'Cuadernos de Lanzarote' |
Señora presidenta, estimados compañeros de mesa, señoras y señores:
Tengo una historia para contarles, una historia que alguien podría pensar que es inventada, que la he escrito para traerla aquí esta tarde, pero no es así, es un hecho auténtico, que va a ser entendido en Lanzarote como en pocos sitios. Por eso, cuando acabe de contar lo que les traigo, no haré demasiadas consideraciones, sencillamente me callaré porque tengo mucha confianza en la inteligencia y la sensibilidad de las personas, y hay casos que cuanto menos retórica, mejor.
Hace dos o tres semanas, el presidente Lula entregó a 19.000 indios de un estado del norte de Brasil un territorio –ya ha salido la primera palabra, “territorio”– más o menos del tamaño de la provincia de Zaragoza. A 19.000 indios. Como la provincia de Zaragoza no es pequeña, imaginemos que los 19.000 indios van a vivir dispersos, aislados... No sé cuántos habitantes tiene Tías, pero poco más o poco menos que esos 19.000, es decir, la población de Tías en un espacio equivalente al territorio de Zaragoza, lo que llama la atención ¿verdad?
Pero vamos a lo importante: ¿Qué ha pasado para que el Presidente Lula haya tomado esa decisión? Lo cuento en pocas palabras: Esa zona es lo que podríamos llamar un territorio histórico, aunque es un poco difícil hablar de historia cuando nos referimos a las etnias en Brasil, pero en fin, aceptemos la convención y recordemos que es el lugar donde siempre vivió ese pueblo, ahí están sus bosques, sus ríos, el paisaje del norte de Brasil que tantas veces hemos visto en reportajes. Ellos, los indios, son personas que se pintan la cara, tienen danzas un poco extrañas, culturas que no entendemos o que entendemos mal, y son 19.000 seres humanos, como vengo diciendo. ¿Qué ha pasado con esta gente para que haya sido necesaria una intervención estatal? Pues que el suyo un territorio fértil, absolutamente apetitoso, tan tentador que poco a poco ha ido siendo invadido por empresas arroceras que han instalado sus cultivos de arroz en tierras que no les pertenecían, que las usurpan, tras matar, sí, matar, grandes extensiones de bosque o floresta, y esto desde no sé exactamente cuántos años, por lo menos desde hace diez años. En este tiempo, la comunidad indígena ha luchado con las fuerzas de que disponía para recuperar su tierra. No es una expresión retórica decir “su tierra”. Nosotros, todos los seres humanos, incluso los más urbanos, somos más de la tierra en la que hemos nacido y donde nos hemos criado de lo que imaginamos, aunque algunos, con vidas llamadas estupendas, con coches, con varias viviendas, viajes, playas, casinos y todo eso, pretendan olvidar, y a veces lo consigan, que lo importante es tener los pies en la tierra. Si no quieren recibir el mensaje que la tierra les envía continuamente, es cosa suya, pero la tierra está ahí y habla. Y para nuestros amigos de Brasil, que no son nada sofisticados, que no son “civilizados” (aunque habría mucho que discutir acerca del significado del concepto “civilizado”), lo más importante es la tierra, por eso han peleado por recuperarla durante años y años ante distintos tribunales, con sentencias contradictorias, hasta que el asunto llegó al Supremo, que decidió en sentencia firme que las tierras debían ser restituidas a sus legítimos dueños. Así ha ocurrido: el presidente Lula ha entregado a sus representantes la tierra que había sido de sus ancestros. Ahora, en este momento, están en un lugar que todavía está ocupado porque los cultivos no se cambian de un lado a otro ni en un instante, los arroceros tendrían que resolver su problema, es decir, no tanto el problema de los arroceros, que no son más que braceros que trabajan allí, sino de las empresas arroceras, multinacionales, que tendrán que salir del estado e irse a otro lugar. Y van a salir, ya están saliendo porque eso es lo que ha dictado la justicia.
Se preguntan muchas personas en varios continentes, en Europa y América: ¿Qué es esto de dar atención a 19.000 salvajes que se pintan la cara? ¿Qué es esto, el mundo al revés? ¿Vamos a decir no al desarrollo, no al progreso, no a la sofisticación de los medios de producción, tan necesaria, según la información hábilmente manejada? Pues mire usted, no se trata de negar el desarrollo, se trata, en este caso, sencillamente, de devolver lo que fue robado. Insisto: es un caso de justicia.
