Una de las playas de Papagayo |
La polémica ha estallado tras el anuncio de instalación de 250 hamacas, 125 sombrillas, kiosco con terraza para 20 mesas, torreta de vigilancia e infraestructura para 10 patines y 10 kayaks en Playa Mujeres, la primera de las calas de Papagayo en el municipio lanzaroteño de Yaiza. Colectivos ciudadanos, incluida la Fundación César Manrique (FCM) se oponen a tal medida, entendible desde el prisma del Ayuntamiento por la necesidad de recaudar fondos para mantener servicios municipales –incluida la limpieza de las playas-.
Estamos ante un tema sensible para los canarios porque nos cuesta desprendernos de aquellos momentos intensos, solitarios, vividos en la naturaleza. Por ejemplo, mi primera estancia en Guguy en 1974, donde vimos cómo se marchaba un extranjero con el solajero del mediodía y le preguntamos si había alguien en la playa y nos respondió que no. Al preguntarle por qué se marchaba nos respondió que ya había demasiada gente... O cuando acudí por primera vez a la Caldera de Taburiente en 1975, donde sólo vimos un par de vacas pastando en los cinco días que estuvimos en el interior del Parque Nacional. O aquella primera vez en Papagayo en verano de 1978, con las calas vacías, desérticas...
Todavía hoy se conservan lugares y paisajes que mantienen aquel ‘estado del espíritu’.
Los mismos que ofrecemos en las imágenes promocionales para que nos visiten en busca de la ensoñación del paraíso enmarcado en paisajes de sol y playa. De hecho, el turista sabe que cerca de su cama de hotel está ese espacio antagónico a la urbe, aunque no vaya a pasear o bañarse porque se queda en su jardín de hotel con piscina y terrazas soleadas que se llevará en su retina para conservar en su casa mientras ve pasar los días laborales a la espera de la vuelta a las vacaciones.
La playa, no necesita intervención ni interpretaciones para mantener sus atractivos (y menos en Canarias). Sol, mar y arena –y encima rubia, el oro natural de las Islas-. Es nuestro mejor reclamo y recuerdo. El souvenir sin artificios. Además, el turista puede acceder en las Islas a otros productos para el tiempo que también son activos en determinados espacios y de los que César Manrique ha sido el perfecto ‘artescenógrafo’: la sutil accesibilidad a los Jameos; las formas lumínicas de los ríos de aire y piedra de la Cueva de Los Verdes, La exhibición generosa del fuego de Timanfaya, el jardín del volcán de cactus en Guatiza. O las aportaciones del pueblo lanzaroteño durante siglos con sus mosaicos vivos en las salinas o la escultura de siglos sobre el picón para crear la Geria...
Pero la playa, nuestro territorio de más calidad ambiental, paisajística y social, era la imagen turística a vender. Hasta que se vendió a precio de saldo sin pensar que se estaba acabando con las reservas del sueño vacacional en determinadas islas y en especial en Lanzarote.
A todo esto, volvemos al periódico La Provincia del sábado en el que se publica que en 1984 César defendía la virginidad de la playa de Papagayo y se opuso con su lógica aplastante a las intenciones de Honorio García Bravo (el que decía que el agua del municipio que presidía, Yaiza, era el champán Moët Chandon, aunque sólo lo bebía él y unos pocos allegados). Un político a la usanza bananera de estas ínsulas sumisas a los vaivenes de intereses particulares, locales, insulares o arbitrarios. Sin embargo, la reacción enérgica (siempre) de Manrique logró una victoria pírrica, ya que García Bravo gestaba una maniobra que superaba el peor escenario imaginable para el artista: la venta de todo el territorio de Papagayo (que era de propiedad municipal, de todos los yaizeros) a un testaferro. Una historia que debió merecer un procedimiento judicial, pero en este país el bien público es una quimera a expensas de saqueadores.
Ahora a pocos metros de las maravillosas playas de Papagayo hay una marina para yates en El Rubicón, hoteles ilegales, apartamentos y nada de cuidado del torreón, ni de los algibes... Las primeras construcciones coloniales de la historia de estas islas de la fortuna (para unos pocos) son testigos de la desidia institucional como ejemplo de la gran mentira del discurso de la puesta en valor de la naturaleza, la cultura y el patrimonio cultural como elementos de autenticidad para la satisfacción de los deseos del turista.
Los yaizeros –mayoritariamente- han permitido que les saqueen a antojo y hayan ocupado el espacio de más valor paisajístico y turístico de la Isla (sin menospreciar el resto de parajes de Lanzarote que tanto admiro, tanto naturales como los transformados por el pueblo lanzaroteño o la visión de César). Pero en este caso, se pretende conseguir recursos para mantener unos servicios que permitan atender las necesidades de los ciudadanos y mantener la actividad turística (la legal) en unos niveles aceptables para no hundir al sector.
