jueves, 26 de agosto de 2021

Meterse en charcos

Pozo de Las Calcosas (El Hierro)
Las islas son reconocidas en el mundo como un destino de éxito de sol y playa (sun & sand). No hay mayores ni mejores piscinas naturales que las extraordinarias playas -principalmente en la vertiente sur-en las Islas Canarias. Las hay de dunas, de viento, urbanas, más o menos turísticas. Pero también hay pequeñas calas, charcones, arrecifes, peñas, muelles, bufaderos, jameos... lugares que se convierten en parte de la vida social, en especial en nuestras islas. Son el interfaz entre la tierra volcánica y el Atlántico, donde la naturaleza nos ofrece caprichos hermosos y tentadores. Nuestro paisaje natural e histórico, nuestro parque temático, de juegos, fiestas (La Aldea) y también tragedias.

Su uso antrópico se remonta a los primeros pobladores de las islas, extrayendo de ahí sus alimentos y tras la conquista la explotación de los productos (la sal, la barrilla). Y, más recientemente, como lugar de juegos y de baños. De ahí que sean numerosos los puntos de nuestro litoral donde con algo de cemento y unas piedras o unas escalas se han creado ‘piscinas naturales’ que son muy del agrado de la población de la zona y, cada vez más, de canarios y canarias de distintos lugares porque no sólo es espectacular la vista de una playa. Los charcones y las 'piscinas naturales' son también hermosos escaparates de un territorio considerado el Jardín de las Hespérides.

Así, tenemos intervenciones más o menos afortunadas: Salinas de Agaete, Castillo del Romeral, Bañaderos, El Agujero, Roque Prieto (Gran Canaria); Punta del Hidalgo, Charco del Viento o Ten Bel (Tenerife); La Maceta, Charco Azul, Los Sargos, Tacorón o el Pozo de las Calcosas (El Hierro); Charco Azul o La Fajana (La Palma); Hermigua o el Charco del Conde (La Gomera); Aguas Verdes o Puertito de Lobos (Fuerteventura); Punta Mujeres o Los Charcones (Lanzarote). ¿Quién no las conoce? Y otras muchas que existen pero que sólo acuden quienes se arriesgan al juego incierto del mar y sus peligros. Y en aras de ‘aprovechar’ la costa… ¿Cuántas intervenciones desafortunadas se han realizado llenando de hormigón el litoral para disfrute de unos pocos que ocuparon el dominio público…?

Pues este tema se ha convertido en objeto de estudio riguroso y detallado por parte del arquitecto Alberto Luengo, el coautor junto a Cipriano Marín del libro ‘El Jardín de la sal’ (Unesco, 1994), con un prólogo de César Manrique (también autor del logo del proyecto) en el que afirma: “La cultura, el turismo, el paisaje, la ecología y el rendimiento práctico se unen para evitar que se pierdan las salinas y para que todos podamos disfrutar de una actividad casi desaparecida, pero que en otro tiempo fue muy importante, cuando el hielo no existía”.

Y, ahora, el Gobierno de Canarias aprovecha un nuevo trabajo de Alberto Luengo titulado ‘Charcos de marea de Canarias’ para volver a mirar hacia nuestra costa más desatendida o, incluso, machacada. Y plantea la Consejería de Turismo actuar en 117 charcos para potenciar su atractivo natural. Y aquí surge la bronca: “Los charcos no se tocan” “No a la turistificación de los charcos”. Y nos olvidamos de la realidad para desahogarnos contra un enemigo común: turismofobia.

Comparto el criterio de Alberto Luengo de que el proyecto es técnicamente correcto pero puede estar desenfocado y de ahí la furibunda reacción. Asimismo, señala que en algunos casos son intervenciones necesarias, en otros totalmente desacertadas. Y en otros no se debería ni intervenir. O incluso habría que intervenir en gran parte de los charcos ya construidos, pero mal construidos. Una pena, un desastre.

