domingo, 10 de noviembre de 2013

El turismo, chivo expiatorio

Aquí el dominio público es mio y no de todos.
Siempre que se proyectan viejos reportajes o publican fotos antiguas de la isla, especialmente del Sur, son numerosos los comentarios nostálgicos o apesadumbrados respecto a unos encantos naturales, de tranquilidad y desnudez del paisaje, perdidos irremediablemente en la memoria. Unos valores que, quienes pudimos conocer y disfrutar aquellos lugares en esos momentos, somos conscientes cómo han contribuido al cambio de nuestro territorio y –sobre todo- nuestra forma de vida, mucho más estresante ahora que hace tan sólo 50 años.

Por ello, no me sorprenden esas lamentaciones y críticas hacia el turismo y en especial al sur de la isla (ya nadie recuerda el boom turístico de Las Canteras entre los años cincuenta y setenta). Una actitud que se propaga por publicaciones, artículos e incluso los libros de texto que se entregan a los estudiantes de Primaria y ESO, fomentando y generalizando una especie de opinión inquisitorial e irrebatible cual dogma de fe que coloca al turismo como el peor depredador de Canarias. Un monstruo insaciable que arrasa con todo a su paso, especialmente el litoral. Que para eso somos destino de sol y playa por excelencia.

Y, como todo, hay parte de verdad y una gran mentira o tergiversación de lo que ha sido un proceso largo y con numerosas aristas o variables. Es evidente que ha habido corruptelas y pelotazos de los que se han enriquecido ilícitamente unos pocos. Como lo ha habido en otras actividades donde la arbitrariedad y la especulación han impuesto su ley (hospitales, carreteras, auditorios, estadios, trenes...)

Sin embargo, todos coinciden en que el turismo ha sido el impulsor, la locomotora del desarrollo económico y social de Canarias en el último siglo, originando un transformación absoluta de su modelo, gracias a una serie de condiciones endógenas que se vieron favorecidas por el desarrollo de los medios de transportes (fundamentalmente aéreo) más rápidos, seguros y de mayor capacidad.

Pero la ‘leyenda negra’ del turismo está ahí, fomentada desde distintos ámbitos de una sociedad que en su momento luchó por el desarrollo turístico con asambleas, manifestaciones y obras para atraer turistas: recordemos que antes que llegaran masivamente se construyeron con fondos públicos paseos, avenidas, se dio crédito y se redujeron impuestos para establecimientos turísticos, se construyeron el Parador de Tejeda, el Pueblo Canario, la Casa del Turista en Santa Catalina, el mirador de Bandama, la sala de fiestas Altavista… Un enorme esfuerzo con un gran apoyo social que hoy día se ha perdido.

Por ello, sugeriría a todos los que hablan mal del turismo en su conjunto se paren a comprobar hecho por hecho para que puedan darse cuenta de que no es tan fiero el lobo como lo pintan y que, incluso, hay otras intervenciones mucho más dañinas a nuestro territorio que no provocan el rechazo y la intervención administrativa que precisan para ser atajados. Porque es cierto, todo tiene un impacto y un coste, pero ¿es el turismo el enemigo a combatir?

De entrada, en cincuenta años se ha multiplicado la renta de los grancanarios, la población y la llegada de turistas, pasando de unos pocos miles a más de tres millones al año. ¿Y cómo se ha producido ese crecimiento económico? ¿Qué coste ha tenido? Pues gracias a las rentas que producía el turismo y las actividades paralelas necesarias para el desarrollo turístico. Y quizás sea el sector económico que más ha repartido las rentas entre los grancanarios, mientras otros sectores como el puerto nos tienen a los canarios como clientes cautivos en vez de facilitar el acceso a los productos que llegan casi exclusivamente a través de esas instalaciones que se construyeron con dinero de todos y que, supuestamente, son dominio público. El puerto es un ‘santuario’ que alberga las actividades más nocivas y peligrosas que recorren las rutas marítimas del planeta. Y, a todo eso, nadie critica que un empleado del puerto sin cualificación cobre tres o cuatro veces que su homónimo en el turismo. ¿Quién paga la diferencia?: Los ciudadanos. ¿Alquien critica que el aumento de actividad portuaria no se traslade a la creación de empleo…? Pues con el turismo pasa lo contrario. Y así, muchas cuestiones habría que abordar: su ocupación del territorio (que encima es dominio público), su impacto paisajístico, sus riesgos medioambientales…

Otra gran mentira es la acusación de depredadores del territorio. Bueno, en algún sitio han de estar los establecimientos turísticos pero ¿es tanto el espacio que ocupan? Pues en el caso de San Bartolomé de Tirajana no llega al 6% del conjunto del territorio municipal. Y, casualmente, el turismo –como industria- se localiza en municipios donde menos se prodiga la autoconstrucción descontrolada. Basta con dar una vuelta por las carreteras del norte de la isla para comprobar que no queda barranco, loma, degollada, risco o un roque donde no encontremos múltiples ejemplos del caos urbanístico que afea hasta límites insoportables un paisaje que hasta hace pocos años podía observarse sin que doliera la vista.

Casas cajón, garajeras, de bloque visto, grupos de construcciones sin orden ni estética en un alarde de ostentación del mal gusto o del escaso gasto por el aspecto externo (hay que ver lo que hace un mínimo encalado, unas plantas…) o la reiteración de balaustradas de escayola de Leroy Merlín. Y con eso, vemos que esos municipios realizan un gasto inexplicable en planes de embellecimiento turístico o folletos que presentar (justificar el viaje) en Fitur. Y afirman que llegará el turismo para que contemple deprimido el espectáculo del deterioro del paisaje que ofrecen en esas rutas que pretenden desplazar a señores que están en hoteles de lujo, con un sol y una playa de foto, con una atención exquisita…

Es cierto que en las zonas turísticas se ha ocupado el litoral y que las leyes de costas han sido burladas. Pero ¿acaso hay algún pueblo costero de la isla que cumpla la Ley de Costas: Ojos de Garza, San Felipe, la Avenida Marítima…?

Pero volvamos a la reflexión inicial, a esa persecución de la actividad turística desde los libros escolares a cualquier foro o red social y preguntémonos ¿quién daña a la isla? ¿Es la actividad turística? ¿Son los turistas? ¿O somos los propios grancanarios que buscamos en el turismo el chivo expiatorio de nuestras propias frustraciones?

2 comentarios:

  1. Como colonia, somos mercado cautivo, quién crees que gana suministrando el mantenimiento de toda esa industria. Nosotros solo somos mano de obra y no necesariamente muy cualificada para el servicio. Quién esta rentando esa ocupación del territorio, con precios al costo y sin posibilidad de Soberanía alimentaria, industrial, cultural...

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  2. No nos quejamos del turismo, ni de lo construido para ellos, sino de lomal que se ha hecho. Sin ninguna visión de conservar el paisaje natural y de eso la culpa es solo nuestra.

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