El Dedo de la Diosa (F. Esquiroz) |
Actualmente (y en ello han colaborado todos los partidos que nos han gobernado en democracia) el estado español, sí o sí, financia a la iglesia (la católica) a través de los presupuestos, pero además: pagamos parte de la educación de instituciones religiosas en centros concertados donde se pueden quitar el lastre de los compromisos sociales del sistema público de enseñanza; pagamos en la enseñanza pública profesores que imparten religión controlados por la iglesia, sin que esos docentes hayan aprobado una oposición (pero los pagamos los ciudadanos, creyentes o no) y sea el obispado el que decida si se les despide o no por motivos tan perseguibles como el ser divorciados. Pero hay más: pagamos los curas castrenses; o esas aportaciones a través de la declaración de la renta que no deseamos que vayan para la iglesia, pueden terminar en organizaciones vinculadas a la iglesia. Una iglesia que no paga impuestos y que escritura a su nombre parcelas e inmuebles tan católicos como la Mezquita de Córdoba… Y después cobran la entrada a los visitantes ¡claro!
Pero, además, si acaso se destruye un templo por un incendio, o hay que restaurar sus bienes o digitalizar los archivos, o si cae un rayo en una iglesia… Ahí están las instituciones para pagar lo que haga falta con el dinero de todos (creyentes o no, cristianos o budistas), reconstruyendo las propiedades de una iglesia (su organización y banca) que sigue amasando bienes terrenales mientras nos cuenta su discurso de ayuda a los pobres, acabar con el hambre y poner fin a las guerras, mientras hay más pobres, más hambre y guerras más injustas (declaradas o no).
Alguien podrá decir que estos templos son para todos los públicos, incluidos los turistas. Y es cierto, en parte, ya que turismo es todo, pero no todo es turístico.
Como casi todos, cuando viajo visito iglesias y catedrales, mezquitas, alcázares, castillos, cementerios, salas de fiesta, mercados, plazas, playas, cuevas, museos y todo aquello que tenga calidad o historia. O también los hitos o símbolos naturales, como lo es (ya un poco menos) el Dedo de Dios en Agaete, bautizado así por uno de los visionarios del turismo en la isla, Domingo Doreste (Fray Lesco). Un roque que sigue llamándose como lo bautizaran hace un siglo a pesar de que la tormenta Delta le amputó la falange, la falangina y la falangeta, llevándosela al fondo del mar en una triste jornada en la que algunos pidieron de inmediato su restauración. Pero el tiempo y la naturaleza han seguido su curso y ya no se escuchan voces defendiendo aquellas peregrinas y exaltadas reacciones ‘en caliente’ para ‘curar’ el dedo amputado por el viento.
Distinta ha sido la reacción ante el incendio de la iglesia de Muxía y la rápida respuesta de la Xunta de Galicia para hacerse cargo de la reconstrucción, con el dinero público de un bien tras el que hay un propietario particular o privado, aunque sea una comunidad de creyentes. Pero claro, ¿cómo se puede defender desde las instituciones que desmontan los equipos de científicos que investigan cómo acabar con el cáncer o los institutos tecnológicos que la prioridad económica está en restaurar esos símbolos religiosos propiedad de una iglesia que no paga impuestos? Y es que con la iglesia hemos topado…
Aún así, y vuelvo al caso del Dedo de Dios, permítanme que aborde la recuperación de tan insigne símbolo natural y popular desde una perspectiva más turística y divertida. Una opción que cambie el rumbo secular y machista del histórico roque partido, ya que se podría colocar un dedo índice (el medio sería muy ofensivo), esta vez más realista, con productos que no pesan y resistentes a la climatología, y con la uña pintada de rojo para así tener y mostrar el Dedo de la Diosa, aunque no se preocupen, no voy a perder el tiempo ni iniciaré con esta propuesta una polémica moralista y estéril.
Pero, fuera de inocentadas disparatadas y de machangadas retrógradas y peligrosas del ínclito Rouco, voy a la reflexión que quería plantearles en torno a qué es lo que triunfa en el turismo en el mundo: ¿Dónde está el negocio y la producción de economía? ¿En los edificios históricos o religiosos? ¿En los botes de plástico cutres con un chorro de supuesta agua bendita de Fátima o Lourdes que se venden a precio de vinos gran reserva?
Yo considero que triunfa la fantasía como industria y no la fe como empresa turística (aunque tienen mucho en común) como es el caso de los parques temáticos de Disney; y triunfa el espectáculo frente al ritual (los propios creyentes en San Marcos de Venecia piden respeto a sus horarios de culto); o la convención y el ocio. Porque es cierto que la fe mueve masas y hasta ‘montañas’, pero los verdaderos creyentes son los que están más alejados de la parafernalia y el negocio montado en torno a las convicciones y creencias de la humanidad en sus distintas manifestaciones.
Por todo ello, antes de construir o restaurar una iglesia o un templo con dinero público evitaría desmontar laboratorios y centros de I+D+i. ¿No sería ése el mensaje actual de los profetas y santos que dieron su vida por el bien de todos y TODAS, en un mundo en el que se pueda superar el sufrimiento, el hambre y que vivamos en paz?
¡Que tengan un feliz 2014 y que el turismo nos acompañe!