Pero… ¿A qué viene a culpar al turismo de este problema? ¿Acaso el turismo de masas va a dejar sus hamacas en el todo incluido para perder su tiempo recorriendo barrios perdidos y senderos de trekking para un baño? Los charcos de Canarias no son la alternativa a las playas de arena, sino una moda local cada vez más presente en las redes sociales, que podrían interesar a un tipo de turista muy específico (¡ojalá!). Pero claro, basta decir turismo para que un plan que puede contagiar a nuestra población del respeto al medio y hacer más seguros esos enclaves, se convierta en una amenaza para la fauna y flora de estos espacios. ¿Pero no estamos hablando de las mismas charcas o ‘piscinas’ que llevamos décadas usando?

Gracias a esta polémica sabemos que en Canarias hay 492 charcos catalogados, incluidos en la red oficial de charcos de marea, y repartidos por todo el litoral, sin embargo, una gran mayoría no son recomendables ni para turistas ni para isleños, por motivos como la inseguridad frente al mar y un acceso peatonal y en coche complejo, si no imposible.

Por ello, el Gobierno de Canarias trabaja en un proyecto que pretende actuar en los 117 charcos que considera que tienen interés turístico aunque yo le llamaría de uso social, y sobre los que llevará a cabo un proyecto de actuación individual para potenciar su valor como atractivo natural. Las actuaciones previstas se limitan a mejorar la accesibilidad, señalización y basuras, que respeten el medio ambiente y las normativas vigentes de urbanización y costas, mediante una inversión de 30 millones de euros para intervenciones "de bajo impacto y reversibles", que podrían comenzar en 2023, y que se consensuarán con la Consejería de Transición Ecológica.

Una realidad que se quiere mejorar, porque los charcos ya se venían utilizando y desde hace unos años se promocionan entre isleños en las redes sociales. Y nadie se preocupaba del riesgo, de la suciedad, de la masificación...

Por ello, aparece en escena de nuevo el jinete apocalíptico de "turistificar". Porque para algunos/as, el turismo es la gran pandemia del siglo XXI, aunque en este caso los turistas sean los propios canarios. Porque así es y así ha sido desde hace décadas. Salvo algunas excepciones como Punta Mujeres en Lanzarote. Porque el paisanaje habitual de estas 'piscinas' somos nosotros y nosotras. Pero claro, como lo ha dicho la Consejería de Turismo, el desastre está servido porque pone "en riesgo" y "en manos del turismo de masas" sus frágiles ecosistemas, muchos de ellos mantenidos "en secreto" hasta el momento. Las hordas de turistas van a invadir los riscos y acantilados y supongo que expulsarán a los nativos que hasta ahora venían disfrutando de sus baños sin alterar los ecosistemas.

Porque está claro que no se va a actuar sobre charcos inaccesibles y ‘vírgenes’ de contaminación humana. Se va a dignificar y mejorar aquellas zonas de baño que ya son ‘patrimonio’ de nuestra sociedad, de nuestros turistas ‘del país’. Y ya era hora, incluso para quitar algún elemento que nunca debió construirse, o convertir algunos puntos en lugares de observación, prohibidos al baño.

Y hay otro argumento de los anti turistas de charco contra el usuario local, ya que cuando un charco se pone de moda a través de las redes sociales al final acaba llenándose de basura, que curiosamente es una de las cuestiones que se pretende solucionar: facilitar la recogida de basura por los propios usuarios (si se brindan a no seguir convirtiendo todo en basureros).

Frente a esta iniciativa que ha levantado tanta oposición, se recogen firmas y se pide al Gobierno que lleve a cabo acciones de conservación para proteger la fauna y flora de los charcos. Claro, en los 117 accesibles y los 380 menos accesibles. Y resulta que eso es lo que inspira la obra de Alberto Luengo.

Está claro que la simple presencia de personas ya perturba el ecosistema de los charcos, muchos de ellos ubicados en zonas cercanas a acantilados donde anidan aves marinas. También supone una amenaza para moluscos, como lapas y burgados, para varias especies de cangrejos, esponjas, erizos, estrellas de mar, cangrejos y vacas de mar. Y así es, pero el culpable -hasta ahora- no ha sido el turista de sol y playa. No condenemos al inocente sin un juicio justo.

