lunes, 19 de abril de 2021

Sin memoria no hay paraísos

Una cuartería de aparceros en Gran Canaria

Estimada escritora, Andrea Abreu.

Con su artículo ‘Si esto es el paraíso’ (El País. 17 de abril), ha removido usted la mitología macaronésica para poner en evidencia (o en la picota) nuestro paraíso de “la Europa tropical” turoperada. Y no anda usted desencaminada, porque los homéricos Campos Elíseos, entre alisios y sirocos, fueron y son un lugar privilegiado, pero los dioses no habitan la tierra, ni hemos vuelto a otear San Borondón en el horizonte. Así que, por mucho que lo recen en las guías, las islas no son un lugar donde suceden cosas extraordinarias, salvo que llegues a sentir distinto el tiempo y el espacio isleño bañado por luces de Mafasca.
 
Pero, desmitificar nuestro dogma turístico no nos tiene que denigrar la realidad. Hemos podido progresar gracias a los/as 'chones', y mucho. El analfabetismo ganaba por goleada (75,26%) en 1900. En 1950, antes del boom turístico no llegaba al 23% y así se ha mantenido hasta 2009, que cae al 13,9%. Ahora es del 1,6 (INE. 2019), lo que nos permite afirmar que las competencias educativas autonómicas han dado sus frutos, aunque seguimos entre las CCAA con mayor tasa de analfabetismo. Una cifra que, si la analizamos desde el punto de vista de género, nos muestra un perfil más femenino de esta estadística. Entenderá con estos datos las dificultades endémicas y casi insalvables de las mujeres en las islas para aspirar a trabajos de mayor nivel.

Pues sí, antes del ‘paraíso’ que buscaba en su niñez, según cuenta en su artículo, esta era una región con demasiadas personas que no sabían leer ni escribir. Con una de las tasas más altas de natalidad, multiplicándose por cinco el número de habitantes en un siglo, así como el último bastión de enfermedades tan anacrónicas como la lepra. Y, sobretodo, con un mercado laboral de trabajos inestables y mal remunerados en el sector agropecuario, sin apenas industria, por lo que la única salida a la miseria secular eran las embarcaciones clandestinas al sueño -otro paraíso- venezolano o caribeño, con la ayuda de la marea.

De ese pasado, no tan lejano, puede ver -todavía- las cuarterías de finas paredes sin encalar ni sellar, cubiertas por uralita o cartón piedra, cuartuchos donde se hacinaban familias de aparceros junto a sus cabras y gallinas. Poblados lumpen casi pegados, como souvenires gráficos, a las incipientes ciudades para la nueva clase hedonista europea, mientras las/os niñas/os, mujeres y hombres víctimas del subdesarrollo, no disfrutaban de otra cosa que de trabajar al sol de invierno canario, para mandar a los muelles de Canary Wharf (hoy convertido en centro de negocios) las ensaladas que daban color al ‘smog’ enfermizo de la City, recordándoles que el vergel de belleza sin par estaba a un par de días de barco. El mismo sol que baña actualmente esos surcos abandonados junto a los complejos turísticos que dan trabajo estable, con unas condiciones laborales establecidas por un convenio que paga más que el Convenio de Despachos, el que rige para las contratas que limpian los edificios del Gobierno, por ejemplo. Asimismo, durante la crisis económica de comienzos de la pasada década, el sector que vio crecer sus salarios fue el de la hostelería, por encima del resto de sectores, una actividad que no sólo mantenía el empleo sino que subieron los sueldos. Fue el sector que facilitó la recuperación económica del país.

Pues hete aquí que, en estas islas, se desmantelaba las industrias del tabaco (demasiado competitiva para la Tabacalera estatal), la pesca (desviada a Marruecos por intereses estatales) y el sector primario se mantiene asistido con subvenciones europeas (y eso que nuestro plátano es insuperable), por lo que en la actualidad apenas ocupación al 5% de la EPA. Pero en algo habrá que trabajar en unas islas más allá de la burocracia (las oposiciones se hacían en la Península, para que digan del centralismo), con pocas esperanzas de una industrialización en islas. Pero la ilusión nunca se perdió, metamorfoseada en el oráculo recurrente de que Canarias podría ser un paraíso para empresas TIC o punteras en energías renovables, aunque seguimos esperando que suceda el milagro de la metamorfosis. Por ello, mientras tanto: ¡Gracias que somos un destino líder mundial del turismo! (mientras seguimos exigiendo que se fomenten esas otras alternativas, aunque esa canción ya suena a gramola decimonónica).