Una falta de dinero que hay que cubrir, pero que –posiblemente- con la colocación de hamacas, sombrillas, bar, etc., pondría fin al escaso territorio que queda en la isla para disfrutar de la playa como se ha venido haciendo históricamente y como esperan los turistas.
Ante esto ¿dónde está todo el dinero que se ha movido por el municipio con la construcción de tantos complejos turísticos? No queda nada, nos dicen y ahora el Consistorio retoma una iniciativa que no sacará a Yaiza de la miseria en que lo han sumido un rosario de alcaldes que han trasladado la actividad administrativa a los tribunales. La medida no solucionará –ni de lejos- los problemas financieros del municipio y, por el contrario, será un paso más en la pérdida de atractivo del paisaje idealizado en el que las hamacas suplantarán la imagen de Raquel Welch perseguida por tortugas gigantes del terciario. Una cuestión financiera que asfixia a un municipio que cuenta con 18.000 camas turísticas de las que 8.000 son ilegales y, aún así, acaba de aprobar un planeamiento que incrementará la oferta hasta 25.722 plazas.
Quizás sea este el ejemplo más claro de las carencias de un destino de sol y playa, naturaleza y clima... ¿Qué se ‘vende’ si el recurso es intangible? Cuando el territorio es el principal recurso turístico y éste se encuentra en islas –por lo que es escaso y limitado-, cualquier medida debe contemplar las dos variables para que sea sostenible: Paisaje (emociones y tiempo) y espacio (actividades).
En Canarias hasta ahora, la industria turística ha funcionado vendiendo los espacios más valiosos, los territorios, con métodos bananeros... Ya es hora de que el negocio deje de amenazar la calidad del destino, una opción negativa para todo el sector. En el caso de Yaiza, al parecer, el objetivo es la defensa de los intereses de los grupos que han ocupado el territorio ilegítimamente a la vista de las sentencias condenatorias. Tal ‘asalto’ no ha supuesto la garantía de liquidez y solvencia económica del Ayuntamiento.
Por ello, ahora toca gravar a los usuarios de las playas con servicios privatizadores y adulteradores de la playa. Frente a ello, se plantea que la legalización de los establecimientos (sea por subasta u otro procedimiento) permita al Ayuntamiento obtener fondos para garantizar los servicios.
Pero, aún así, esta solución que plantean desde la Fundación César Manrique no solucionaría el problema de ruina enquistado en Yaiza (y extrapolable a los municipios turísticos). Y es que los canarios tenemos una contradictoria forma de gobernarnos: por un lado tenemos muchas limitaciones y muchas normas que permiten al turista disfrutar del paisaje y del tiempo (la Ley del Cielo, la de Espacios Naturales, la de Directrices y otras que nos diferencian de otros destinos turísticos). Por el lado contrario, no hay financiación para desarrollar y garantizar el futuro de esos recursos tan determinantes para el éxito turístico.
Estamos en el punto en el que se ha de tomar decisiones que solucionen los problemas de las partes implicadas: Ayuntamiento (y otras instituciones), ciudadanos y sector turístico. El primero necesita dinero (y esperemos que sea con honestas intenciones); la sociedad isleña defiende un paisaje del que está orgulloso y sabe que es reclamo para turistas; y los hosteleros saben que el precio es la medida que les hace competitivos y que el paisaje es la medida que permite satisfacer el tiempo de vacaciones a sus clientes. Por ello es necesario un pacto que garantice ingresos y respete los restos de naturaleza que han sobrevivido y que, además, son parte de la oferta del paraíso soñado para el turista.
El canario –y el turista- no entiende ni acepta la agonía territorial. Una decadencia que desde las administraciones no ha sido frenada, a pesar de moratorias, directrices y otros discursos que han perjudicado a unos y no han satisfecho a otros, al no existir un acuerdo social previo que debió establecerse en torno a un Compromiso por el Desarrollo Sostenible que intentó ponerse en marcha, pero que debe retomarse con toda urgencia.
Parece algo anecdótico, pero estas hamacas suponen una transformación de la playa y el cobro de impuestos y tasas a los usuarios, lo que es una discriminación para el residente.
Habrá que ver cuánto y en qué conceptos se aporta por el vecino y por el turista para de esta manera poder establecer los criterios de uso y disfrute del paisaje/tiempo y del espacio/actividad en nuestras Islas. Lo extraño es que todavía no se haya hecho. Yo creo que no es difícil cuantificarlo y repensarlo. De hecho, creo que podría dar paso a un Pacto por el sol.
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