Y basta dos ejemplos. El cangrejo ciego de Los Jameos vive mejor que nunca, en uno de los principales centros turísticos de Lanzarote. Probablemente, si no hubiera intervenido César Manrique y sus colaboradores necesarios, hoy ese lugar estaría cubierto de escombros, como cuando lo empezaron a restaurar, sacando la montaña de basura que tiraban por el ‘ojo’ superior del jameo, con riesgo de acabar para siempre con esa especie de cangrejo. Y ya puestos, un espacio tan sorprendente, sin construcciones y turistificado como El Confital ¿Cuántos turistas extranjeros atrae?

Bajen el volumen y volvamos a plantear el asunto. No es un problema de turistificación, sino de gestión de nuestro territorio para todos y todas.

domingo, 22 de agosto de 2021

Los felices 20 para Gran Canaria

Laforet, Guerra, Noreg y Mesa. Madrid 1947
Elaboro nuevamente mi artículo para el periódico turístico 'It's Gran Canaria' y no encuentro mejor motivo que hablar de un año cargado de homenajes a quienes nacieron hace un siglo y, como el caso de Carmen Laforet, con importantes aportaciones a nuestra realidad turística. Como las mejores añadas de las cosechas célebres, los años 20 del siglo XX engendraron a un destacado y amplio grupo de intelectuales y artistas en la isla de Gran Canaria. De ahí que se multiplican los centenarios en los que se homenajea y revive la memoria de esas personalidades, su época, su trascendencia y la huella enorme del legado de tantas personas, isleñas o adoptivas. Una herencia que se llama canariedad: la aportación isleña a la historia mundial.

Celebrar el centenario de una persona ilustre a lo largo de un año da para mucho: exposiciones, conferencias, documentales, publicaciones… Pero si coinciden varios en el mismo ejercicio, todo es más confuso, probablemente no debería afrontarse como un recordatorio personal, sino generacional. Y así tendríamos una generación conformada por varias personalidades de la isla. A los que habría que sumar aquellos/as que nacieron en otros lugares, pero que deben a la isla su realización personal. En esta situación tendríamos dos barceloneses de la talla de la escritora Carmen Laforet y al pintor Baudilio Miró Mainou. ¿Se puede separar su creación de la de sus coetáneos isleños como los escritores José María Millares Sall, Lola de la Fe, Manuel González Sosa o la pintora Lola Massieu? Probablemente, no. Y menos en una ciudad que en aquella década oscilaba entre los 60.000 y 70.000 habitantes, cuando hoy ya se sitúa en los 380.000.

Aquella generación no lo tuvo fácil. Nacieron con la resaca de la primera Guerra Mundial, la dictadura de Primo de Rivera y la dictablanda, y sufrieron los efectos de la primera gran crisis planetaria del crack del 29 en Wall Street. Luego vendría una Guerra Civil y su posterior dictadura, que se prolongó durante décadas, además de una segunda Guerra Mundial y su ‘guerra fría’.

Puede que esta realidad que les tocó vivir determinó su futuro, pero si algo influyó en su obra fue su vinculación con Gran Canaria. Ahí tenemos el caso de la escritora Carmen Laforet, quien reflejó el momento de España en sus grandes novelas, pero también tuvo un tiempo y un pensamiento hacia la isla donde vivió su infancia y juventud, hasta finalizada la guerra española.

Y ahí están sus artículos y una guía sobre Gran Canaria (Editorial Noguer, 1961) que demuestran el conocimiento y sentimiento de la isla, de su capital que “es aún una ciudad adolescente. Se ve cómo por años va creciendo y perfilándose”, donde pasar “unas magníficas vacaciones de playa en pleno invierno, y esto le pone de buen humor al recién llegado”. Y de ahí hacia ‘Las Palmas’ “la ciudad propiamente dicha”, tras recorrer la zona residencial de la Ciudad Jardín y “el Pueblo Canario, construido en memoria de Néstor de la Torre, canario y amante de sus islas hasta preocuparse de resucitar su folklore, de dibujar sus trajes típicos sobre modelos casi olvidados”.