Cuando nosotros llegamos a América, nosotros quiere decir los portugueses y los españoles, en el siglo XV y XVI, hicimos mucho daño, matamos, torturamos, asesinamos, robamos las creencias de quienes las tenían, hicimos barbaridades, lo más bárbaro que se puede imaginar y que visto desde hoy son acciones que nos repugnan, y ya entonces repugnaron a los mejores, como Bartolomé de las Casas o el Padre Viera en Portugal. Es decir, la historia, nuestra historia, está llena de latrocinios, de robos, de crímenes de los que, de alguna forma, somos nosotros, los pueblos de la Península Ibérica, responsables. Claro que no somos responsable directos, pero hemos heredado y hemos obtenido beneficios de la explotación infame que fue no el encuentro de civilizaciones, como hipócritamente se dijo durante el 92, ni siquiera del encontronazo, sino del exterminio cultural, del desprecio hacia otra la gente, la que allí vivía. Y las consecuencias de ese desprecio están patentes, basta mirar y se ve como se sigue tratando a los indígenas, como hay dos medidas, como el blanco tiene un plus sobre el indio. En la gobernación de los países, en los ámbitos del poder, en la sociedad.
Lo que acaba de pasar en Brasil es casi un milagro, porque la tierra estaba ocupada por las empresas arroceras, de modo que era fácil dejar las cosas como estaban y no complicarse la vida, sabiendo además que esas empresas contarían con el silencio y la complicidad de los medios de comunicación, ya que los consejos de administración de unos y otros están integrados, tantas veces, por las mismas personas. Pues precisamente por eso se hace más de elogiar y agradecer la decisión del Tribunal Supremo de Brasil y la posterior intervención del presidente del gobierno, porque han tenido el coraje de confirmar que la tierra es de estos hombres y estas mujeres por todas las razones morales y legales que han enumerado en la sentencia. Y esto no se va a quedar así, este ha sido un primer paso, es un primer caso, al que otros se sumarán porque las situaciones de apropiación indebida y de usurpación son, por desgracia, demasiado frecuentes. Para que la dignidad –dejamos ahora el territorio y pasamos al concepto dignidad– sea integralmente vivida en esos pueblos era necesaria la restitución de la tierra.
Y miren que no digo dignidad recuperada, porque ellos nunca la perdieron, habían perdido la tierra y su uso, pero no la dignidad, y esa es la gran diferencia con otros, que sí se han resignado. Visto desde la distancia, qué fácil sería comprar a esa gente, tan pobre, tan indefensa. Comprarlos, que es otra forma más explícita de decir corromperlos. Lo asombroso, sin embargo, es que esos 19.000 hombres y mujeres resistieron a todos los intentos de corrupción de que han sido blanco. A todos, absolutamente a todos.
Por tanto, si se habla de territorio y si se habla de dignidad, tenemos ante nosotros un ejemplo que nos llega del otro lado del Atlántico. Quizá nuestros amigos de Brasil se sientan un poco solos, 19.000 personas en un territorio del tamaño de la provincia de Zaragoza da para no encontrarse nunca, pero se van a encontrar y no se van a perder unos de los otros nunca. Ya verán. Y saben que cuentan con la admiración de muchos en el mundo.
Y esto me trae a Lanzarote. Nosotros, Pilar y yo, estando aquí desde el 93, no con residencia definitiva, porque tenemos la residencia en Lisboa, pero estando en un lado, estamos también en el otro, y esto es bueno, porque vivimos en dos sitios a la vez. Dieciséis años ya. Si no es una vida, es una adolescencia. Y, de alguna forma, si consulto mi recuerdo, creo que puedo decir que llegamos a Lanzarote en el último momento en el que todavía había una relación con el pasado más o menos cercana. Las carreteras, por ejemplo, no tenían rotondas ¿cómo han podido vivir los conejeros durante siglos y siglos sin rotondas? Se carecía de una cantidad de cosas que ahora sí hay, algunas de ellas afortunadamente, porque son logros útiles: los padres, abuelos y tatarabuelos de los actuales lanzaroteños en muchos casos pasaron hambre, vivieron con unas limitaciones terribles, que hoy casi ni se puedan imaginar. Ahora no. Ahora los conejeros son ricos, o tienen mentalidad de ricos, que es peor que ser rico. Es decir, la isla en que sobrevivir era duro, pasó de un momento a otro, en unos años, a tener de todo. Porque de repente apareció el euro que hizo aflorar una cantidad de dinero negro que estaba por ahí más o menos encubierto e, inevitablemente, con ese dinero a Lanzarote llegaron los arroceros. Digo arroceros, y digo invasión, arroceros que ocupan, compran, construyen, destruyen, son termitas que hacen todo el daño que pueden en nombre de la sacrosanta caja bancaria. En muchos casos esa gente venía con capital, en otras se han enriquecido de la noche a la mañana, las personas que no han participado en este baile no saben bien cómo lo han conseguido, o lo intuyen, pero la isla ha cambiado, no siempre para mejor, el territorio es otro y el concepto dignidad sobra, no se habla. Aunque una cosa todos tenemos claro: los arroceros de Lanzarote se han enriquecido con la complicidad de algunos naturales y contra la mayoría.
