martes, 4 de enero de 2011

Gran Canaria, destino troglodita

Entrada al restaurante-cueva Tagoror
Estamos ante uno de los productos turísticos más genuinamente grancanario y que, como en tantos otros casos, la burocracia turística de la Isla no ha hecho nada por impulsarlo, es el uso de las grutas y cuevas existentes en el territorio insular.
El uso de cuevas como vivienda es una tradición que en Gran Canaria se remonta a la época anterior a la colonización de la Isla. De ahí que entre los elementos más significados del patrimonio histórico contemos con varias joyas dignas de ser visitadas y, por tanto, promocionadas como recurso turístico. Entre las cuevas más llamativas tenemos el caso emblemático de la Cueva Pintada de Gáldar, hoy convertida en el centro del Parque Arqueológico que lleva su nombre. Pero, además, podemos enorgullecernos de otros enclaves prehispánicos como la Cueva de los Diamantes, en Artenara, con sus numerosos puntos blancos que asemejan a un cielo estrellado. También en este municipio encontramos la Cueva de los Candiles, con numerosos triángulos invertidos excavados en las paredes, lo que ha sido considerado un lugar de rito a la fertilidad.
Otros conjuntos arqueológicos los forman La Audiencia, en Temisas, con sus viviendas, silos y demás elementos necesarios para los pobladores de este lugar; o Cuatro Puertas, en Telde, donde todos los años en un día concreto la luz solar cruza el interior de la cueva hasta señalar un punto concreto del interior de la misma hasta un punto destacado, por lo que su uso se ha vinculado a las prácticas mágico-religiosas de los canarios. Ansite, en Santa Lucía de Tirajana, con su gruta que atraviesa el roque, la cueva del Gran Rey en Tejeda, la de los Caballeros en Artenara... son lugares de gran atractivo turístico por su valor histórico y misterioso. O, por su espectacularidad, el Cenobio de Valerón, con sus numerosos silos excavados bajo el imponente sobrevuelo de la montaña que en su pico conserva el tagoror de asientos labrados en la piedra.
Otro aspecto a destacar es la presencia de numerosos núcleos de viviendas en cuevas: Guayadeque, Acusa, barranco de Siberio... Muchos de ellos convertidos hoy en ecomuseos que, en algunos casos, guardan relación con actividades tradicionales, como la alfarería en La Atalaya de Santa Brígida.
El tiempo ha dado paso a nuevos usos de aquellas construcciones, bien para viviendas de numerosas familias o para crear iglesias como la de Guayadeque o La Cuevita en Artenara. También hay quien ha utilizado aquella técnica para crear laberintos sorprendentes para el turismo, como los restaurantes 'Tagoror' en Guayadeque o el que se encuentra junto a la iglesia y la plaza, o el restaurante La Silla en Artenara, con su espectacular vista sobre la caldera de Tejeda una vez cruzada la gruta que nos lleva de la vertiente norte a la sur de la montaña. También está las Grutas de Artiles en Santa Brígida, o construcciones de uso industrial como el laberinto de cuevas de la pirotécnia San Miguel, en Valsequillo.
Y es que el uso de las casas cueva se ha extendido al sector turístico, con una amplia oferta de casas cueva, con su comodidad, su microclima (frescas en verano y cálidas en invierno) que convierten estas viviendas en verdaderas bioconstrucciones donde no se precisa ni aire acondicionado ni calefacción.
La capital grancanaria también disponde de un interesante repertorio de viviendas en cuevas, si bien la mayoría de ellas ha desaparecido bajo la dinámica de crecimiento de población y de edificios en bloques y polígonos. Reseñas de esas construcciones tenemos en las obras de Claudio de la Torre ('El verano de Juan el chino') o de Víctor Doreste ('Faicán'), si bien el interés por las construcciones en cuevas y su uso ha llamado la atención de todos los escritores canarios y foráneos (Miguel de Unamuno o Alberto Sartoris, entre otros).
Es evidente que no se ha valorado suficientemente este recurso en Gran Canaria, mucho más atractivo y complejo que en el resto de islas, con la elaboración de un inventario, catálogo y rutas que permitan descubrir la tradición troglodítica de los grancanarios y sus demás vertientes: los numerosos pozos y galerías que horadan la Isla, o el caso llamativo de las galerías militares que se crearon en los distintos cuarteles o puntos estratégicos como el Manuel Lois (recientemente cedido al Ayuntamiento de la capital) o la montaña de Arinaga, con sus laberínticas galerías que albergaban a la tropa y munición de las baterías de costa que allí fueron instaladas para evitar una invasión de tropas aliadas durante la segunda guerra mundial.
Lo dicho, tenemos un producto turístico infravalorado que cautiva y sorprende a quienes nos visitan y, también, a nosotros mismos que apenas conocemos nuestro patrimonio troglodítico.

4 comentarios:

  1. Esta Navidad estuve unos días en Gran Canaria y visité la Fortaleza de Ansite (o lo que queda de ella). Me pareció terrible la forma en que tratan este lugar las instituciones. Ni una valla, ni una explicación, nada de nada. Soy de Sevilla y me sorprendió el estado del yacimiento. Aquí, en Andalucía, una piedra que aparezca es mimada y estudiada y, si merece la pena, engrandecida como pasado que es. No entendí lo de Ansite y sigo sin entenderlo....

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  2. Gracias, Tomareña, por su comentario... La gruta de Ansite es uno de los despropósitos más grandes de nuestro patrimonio arqueológico. En su entorno se realizaron diversas 'excavaciones' a pico y pala y, en ocasiones, con explosivos... No obstante, existe un cmabio de tendencia, lento e insuficiente, para valorar y preservar el patrimonio histórico insular, aunque el escaso territorio y las grandes presiones e intereses sobre nuestra tierra tienen un papel más decisorio que el de la presencia de bienes patrimoniales.

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  3. Eso de lo que usted habla y que tiene mucha razón, en esta tierra es casi imposible porque no se lleva en la sangre, no se vive, ni se siente,...ahora si diga usted de disfrazarse, de vestirse de mago y de cantar bla,bla a la tierra ¡¡¿?¡¡ salen como hongos.

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    1. Pues sí... Es un mal extendido y que obedece a una mal entendida identidad convertida en simplonería.

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