Carmen Laforet conoce perfectamente el carácter isleño, de quien “cuento que el canario es alegre y parrandero, pero que hay que conocerlo en su hospitalaria intimidad. Si mi amigo permanece algún tiempo en la isla, conocerá los bellos interiores de las casas canarias, su cálida acogida. Será recibido en simpáticas reuniones; oirá cantar isas y folías acompañadas por guitarras y timples”, momentos que “brotan espontáneamente de la misma manera de ser de la gente de aquí y de su alegría de vivir”. Una ciudad que vive una perpetua primavera porque “en las zonas bajas de Canarias no se conoce ningún aparato de calefacción. En Las Palmas jamás haría falta”.

Nuestra escritora, que tan intensamente vivió su juventud y que tuvo por amigos íntimos a numerosos isleños, entre los que destaca Pancho Guerra Navarro, el escritor que trabajaría como redactor en el diario Informaciones que dirigía su entonces esposo, Manuel Cerezales, y a quien prologó el libro ‘Memorias de Pepe Monagas’ (1957). Vio salir de imprenta la guía de Gran Canaria el mismo año en que fallecía repentinamente su amigo en Madrid. Un momento muy especial para recordar aquellos paisajes de su infancia y juventud. Aquella isla que tenía tres carreteras principales para que el visitante “pueda darse cuenta de las principales bellezas, y de los panoramas insólitamente distintos que ofrece” Gran Canaria, el ‘continente en miniatura’, “como si en su territorio se reuniesen distintas costumbres, paisajes y países”.

Laforet detalla cada pueblo y caserío, sus cultivos que son como los trazos de un cuadro de una realidad de hace seis décadas en la que resalta las plataneras, el cultivo de la cochinilla sobre las tuneras o las “plantaciones de tomates, uniformes, blanquecinas gracias al encafiado que sostiene las plantas, y el cálido mar brillando detrás de ellas”“El cultivo de este fruto invade ampliamente la mitad sur de Gran Canaria. Más que labor agrícola parece de jardinería. Millares de mujeres siembran, levantan con un bosque de cañas las tiernas matas de los tomateros. La tomatera canaria es una figura pintoresca de la mayor fuerza expresiva, por su atuendo original y su animoso carácter”.

De ese paisaje agrícola surge la visión de la “inmensa playa de Maspalomas, con su faro y su laguna de agua dulce, llena de plantas acuáticas y aves, rodeada de bosques de palmeras que llegan al mar y cordilleras de suaves dunas doradas. Es un paisaje de belleza espectacular, verdaderamente turística. Al fondo, la cumbre de la isla, brumosa, de color violeta y rojizo. Enfrente el mar, siempre, en cualquier época del año, cálido y dispuesto a recibir vuestros cuerpos para un delicioso y prolongado baño. Maspalomas es uno de los lugares paradisíacos del mundo”.

Y traigo esta última cita de la escritora sobre la zona cumbrera de la isla, donde “Entre estos riscos gigantescos destacan los monolitos del Nublo y del Bentayga y el Fraile. Eran riscos sagrados para los primitivos habitantes de la isla. Aún hoy producen una fuerte emoción, casi religiosa, entre el oleaje mudo, azulado, de las montañas”. Hoy siguen como montañas sagradas con el reconocimiento, además, como Patrimonio de la Humanidad.

miércoles, 18 de agosto de 2021

Manuel González Sosa, centenario del poeta que guiaba al turista

Algunas guías de González Sosa.
Este es un año de conmemoraciones literarias. Y también turísticas. El 2020 celebró con un episodio global de pandemia el centenario del fallecimiento de Benito Pérez Galdós y en esta ocasión toca a Tomás Morales tomar el testigo, pero no es el único. Aunque no haya destacado tanto, este 2021 también coincide con el centenario del nacimiento de Carmen Laforet, Lola de la Fé, José María Millares Sall y Manuel González Sosa, de quien el Ayuntamiento de Guía ha realizado una amplia difusión con sus poemas expuestos en las calles, gracias a la colaboración del escritor Santiago Gil con este aniversario.

