El Festival de Música de Canarias surgió como una apuesta para atraer turismo de calidad, bajo el reclamo de grandes figuras de la música clásica en una temporada invernal en la que pocas actividades de este género tienen lugar en el ámbito europeo, salvo el inevitable repaso a la obra de los Strauss en los conciertos de año nuevo en la capital austríaca.
Con el paso del tiempo se ha demostrado ampliamente que la cacareada oferta turística complementaria fue una excusa para que un grupo de personas muy melómanas ellas pudieran disfrutar de un festival con palco principal y relación privilegiada con músicos e intérpretes invitados por los impuestos del común. Esto sin olvidar que la irrupción del dinero público en este ámbito de la relación cultural-comercial, rompió el mercado e hizo prácticamente imposible recuperar la senda de la negociación entre partes para adecuar el precio de la actividad a la realidad de los costes y del nivel económico de nuestra sociedad.
Este enorme gasto de dinero público (algún día alguien dirá cuánto se ha gastado realmente en este festival en toda su historia) en una actividad elitista y despilfarradora –muy alejada del precio que el mercado establece-, no ha supuesto un incremento del interés por la música culta, con casos vergonzosos de escasa ocupación de butacas y aceptación de los espectáculos que se ofrecen (algunos para lucimiento personal de los más allegados al control del festival), incluso con invitaciones y regalos de entradas a familiares y amigos. Por el contrario, el distanciamiento del festival con la realidad canaria ha ido en aumento.
Varios y loables han sido los esfuerzos de algún responsable del Festival, con directrices de cargos políticos, para reducir costes a la vez que obtener una mayor rentabilidad social y pedagógica del festival... Pero volvemos a su origen ¿no se había planteado como un elemento para cambiar el modelo turístico de Canarias? Evidentemente, la realidad se ha impuesto y los pocos ingenuos y optimistas que pudieron ser engañados con premeditación, alevosía y sueños de Salzburgo, han tenido que reconocer la máxima y desahogar su cabreo en las urnas y en cualquier foro público donde se prestara la audiencia a escuchar las lamentaciones oportunas.
Fruto de esta decisión política iniciada en los tiempos de la primera presidencia de Jerónimo Saavedra, que dio lugar también a la creación de un entramado de empresas públicas y comisionistas felices, ha sido el desamparo y penuria del resto de áreas culturales de las Islas, verdaderas víctimas del ‘melotismo‘ (nepotismo melómano) que se instaló en el presupuesto cultural regional.
Pero bueno, como ya saben, lejos de ser negativo siempre suelo aportar alguna iniciativa que contribuya a dar algo de optimismo y que pueda suponer un cambio, mejora o alternativa a los sufrimientos y desvaríos, abusos y saqueos, a que nos tienen acostumbrados algunos políticos que se dan lustre de ‘culturetas’ cuando lo que han hecho ha sido sufragar sus antojos con dinero público para lograr ser, con los bienes públicos, aquello que no han podido ser con su actividad personal.
En este caso, sugeriría a quienes ostentan la responsabilidad del Festival de Música de Canarias y las áreas vinculadas a esta actividad en los distintos cabildos, que dejen en manos privadas el festival, con ciertos apoyos (fundamentalmente para actividades pedagógicas, promocionales y divulgativas) pero que la rentabilidad y auto suficiencia económica sea el criterio que prime (no se escandalicen, así sucede con otros muchos festivales y eventos en las Islas y en el mundo que no cuentan con un talonario tan generoso como el del Festival de Música de Canarias). El Festival debería tener un respaldo promocional unificado con otros festivales y actividades vinculadas al turismo (y a ser posible, con empresa/s privadas que se impliquen de verdad). Y, además, debemos solucionar las extrañas y costosas estructuras que se han establecido en torno a las orquestas de las dos capitales de las islas más pobladas.
En segundo lugar, acabaría con la deuda histórica que arrastra este festival con Canarias y su cultura musical. Con esa necesidad de promocionar lo ‘nuestro’ sin complejos. Y es que pocos sitios en este país pueden presentar un palmarés como el de Las Palmas de Gran Canaria en el ámbito de la música en todos sus géneros. Algo así como una ruta o actos programados que sitúen a esta Isla en el nivel que le corresponde por ser vanguardia y cuna de grandes músicos e instituciones pioneras.
Por citar algunos ejemplos, tenemos la primera sociedad filarmónica creada en España, más que centenaria, gracias a la iniciativa del Gabinete Literario y al esfuerzo de numerosos músicos entre los que destaca un Agustín Millares Torres de quien podemos escuchar algunas de sus composiciones gracias a grabaciones de grandes intérpretes alemanes pero no en este Festival de Música de Canarias (como sucede con muchísimos compositores ‘antiguos’ de estas ínsulas).
No olvidemos la posibilidad de crear una ruta Saint Saëns, tanto en los lugares por los que anduvo como en los que se inspiró para hacer sus composiciones vinculadas a estas islas, como el ‘vals canariote’ o la ópera ‘Sansón y Dalila’.
Por supuesto, el reconocimiento y divulgación de la figura de Alfredo Kraus, que ya quisieran muchas ciudades del mundo contar con una figura de la talla de nuestro gran tenor, pero que cuentan con espectáculos que atraen turismo como los festivales de ópera en el del anfiteatro de la Arena de Verona.
La promoción no ha de olvidar otros géneros musicales, como podría ser el folclore, donde disponemos de grupos con tanta historia y éxito local y proyección exterior como Los Gofiones, o nuestro instrumento musical identitario: el timple y sus grandes intérpretes. Igualmente, en el ámbito del rock hemos dado al mundo uno de los grandes grupos de este género, Los Canarios, o ya en el ámbito de la música popular, figuras como Braulio… Sin olvidar los emergentes, o la necesaria colaboración y afianzamiento de los festivales desde el apoyo justo y transparente de los apoyos públicos. Si no fuera así, volveríamos a las andadas que durante más de 28 años y que –creo- tuvo su cénit derrochador en 2008, cuando costó 6,5 millones de euros reconocidos oficialmente (puede que costara más).