La cosa es de tal forma alarmante que clama al cielo. Porque sólo no lo ve quien no quiere verlo.
Hace unos años pronuncié una conferencia en el Casino, invitado por una asociación de jóvenes, Achitacande se llamaba. Allí dije que estábamos asistiendo a la segunda muerte de César Manrique.
La primera fue la del cuerpo, ahora se le estaba matando el espíritu. Cuando dije eso todavía produjo cierta conmoción, ahora, no sé. Porque la situación ahora en Lanzarote es muchísimo peor, cualitativa y cuantitativamente. Es interesante que cuando pronuncié aquella conferencia se me acercó un político que en la actualidad está en la cárcel, o ya no está, ha salido con un tercer grado, y del que no vale la pena decir el nombre porque todo el mundo sabe de quién hablo, pues ese político se me acercó al final y me dijo esto: “Muy bien, tengo que decirle que estoy de acuerdo con casi todo lo que usted ha dicho”. Es decir, una vida construida sobre la ilegalidad, sobre la delincuencia, sobre la corrupción, y se atreve a decirme, como si pretendiera ofenderme, aunque no creo que fuera esa la intención, que estaba de acuerdo conmigo en casi todo. Me quedé asombrado, aún lo estoy. La gran diferencia que hay que plantearse, que hay que analizar, y con esto vuelvo a los indios de Brasil, es que ellos no se dejaron corromper. Y era fácil, era muy fácil, no tienen carreras universitarias, estudios superiores, no son doctores, no son médicos, a lo mejor hay médicos que van allí para asistirles, ellos son unos salvajes, se pintan la cara, pero no se dejaron corromper por los arroceros y esa es su lección. Desgraciadamente una parte de la población de Lanzarote no puede decir lo mismo, porque se ha dejado corromper. Y el problema radica aquí, no en el concepto territorio, sino en el concepto dignidad.
Los indios del Brasil nos han dado, sin pretenderlo, sin quererlo, lo que se puede llamar, y con todas las letras, una lección magistral. Los maestros son ellos, maestros de vida: puede que no tengan estudios convencionales, pero conocen las reglas de la existencia digna y responsable, saben cómo es vivir, saben quiénes son ellos y cómo son en relación a la tierra, que es la fuente de la que manan.
Estas palabras para nosotros tal vez no signifiquen mucho, pero para gente que se alimenta de la tierra que pisa, del paisaje que mira, del agua que bebe, del entorno vivo que llamamos naturaleza, para esta gente eso es todo. Tal vez también debería serlo para nosotros, no digamos naturaleza, si nos resulta un concepto fuera de lugar, digamos una palabra de erudito, su hábitat por ejemplo: si fuera importante para todos, otro sería el planeta. Ellos saben que preservarlo es el más sagrado de los recuerdos o la más luminosa de las posesiones. Y nos dan esa lección.
Aquí, en Lanzarote, se ha tenido una relación fuerte con la tierra, como se ve en La Geria, por ejemplo, en otros lugares que se perciben amados, pero, lo siento, se perdió el nexo que era un distintivo de la Isla. Así, mientras los indios de Brasil lucharon, estos 19.000 hombres y mujeres se esforzaron hasta la extenuación para recuperar sus derechos sobre la tierra (vuelvo a decir, no para recuperar la dignidad, porque ésa nunca la habían perdido, no confundamos), aquí no, un huracán llamado dólar o euro se instaló en el centro de las motivaciones. Dinero de negra procedencia.