Además de su bonhomía, la mirada siempre afable y su espíritu colaborador, Manuel González Sosa (hermano del periodista y cronista oficial de Guía, Pedro González Sosa), destacó como colaborador de la editorial Everest, una de las iniciativas literarias más destacadas en la bibliografía turística española. Sus guías de bolsillo, muy completas y detalladas, también ofrecen una visión literaria de gran nivel, gracias a la colaboración de escritores de la talla de Manuel González Sosa. Un autor que fue ‘marca de la casa’ entre los sesenta y los ochenta, con numerosas reediciones de sus guías sobre ‘Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura’. Un autor que no sería el único escritor que participa de este ‘género’ literario, ya que tenemos a otras grandes firmas como Carmen Laforet, Claudio de la Torre, Néstor Álamo o Juancho Armas Marcelo, entre otros/as.

Aprovecho este centenario para mostrar la forma con la que describe González Sosa su isla, desde sus orígenes como “tierras desveladas aún antes que realidad presentida” como “nostalgias del paraíso”. Un territorio con un “especial emplazamiento en una encrucijada importante del planeta” que ha dado lugar a que nuestra isla tenga una “biografía individual, que no ha sido precisamente idílica y oscura, sino más bien agónica y notoria”.

Nuestra isla, “pirámide cónica” no es ya el ‘continente en miniatura’ de Fray Lesco, sino “un brevísimo país que resume todos los paisajes de la tierra y que incluso, atreviéndose a más, nos muestra algunas anticipaciones de las facies lunares”, dentro de un “alarde calidoscópico”. Así la representaba en 1982, cuando contaba con 520.000 habitantes de los que más de la mitad residían en la capital, “o sea, Las Palmas” (todavía no se había enconado la lucha por añadir el nombre de la isla al topónimo de la ciudad). Una capital de la que destaca su “escenario natural” y el “cotidiano espectáculo de la humanidad cosmopolítica”, con una “importante vida cultural” y “completísima red de instalaciones de diversión y reposo que ha puesto en marcha su briosa industria turística”.

Y esa ciudad que “en su origen fue un campamento militar”, creó el barrio de Vegueta “genio y figura”, que “constituye acaso el conjunto arquitectónico más interesante que los siglos pasados han legado al archipiélago canario”, anticipándose otro municipio del archipiélago a la frustrada iniciativa de declarar Patrimonio de la Humanidad este barrio tan machacado por la falta de visión de pasado y futuro, que vivió el mayor hachazo urbanístico posible al soterrar la desembocadura del barranco Guiniguada y sus dos puentes (de piedra y palo), cercenando su unión con Triana “el primer retoño importante de la expansión urbana de Las Palmas”, donde se “conservan viejos nombres de calles que recuerdan la presencia de los mercaderes europeos que aquí actuaron intensamente”, dando paso con el tiempo a otros comercios que conocimos hasta hace poco, cuando “la nota exótica corre a cargo de los bazares hindúes, con sus escaparates abarrotados y tentadores, y los comercios de personalidad menos coruscante, de otras gentes del Asia: sirios, jordanos, libaneses…” (Nada de chinos o franquicias, por entonces).

González Sosa también se adentra en la personalidad o identidad del canario, a través de sus comentarios sobre el folclore, al indicar que entre las creaciones populares “sobresalen los cantos y bailes, en los que evidencian la elegancia espiritual del canario y su condición apacible y querenciosa, así como su fino sentido del humor”. Sin olvidar el timple, instrumento propio “cuyo son desgarrado, agudo y agilísimo, confiere a la música popular canaria un carácter especial”. Igualmente resalta el papel de la artesanía, en particular la cerámica, con sus “formas alumbradas originalmente en plena prehistoria” en cuyos “cacharros coexiste, en síntesis curiosa, elegancia y tosquedad”, para luego descubrirnos el puerto que en aquellos tiempos destacaba “en cuanto a movimiento de buques y registro de tonelaje bruto, el Puerto de La Luz ostenta el primer puesto entre los de España y el tercero entre los del mundo”.

La zona portuaria tiene su barrio o enclave particular: el Parque de Santa Catalina y Las Canteras, “Elemento muy principal de la animación y el tráfago cosmopolita”, “ágora mundial, de plaza mayor ecuménica…”, invitando a pasear por esta zona para “asomarse a un retablo costumbrista sumamente rico y lleno de colorido; o, también, gozarse en la sonería -blanda, o bronca, o cantarina; siempre fascinante- de casi todas las hablas del planeta”. Se regocija el autor con este espacio que “ha ido labrando en el morador de la ciudad el hábito de la cordialidad y la comprensión; hábito que, por cierto, es uno de los rasgos positivos más interesantes de su personalidad”.

