Estatua de perro en la plaza de Santa Ana |
Permítanme que hoy dedique estas líneas a una reflexión sobre la ciudad y el océano que es puerto y puerta al norte, al sur y al este,; ese horizonte azul permanente que es el sonoro Atlántico que describiera con su genial poesía Tomás Morales, el escritor al que este año dedica nuestro archipiélago el Día de las Letras Canarias.
Telegráficamente, Las Palmas de Gran Canaria (entonces Real de las Tres Palmas) nace como campamento militar a orillas del barranco Guiniguada, supuestamente la frontera entre los guanartematos de Telde y Gáldar, y supuestamente su nombre significaba ‘Por donde siempre corre el agua’. Tenemos pues, a Juan Rejón y sus aventureros que desembarcan expedicionados por los ‘Reyes Católicos’ en la bahía natural de Las Isletas y se dirige hacia Gando, al sur, siendo advertido por una anciana –la ‘aparición’ de Santa Ana- que le hace cambiar de idea y establecerse en ese montículo que hoy forma el conjunto histórico de Vegueta (el entorno de la ermita de San Antonio Abad) y el conjunto de la catedral de Santa Ana.
El palmeral facilitó la creación de una empalizada, si bien las condiciones naturales de la bahía permitían el apoyo logístico desde la Península para la que sería la primera expedición castellana en ‘ultramar’, estableciéndose en el campamento grancanario las primeras instituciones coloniales del futuro imperio español, así como el establecimiento de la primera relación con pueblos indígenas.
La maquinaria militar castellano-aragonesa, después de casi ocho siglos de combate contra los musulmanes, contempló su expansión fuera del territorio peninsular, negociando los derechos sobre las islas de más difícil conquista (Gran Canaria, Tenerife y La Palma) para convertirlas en Islas de realengo una vez finalizada la conquista por las armas. Coinciden estos hechos con la aparición de Cristóbal Colón por la corte, con un proyecto muy arriesgado y de difícil comprensión para la mentalidad de aquel entonces que concebían el mundo conocido como el centro del universo, con sus fronteras en el cabo del fin de la Tierra (Finisterre) o las Islas Canarias como lo más recóndito del mundo conocido donde deberían tener descanso los dioses.
Lo cierto es que la coincidencia de personajes en el tiempo hace posible la vinculación de Gran Canaria y La Gomera a una de las mayores gestas de la historia de la Humanidad, iniciándose una vinculación directa de esta ciudad con el tránsito entre continentes, una ciudad atlántica.
Una ciudad para el mundo global que arrancó en el momento en el que se constató que la Tierra no era plana, sino un planeta redondo que giraba. Y España inició la ruta alrededor del mundo, y marcó un camino que pasaba por Las Palmas de Gran Canaria, refugio natural entonces para navegantes y actualmente un centro mundial de transportes con una inmediatez y capacidad que a otros les resulta más complejo y ‘lento’. Canarias se ha consolidado como plataforma tricontinental a lo largo de los siglos, para alcanzar en la actualidad su condición de nodo y un ‘hub’ de comunicaciones y transportes de primer orden. Y hemos de conseguir que lo sea aún más.
Su posición como destino turístico, como centro de tráfico de mercancías, sus infraestructuras científicas, tecnológicas, formativas, culturales, deportivas, junto a su pertenencia a la Unión Europea, al euro, al territorio Shengen, a las regiones ultraperiféricas… Estas y otras circunstancias sitúan a Canarias como un lugar privilegiado en el mundo y, en particular, a Las Palmas de Gran Canaria.
Una ciudad cosmopolita que tiene una playa espectacular protegida por la naturaleza que atrajo miles de nórdicos hasta la crisis de un crecimiento desproporcionado de establecimientos y de pérdida de personalidad, identidad o producto que caracterizó su oferta durante las décadas de mayor desarrollo turístico de la ciudad: Catalina Park, el puerto, Las Canteras, Vegueta, los indios, el Pueblo Canario, sus museos, los comercios, los puertos francos y lo barato que era para el visitante.
También es cierto que la competencia de un sector turístico pujante y con atractivos más que notables como los que ofrecía el sur de la Isla, un nuevo espacio que surgía de la nada, más bien de uno de los paraísos naturales más hermosos imaginable y hasta hace cincuenta años.
En medio siglo, la ciudad no ha rescatado su protagonismo, a pesar de consolidarse como ciudad cosmopolita y abierta, recuperando espacios como el casco histórico, la remodelación del paseo de Las Canteras, centros comerciales, una red de teatros y auditorios de primer orden, zonas verdes… Pero… Las Palmas, Las Palmas de Gran Canaria, LPGC o como quieran llamarlo, no es una marca reconocida, reconocible ni atractiva.
Los esfuerzos públicos para situar a la capital en la red de destinos turísticos no han logrado su objetivo, si bien han originado una oferta completa para la ciudadanía que disfruta cada vez más de su ciudad. Pero la sangría de establecimientos hoteleros ha sido imparable, incluso la búsqueda de turismo de convenciones o de negocios no ha frenado el proceso.
Habrá que recapitular y replantearse por qué han fracasado los estudios y promociones pagados por los ciudadanos de esta capital, cuando para todos es incomprensible que no se aproveche el tirón y recursos turísticos de un municipio donde el turismo ha sido una consigna ciudadana, un motivo de inspiración y movilización.
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