El dinero corrompe, el dinero que llega de repente corrompe mucho más. No es como el que se va acumulando con el trabajo, con el esfuerzo cotidiano, ése que se puede contemplar con orgullo, incluso uno puede exclamar “lo he ganado, tengo algo mío”. No hablo de eso, sino del dinero que llega de repente, y sólo llega por la corrupción, por la delincuencia, por la ilegalidad: ese corrompe, corrompe de veras. Y hay muchos casos, no sólo en Lanzarote, o en Canarias, en todo el mundo, en fin, pero estamos hablando de Lanzarote y de la corrupción, y tenemos que decir, con pena, que para muchas personas la corrupción es algo cotidiano, habitual, casi una función social más, están definitivamente corrompidas, no hay nada que hacer, no saben que incurren en un cúmulo de ilegalidades, simplemente se han hecho cómplices de un sistema de explotación ilegal, de aprovechamiento de circunstancias políticas, de políticos que fácilmente se dejan comprar. Éste es el tejido de la sociedad mundial, lo vemos en países enteros, en Europa y América, pero ahora lo que nos ocupa es el tejido de Lanzarote, tan penetrado por la suciedad… Si los conejeros no deciden que quizás haya tiempo de volver atrás, si se dejan arrastrar por esta ola sucia, porque es todo muy sucio, el cheque, el talón, el empleo que se obtiene de una forma no muy clara, Lanzarote dejará de ser lo que ha sido.
Porque el dinero sucio ensucia a quien lo toca, a quien se beneficia directa o indirectamente, y acaba por ensuciar a toda una sociedad. No quisiéramos ese destino para Lanzarote.
Nosotros, Pilar y yo, queremos mucho a esta tierra. No podemos hacer más por ella, sino quererla y defenderla hasta donde se pueda, pero fuerzas para más no tenemos. Me invitan a venir aquí y digo lo que pienso, tengo este defecto, sólo digo lo que pienso y nada más. A mí no se me puede decir eso de “la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad”, porque digo exactamente lo que pienso, con las palabras con las que lo he pensado, y así voy a seguir, tranquilamente, con la tranquilidad no de una conciencia en paz, porque ninguna conciencia hoy puede estar en paz tal como está el mundo... Está la idea de “no hagáis daño”, en el fondo es tan sencillo, no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti, no se necesita un tratado de ética, está todo en esta frase, incluso aunque sea por egoísmo, no hago daño a esa persona no porque yo sea muy bueno, sino sencillamente porque no quiero que me hagan daño a mí. Qué bueno sería.
Pido perdón por haber ocupado tanto tiempo cuando mis compañeros antes me habían dado lecciones de brevedad, pero he entendido que no podía perder la historia de Brasil. Y si les ha fatigado este perorata mía, les pido que se queden sólo con la historia de los indios de Brasil, no necesitan nada más. Pueden decir “Saramago ha dicho unas cuantas cosas, pero eso no tiene importancia, lo importante es el ejemplo de los indios”. Es que asombra, llega a parecer imposible, cómo es posible que en el siglo XXI pueda ocurrir un acto de dignidad de esta magnitud. Y sin embargo ha ocurrido. Y no como en el ejemplo de la Madre Teresa de Calcuta, que por profesión tiene que ser buena, y era buena, aunque no tan buena como para aceptar los dos hospitales totalmente equipados que querían regalarle, porque ella lo que quería era ocuparse de las almas, poner la mano en la frente del pobre desgraciado y encomendarlo a Dios. Esto me indigna… La verdad es que tengo unas cuantas guerras con Dios porque no le perdono nada: empiezo no perdonándole que, supuestamente, exista y esto sea el caos.
Y no perdono el monumento de hipocresía, maldad e intolerancia que nace a la sombra no del cristianismo, sino de cualquier religión. Hans Küng, el gran teólogo suizo, decía que las religiones no han servido nunca para acercar a la gente, a los unos con los otros. Y es cierto lo contrario, sólo han servido para matar, torturar para guerrear... Pero ya estoy en otro capítulo, y si me dejo arrastrar por ahí esto no acaba nunca jamás, así que muchas gracias a todos y recordemos a los indios de Brasil, su dignidad y su triunfo.
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