Manuel González Sosa también se adentra en Los Riscos “barrios de más solera popular y, sin duda por ello, filones abundantes donde se abastece de materia prima la mitología pintoresca del sainete y la picaresca isleños”; y Ciudad Alta “el conjunto de las ciudades satélites que han surgido últimamente sobre varias de las colinas que sirven de fondo a los distritos de Los Arenales y Ciudad Jardín”.

Respecto a los deportes, destacamos su mención a las ‘regatas de botes’ celebradas “por embarcaciones provistas de una amplia vela latina de ostensible desproporción con respecto al casco” o que “En la lucha canaria, más que a un enfrentamiento de poderes físicos, asistimos a una pugna noble y viril de habilidades y reflejos, en la que también se prodigan las secuencias de gran vistosidad plástico-gimnástica”.

Salimos hacia el norte para encontrar “un paisaje inventado, un paisaje creado por el hombre. O, por lo menos, intensamente remodelado por el hombre”, donde hay un laberinto de minas y galerías para “agenciarse con dificultad y hasta con riesgo dos elementos cardinales: el agua y la tierra”. Una tierra que “se ha visto obligado a escatimarla y cuidarla avaramente, llevándola, como si se tratara de un mineral insólito, de un sitio para otro”, para crear en la franja costera un paisaje “donde en la sinfonía vegetal del verde prima -fuerte, vasto, dominador- el esmeralda brillante de los platanares”. Y nos detenemos en su descripción de Las Nieves con su “wagneriano telón de fondo” en sus imponentes montañas, desde la playa con “sus cantos rodados, su gruesa arena grisácea”.

O realizamos su ruta del sur, ‘Tierra solar’, “de paisaje ambivalente, paradójico: a un mismo tiempo severo y voluptuoso. Su calidad sensual es un presente de la luz, del aire, del cielo… La condición ascética una consecuencia de su desnuda y quemada orografía” gracias a varios elementos: “luz frenética, cálida atmósfera oreada por la brisa constante, cielo rotundo y alto”, junto a un “mar que agita su piel lúbrica junto a los médanos dorados". González Sosa reproduce unas palabras de Carmen Laforet para explicar el espacio sureño: “Cielos tremendos; cielos tremendos, crepusculares, color de sangre y de violetas lo envuelven a la tarde. A mediodía tiemblan las rocas, evaporándose en una neblina de oro. Cuando cae la noche, aún queda un ardor en el agua quieta del mar, que brilla con el reflejo de pesadas estrellas bajas, grandes. Se recortan extrañas las siluetas de los cardones en esta claridad del cielo, y en el calor parecen llamas de fuego verde. No hay posibilidad de escape y de tibieza. Sé quien aborrece este paisaje desolado. Sé también quien, como yo, lo ama violentamente y sin reservas”.

Otra pincelada de las cumbres nos muestra el ‘vértice e la isla’, para mostrarnos la imagen de la “punta de la peonza gigante que es la isla, formada por la aguja del Roque Nublo, esa señera y recortada púa de basalto que gira no sobre el suelo sino sobre el cielo”. Un paraje que es “el dominio de la piedra enfebrecida, el escenario de la ira plutónica detenida para siempre en una secuencia de dramática y retorcida grandiosidad. Tajos profundos, barrancas en torbellinos, degolladas y derrumbaderos, atormentados escarpes, peñascales escoteros que se resisten vanamente a las dentelladas de la erosión…” Y cierro este paseo por la isla de la mano de González Sosa con otra cita, la de la ‘isla vieja’, guardada por los bosques de Tamadaba, Inagua, Pajonales y Ojeda, que describe mediante la cita a ‘Los poemas áridos’ de Alonso Quesada:

“Campos, eriales, soledad eterna
-honda meditación de toda cosa-.
¡El sol dando de lleno en los peñascos
Y el mar… como invitando a lo imposible”


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viernes, 13 de agosto de 2021

¿Requiem? para un planeta

El Correo de la Unesco. 1973
Estamos con la matraquilla de la emergencia climática como si fuera algo inventado por los milennials, o los progres, o los apocalípticos de nueva hornada, cuando ya estas nociones se vienen anunciando desde hace más de medio siglo. Y nada como intentar ordenar las ideas (y la biblioteca/hemeroteca) para encontrar los orígenes de mi posicionamiento contra el modelo autodestructivo que nos conduce a situaciones extremas. Una situación que, en territorios insulares, se va a notar de forma evidente (se está notando en algunas islas de baja altura) por el impacto de la subida del agua y del cambio del clima que ha mantenido sus ecosistemas más o menos estables durante miles de años.

