos. De esta forma, el folleto ha servido para que el turista decida consumir vacaciones, pero no para elegir el lugar concreto donde llevarlas a cabo con vistas a lograr el riguroso control del consumo turístico por parte del turoperador, ya que apenas está insinuada en dicha propaganda que el viajero pueda salir del hotel salvo en las visitas acordadas (y pagadas). De hecho, el análisis de dichos documentos permite comprobar que el tratamiento referido al mar vende más la certeza de su existencia que la posibilidad de su uso para los destinos de sol y playa.
En este escenario se desarrolló el destino turístico de Canarias, en especial tras la puesta en marcha de Maspalomas Costa Canaria en 1962, si bien en sus primeros momentos existió un comité técnico que supervisaba y decidía las cuestiones urbanísticas y arquitectónicas, por lo menos fue así hasta que el Ayuntamiento se 'hizo grande' y dotaron a la Corporación de funcionarios y a su política urbanística de decisiones en despachos que -al calor del esplendor del vellocino de oro- modificaban normas y usos al arbitrio de intereses particulares.
Así se consolidó el sur de Gran Canaria como un destino charter, de masas, de sol y playa... Un destino 'commodity', o mercancía, genérico, básico y sin mayor diferenciación entre sus variedades. Precisamente, lo que buscaban los interesados en poder desplazar a sus turistas hacia otros destinos según el beneficio que pudieran obtener.
Las imposiciones de los turoperadores obligaban a reducir precios y, por tanto, rebajar costos y aumentar la ocupación para poder lograr beneficios, lo que da lugar al hotel mecánico, transformado en ‘fábrica’ de vacaciones bajo la obsesión de encerrar al turista en el establecimiento para que realice el gasto en el mismo. Así, durante todo este periodo de casi medio siglo, los turoperadores han actuado como oligopolios de demanda, con una fuerza superior a la oferta que no ha sabido diferenciarse y posicionarse con una oferta que supere las barreras de los intermediarios de la demanda.
De ahí que, señala Gaviria, “conjugado con el enorme desinterés por el paisaje, muestra la verdadera imagen de un tipo de vacaciones, de un tipo de turismo nacido a partir de la década de los 60 y que permite a las clases media y baja de los países industriales gozar del sol y del buen clima, así como de una diversión garantizada fundamentalmente por el constante consumo de alcohol a bajo precio”.
Por ello, insisto, las políticas llevadas a cabo en Canarias no han servido para crear una oferta que supere el sambenito de turismo de masas, el tópico del sol y playa (y clima) y que conviertan a Canarias en un destino atractivo diferenciado de sus competidores, capaz de atraer público de todas las edades y que deseen venir a las Islas sin que puedan ser manipulados por los turoperadores y sus intereses especulativos.
Tenemos el mejor clima, excelentes instalaciones y una planta alojativa suficiente y de calidad, equipamientos e infraestructuras, experiencia y una marca consolidada. ¿Nos falta…? Un poco de audacia y crear productos que nos lleven más allá de los tópicos y dejemos de ser un destino commodity. Para ello los empresarios han de apoyar ideas y nuevas apuestas, y los políticos deben apoyar la elaboración de planes estratégicos y de marketing y dejar de distorsionar el mercado con normativas que no pueden ser aplicadas de forma general, sino en cada isla con un proyecto claro de futuro, lejos de las palabras vacías y decisiones populistas pero que conducen a la ruina del sector.