No obstante, algo de razón tenían Hesíodo y Homero, cuando a falta de carbón, cobre, uranio, acero, petróleo..., hemos puesto a producir el paisaje, el clima, al coste de pérdida para generaciones futuras de un territorio que hemos de cuidar con más ganas que las que pusieron Néstor Martín-Fernández de la Torre, César Manrique y otros/as muchos/as. Por lo menos, a falta de materias primas, minerales o empresas del Nasdaq, nos queda la alegría de que la población no padece enfermedades endémicas propias de esas industrias extractivas o manufactureras que tienen salarios más elevados, pero también producen mayores impactos en el territorio y en la salud de sus poblaciones.

Esta realidad de islas balneario, asilo de Europa, fiesta interminable, el templo del ‘happy hours’ y el todo incluido, nos muestra el altísimo peso del sector servicios en la ponderación del salario medio en Canarias, al tener un importante número de trabajadores que no precisan de formación académica. Y ése es el motivo. Por eso tenemos la media salarial y de pensiones de las más bajas de España y de Europa, junto a la cesta de la compra de las más caras (los puertos..., qué poco se habla de su papel). Y, a pesar de todo, siempre con una de las cifras de paro más elevadas del país. Pero, para qué quejarse si vivimos en este paraíso publicitado.

No es tan malo trabajar en el turismo, ni en la minería, ni de basurero urbano. Es cierto que no son necesarias cualificaciones especiales en los trabajos que más mano de obra se precisan para el turismo. Y es que después de décadas (casi un siglo y medio), desde los diferentes servicios de limpieza, animación, mantenimiento, promoción, big data y revenue management, restauración, o los cuidadores de animales en un parque temático… todos/as son profesionales, en su mayoría excelentes, capaces de convertir momentos en experiencias paradisíacas. En un sector donde el trato personal es clave del éxito de un establecimiento, de un destino. La amabilidad es una seña de identidad de los profesionales del turismo. Por eso, reflexione sobre el recuerdo que todavía vive en su memoria de cuando el dueño del complejo turístico le invitó siendo niña a saltar a la piscina mientras su madre atendía las habitaciones. No fue un gesto aislado, sino su forma de hacerle disfrutar de una experiencia inolvidable y que deseara volver en un futuro a ese hotel. Regresar al paraíso de aquella infancia. ¿Qué otra actividad económica puede obrar ése ‘milagro’?

4 comentarios:

  1. Hablar así del turismo es como decir que gracias a que nos conquistaron no vivimos en cuevas ni vestimos con pieles de cabras. Hay formas de progreso que no implican concentración de riqueza en unas pocas manos, precariedad laboral (alta temporalidad y sueldos bajos) ni destrucción de la naturaleza. La solución a esas cuarterías, cuartuchos y poblados fueron la generación de periferias y polígonos de vivienda que reforzaron la exclusión social y generaron la dicotomía dentro-fuera. Y esas enfermedades que ya no existen se han sustituido por dolores y otras patologías derivadas del trabajo físico de, entre otras personas trabajadoras del sector, las llamadas Kelys. No, no todo vale. Y sí, sí hay alternativas. Remplazar una miseria por otra no es la solución. Y en cuanto a la amabilidad como seña de identidad... Fueron otros quienes nos catalogaron de gentecilla amable, simpática y servil tras sus viajes exploratorios por una tierra que ya se encargaron esas mismas personas de describir como paraíso frente a sus ciudades industrializadas que ya comenzaban a ser irrespirables. Esa seña de identidad no es más que nuestra reproducción de un rol catalogado por otros que lo que esconde no es más que la servidumbre, el complejo y la miseria de un pueblo. Hay muchas bondades en esta tierra, pero desde luego no son fruto del turismo, sino de la propia naturaleza y del trabajo de su gente.

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    1. La conquista puso en explotación los recursos de la isla con los métodos de los nuevos colonos, como antes hicieron los pobladores prehispánicos... por lo demás, turismo hay en todos sitios, de diferentes formas. Y antes de que llegara a Canarias. No creo que sea como usted lo pinta.

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  2. Las bondades que usted le otorga al turismo y que nombra arriba, una por una, tienen más que ver con la lucha sindical, los movimientos sociales y las conquistas de derechos por parte de la ciudadanía que con la actividad turística en sí. No lo veo querido Michel. No lo veo.

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  3. La primera huelga general de la Hostelería en Canarias fue en las navidades de 1978. Lo tiene documentado en este blog.

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