martes, 25 de diciembre de 2012

Rostros de la barbarie

Bahía de Cochinos (1961. Acrílico sobre táblex, 94x123 cm)

La obra de Jane Millares tiene una permanente referencia a la opresión que padece la mujer, sin dejar de reivindicar los valores y orgullo de la feminidad. Asimismo, hay una temática afianzada en la obra que está vinculada a retratar y reivindicar los elementos identitarios de la isla y la canariedad en la arqueología, la arquitectura, el paisaje y en los pequeños detalles de una vida de recreación en lo cotidiano y lo cercano.

Pero también hay otra Jane Millares con profundas convicciones y sufrimientos: el dolor que le produce la barbarie humana.

Miembro de una saga de intelectuales y defensores de los derechos humanos, Jane expresa en diferentes épocas su angustia por las atrocidades que comete el ser humano contra la humanidad.

Implicada con sus hermanos en lo social a través de la poesía y de la pintura sin someterse a las imposiciones de la dictadura o de una curia que se posicionó a favor del fascismo, principales inquisidores contra Juan Millares Carló (padre de Jane al que despojaron de su cátedra). Por su parte, Jane Millares Sall aporta un mensaje directo y descarnado contra el fascismo y el imperialismo, así como contra la pena de muerte que, en este país y en aquel momento, se ejecutaba mediante el garrote vil.

Hay tres cuadros que reflejan perfectamente esta dimensión política de Jane Millares: La cara del fascismo, Bahía de Cochinos y El garrote vil.

La cara del fascismo (1961. Óleo sobre táblex, 59´5x46´5 cm)


La cara del fascismo es un retrato que no precisa interpretación. Un rostro descarnado, brutal, monstruoso y envilecido. Un rostro que completa el plano con el saludo fascista con una mano desproporcionada que se muestra arrogante y coactiva al espectador.

Bahía de Cochinos es una obra de especial dramatismo, de tonos y figuras angustiosas. Con la presencia obsesiva del rojo sobre el negro. En este cuadro, Jane incluye elementos icónicos con los que plantea un manifiesto contra la injerencia bélica de las potencias militares. En la obra encontramos tres aviones bombarderos, máquinas grises sobre un espacio de dolor y seres retorcidos. Bajo cada aparato el estruendo en colores de tres bombas. Cinco rostros se sitúan en la zona inferior. Cuatro seres agonizan y el quinto exhala su último aliento en forma de una extraña figura en negros y grises de la que se eleva un puño que forma el ídolo o icono central del cuadro y ‘golpea’ uno de los aviones. Es el único rostro que tiene dos figuras en el ojo, a modo de párpados cerrados, la muerte sin sentido de un ciudadano sobre el que caen los impactos arbitrarios de la maquinaria de guerra más brutal.

El rojo lo domina todo, un rojo de llamaradas en casi toda la obra salvo en la parte inferior, donde el rojo recuerda la sangre, a borbotones, dantesca imagen anegada en coágulos de destrucción. Sobre el sangriento escenario, el primer avión luce de forma causal unas líneas que permiten leer a primera vista el símbolo de la svástica nazi, torturante recuerdo de la reciente guerra mundial y la participación alemana en la guerra civil española. Aviones que vienen desde un occidente imaginario frente al que una mano abierta muestra su rechazo a la barbarie, un ‘no pasarán’ de un pueblo sin armas para hacer frente a un enemigo que reparte muerte y tragedia colateral en cada bomba arrojada.

Garrote vil (1974. Acrílico sobre táblex, 89x100 cm)


Por último, y no significa que sea su última obra sobre esta temática, nos paramos a observar El garrote vil. La pintura que realizó en homenaje a Juan García, El Corredera, la última víctima de la guerra civil y el último condenado y ejecutado con la pena de muerte en Canarias. Todos los intentos por conmutar la pena de muerte por parte de la sociedad grancanaria, incluido el obispo, fueron inútiles y en octubre de 1959 era ejecutado el hombre para que surgiera un mito en la historia local. En este proceso tuvo un importante papel el marido de Jane, Luis Jorge, quien visitaba al perseguido junto a Germán Pírez, y fue el que –como corresponsal de United Press International- remitió los telegramas que dieron a conocer en el mundo el proceso y el final del Corredera.

Para reflejar los sentimientos de la artista, el lienzo está cubierto de negro, de una época oscura sin claridad ni luminosidad, una censura que lo intentaba ocultar todo. Sobre ese fondo, unas líneas que reconocen un cuerpo en forma de Cristo en la cruz, el martirio de un ser humano frente a la más letal de las sentencias de los humanos: la pena de muerte. Una muerte a través de un punzón que penetra en la nuca y provoca la caída mortal de una figura que es la cabeza del condenado.

Tres obras realizadas en una época en la que la persecución y represión de los contrarios al régimen franquista fue experimentada por Jane Millares que vivió en el seno de su familia el exilio, la ruina económica a causa de la depuración de su padre como catedrático por sus ideas republicanas, o que pudo ser testigo de la detención de sus hermanos y, lo más grave aún, sufrió la muerte de su hermano Sixto con tuberculosis a los 22 años por falta de una alimentación adecuada.

Imágenes y recuerdos de una realidad que plasmó en estas obras (y otras) que recogían las obsesiones que le provocaron profundos estados de depresión ante un mundo que no comprendía y que tenía como seña de identidad la destrucción desproporcionada por la arbitrariedad de unos pocos.

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