Entre los documentos que guardo, conservo con mucho aprecio la primera publicación que me alertó sobre la situación. Un ejemplar de la revista ‘El Correo’ de la Unesco, de enero de 1973. Cuando era un chiquillaje, pero es esa edad en la que una portada cambia tu percepción del mundo y de la vida. Un planeta que se consumía como una vela era la metáfora más directa y evidente de hacia dónde nos encaminábamos (y seguimos avanzando).

En esta publicación se hablaba de una política mundial sobre el medio ambiente, de la contaminación, del progresivo consumo de recursos, de crecimiento y equilibrio ecológico… En definitiva, el arranque de las políticas sobre la biosfera que oficialmente se señala en 1968, si bien ya se había producido en 1949 una Conferencia de la ONU sobre conservación y utilización de los recursos naturales (en 1948 se había creado la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, UICN), y sobre la aplicación de la ciencia y de la tecnología al desarrollo (1963). En Estocolmo, en 1972, se celebra la primera Conferencia de la ONU sobre el Medio Humano y se dictaron 109 recomendaciones a los gobiernos y a las organizaciones internacionales. Fue el inicio de la comprensión de que hay una sola tierra. Y 50 años después seguimos teniendo la misma, pero más dañada y al borde del colapso.

Arriba tienen el enlace para poder leer los artículos de esta revista, sólo con el objeto de recordar a más de uno qué poco caso hacen de los análisis y estudios científicos. Pero voy a seguir con otras publicaciones interesantes: en 1985 y 1986 se publicaron dos libros que cambiaron la concepción del planeta: los Atlas Gaia de gestión del planeta. Dos obras que permitían comprender la gestión de los recursos del planeta. Otra vez, la alerta se encendió, pero esta vez con más preocupación. Estos trabajos con una documentación y estadísticas apabullantes, advertían de que el planeta “se encuentra en un momento de transición crítico. El modo en que la humanidad emplee los inmensos recursos de la Tierra en la actualidad, determinará el estado y, en última instancia, la supervivencia de nuestra compleja ecosfera en las décadas y siglos por venir”. El segundo tomo, advertía que recogía el “estado de la vida en el planeta: sus ecosistemas, hábitats y especies: las posibilidades de supervivencia y la historia de la lucha por salvar lo que podamos para las generaciones futuras”.

El autor del primero de los Atlas Gaia, Norman Myers, publicó en 1992 el libro ‘El futuro de la Tierra. Soluciones a la crisis medioambiental en una era de cambio’. En la sinopsis se habla de “El calentamiento global y los abruptos cambios políticos, la supertecnología y el hambre, la teoría del caos y la biotecnología, las extinciones masivas y una oportunidad de paz mundial… ¿Qué clase de futuro podemos esperar?”, para señalar que “este desafiante libro proporciona un conjunto de herramientas para elegir el futuro, y ofrece una esperanza que depende de un cambio radical en el estilo de vida, percepción y valores humanos”. Esto fue hace 30 años.

Vendrían las cumbres de Río, de París… los seis informes del Panel de Científicos sobre el Cambio Climático. Pero seguimos igual o peor. Y todavía hay quienes niegan que el planeta está en un punto de no retorno hacia la autodestrucción de la biosfera (hombre y naturaleza) y que ponen obstáculos al cambio de modelo energético que es el principal causante de esta crisis, emergencia o catástrofe que se avecina para la Humanidad.

PS. Se han hecho cosas, pero a la vista está que no ha sido suficiente. Ni de lejos.

Los Atlas Gaia de gestión del Planeta 1985-86