Romería del Pino en Teror |
Si bien la ‘aparición’ tuvo lugar en 1481, y la Diócesis Canariense era anterior a la conquista (empezando por diócesis vacantes en Telde, Papagayo y Betancuria), los tinerfeños hicieron valer la aparición anterior de la imagen de Candelaria en las costas de la isla para reclamar el patronazgo de la provincia única en lo político y lo religioso, de nefastas consecuencias para el resto de las islas.
Así, en los estertores de la provincia única de Canaria, esa etapa infame de sometimiento a la insolidaridad, injusticia y censos inflados (en beneficio siempre de Tenerife y en perjuicio del resto de islas, y no me refiero a hace una década, sino al siglo XIX), Pío X envía el 16 de abril de 1914 el documento de rescripto que dejó sin efecto el decreto de la Sagrada Congregación de Ritos de 12 de diciembre de 1867 por el que se declaraba Patrona principal de las dos diócesis canarias a la Virgen de Candelaria, ya que no podía haber dos Patronas principales (lo del pleito insular tiene su máxima expresión en la iglesia católica, que no ha podido superar los recelos y siguen dependiendo los obispados canarios del arzobispado de Sevilla). Así, de un divorcio entre diócesis, surge la verdadera patrona, la que reúne en septiembre a todos sus fieles para darles esperanza y recogimiento en su fe. La que ha sido visitada por todas las figuras destacadas (creyentes) que han transitado por esta isla. Y la que Pancho Guerra describiera en aptitudes y entrega como la salvadora de la isla, que “a falta de mimos y justicia del ‘poder central’ -junto a Santiago ‘el chico’ de Tunte- eran los dos grandes medianeros de la tribulación isleña: El cigarrón berberisco; La sequía; La Hacienda; Los piratas; La División de la Provincia; El canto del alcaraván y el llanto de la pardela, con su barrunto de mortaja”…
Pero, al parecer, en esta isla no somos conscientes aún del esfuerzo –lucha, en la mayoría de los casos- que ha supuesto conseguir cualquier cosa. Como la división provincial, de las diócesis, los cabildos, los puertos francos, el régimen fiscal, la universidad… Y, sobre todo, no sabemos aprovechar esos momentos para dar un impulso social tanto para la comunidad local como para los foráneos a nuestras singularidades. Y es que este centenario está pasando sin pena ni gloria por nuestras vidas (y lo dice un ateo!!), cuando debía ser motivo de orgullo y de celebración para una villa que debería estar engalanada porque se celebra el primer siglo de uno de los elementos que más han hecho por su progreso, aunque en cierto modo haya derivado en un mercadillo de aspecto penoso que espanta al turista; en una romería de calles sucias y establecimientos abarrotados que hacen su agosto con los romeros y donde la planificación olvida la adaptación a los nuevos tiempos, ya que desde que Néstor Álamo y el Cabildo Insular dieran el sentido de escaparate mundial de nuestro folclore a la romería, poco se ha variado en su concepción a pesar de que hoy día vivimos en una sociedad multicultural en la que todo el mundo quiere recuperar su personalidad y originalidad, menos los establecimientos de Teror cuyos propietarios (los de los mercadillos y los de los bares y ventorrillos) sólo velan por su enriquecimiento fácil.
Otra ocasión desperdiciada que, a pesar de los esfuerzos de los responsables municipales, pone de manifiesto que los beneficiarios de estos espacios habilitados en el entorno religioso y social, donde se les permite el comercio, sólo creen en el negocio a corto plazo, hasta que haya el coraje suficiente para exigirles un respeto al espacio público y a la realidad de uno de los más importantes centros de peregrinación de Canarias con una enorme capacidad de proyección turística.
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