Laforet, Guerra, Noreg y Mesa. Madrid 1947 |
Celebrar el centenario de una persona ilustre a lo largo de un año da para mucho: exposiciones, conferencias, documentales, publicaciones… Pero si coinciden varios en el mismo ejercicio, todo es más confuso, probablemente no debería afrontarse como un recordatorio personal, sino generacional. Y así tendríamos una generación conformada por varias personalidades de la isla. A los que habría que sumar aquellos/as que nacieron en otros lugares, pero que deben a la isla su realización personal. En esta situación tendríamos dos barceloneses de la talla de la escritora Carmen Laforet y al pintor Baudilio Miró Mainou. ¿Se puede separar su creación de la de sus coetáneos isleños como los escritores José María Millares Sall, Lola de la Fe, Manuel González Sosa o la pintora Lola Massieu? Probablemente, no. Y menos en una ciudad que en aquella década oscilaba entre los 60.000 y 70.000 habitantes, cuando hoy ya se sitúa en los 380.000.
Aquella generación no lo tuvo fácil. Nacieron con la resaca de la primera Guerra Mundial, la dictadura de Primo de Rivera y la dictablanda, y sufrieron los efectos de la primera gran crisis planetaria del crack del 29 en Wall Street. Luego vendría una Guerra Civil y su posterior dictadura, que se prolongó durante décadas, además de una segunda Guerra Mundial y su ‘guerra fría’.
Puede que esta realidad que les tocó vivir determinó su futuro, pero si algo influyó en su obra fue su vinculación con Gran Canaria. Ahí tenemos el caso de la escritora Carmen Laforet, quien reflejó el momento de España en sus grandes novelas, pero también tuvo un tiempo y un pensamiento hacia la isla donde vivió su infancia y juventud, hasta finalizada la guerra española.
Y ahí están sus artículos y una guía sobre Gran Canaria (Editorial Noguer, 1961) que demuestran el conocimiento y sentimiento de la isla, de su capital que “es aún una ciudad adolescente. Se ve cómo por años va creciendo y perfilándose”, donde pasar “unas magníficas vacaciones de playa en pleno invierno, y esto le pone de buen humor al recién llegado”. Y de ahí hacia ‘Las Palmas’ “la ciudad propiamente dicha”, tras recorrer la zona residencial de la Ciudad Jardín y “el Pueblo Canario, construido en memoria de Néstor de la Torre, canario y amante de sus islas hasta preocuparse de resucitar su folklore, de dibujar sus trajes típicos sobre modelos casi olvidados”.
Carmen Laforet conoce perfectamente el carácter isleño, de quien “cuento que el canario es alegre y parrandero, pero que hay que conocerlo en su hospitalaria intimidad. Si mi amigo permanece algún tiempo en la isla, conocerá los bellos interiores de las casas canarias, su cálida acogida. Será recibido en simpáticas reuniones; oirá cantar isas y folías acompañadas por guitarras y timples”, momentos que “brotan espontáneamente de la misma manera de ser de la gente de aquí y de su alegría de vivir”. Una ciudad que vive una perpetua primavera porque “en las zonas bajas de Canarias no se conoce ningún aparato de calefacción. En Las Palmas jamás haría falta”.
Nuestra escritora, que tan intensamente vivió su juventud y que tuvo por amigos íntimos a numerosos isleños, entre los que destaca Pancho Guerra Navarro, el escritor que trabajaría como redactor en el diario Informaciones que dirigía su entonces esposo, Manuel Cerezales, y a quien prologó el libro ‘Memorias de Pepe Monagas’ (1957). Vio salir de imprenta la guía de Gran Canaria el mismo año en que fallecía repentinamente su amigo en Madrid. Un momento muy especial para recordar aquellos paisajes de su infancia y juventud. Aquella isla que tenía tres carreteras principales para que el visitante “pueda darse cuenta de las principales bellezas, y de los panoramas insólitamente distintos que ofrece” Gran Canaria, el ‘continente en miniatura’, “como si en su territorio se reuniesen distintas costumbres, paisajes y países”.
Laforet detalla cada pueblo y caserío, sus cultivos que son como los trazos de un cuadro de una realidad de hace seis décadas en la que resalta las plataneras, el cultivo de la cochinilla sobre las tuneras o las “plantaciones de tomates, uniformes, blanquecinas gracias al encafiado que sostiene las plantas, y el cálido mar brillando detrás de ellas”… “El cultivo de este fruto invade ampliamente la mitad sur de Gran Canaria. Más que labor agrícola parece de jardinería. Millares de mujeres siembran, levantan con un bosque de cañas las tiernas matas de los tomateros. La tomatera canaria es una figura pintoresca de la mayor fuerza expresiva, por su atuendo original y su animoso carácter”.
De ese paisaje agrícola surge la visión de la “inmensa playa de Maspalomas, con su faro y su laguna de agua dulce, llena de plantas acuáticas y aves, rodeada de bosques de palmeras que llegan al mar y cordilleras de suaves dunas doradas. Es un paisaje de belleza espectacular, verdaderamente turística. Al fondo, la cumbre de la isla, brumosa, de color violeta y rojizo. Enfrente el mar, siempre, en cualquier época del año, cálido y dispuesto a recibir vuestros cuerpos para un delicioso y prolongado baño. Maspalomas es uno de los lugares paradisíacos del mundo”.
Y traigo esta última cita de la escritora sobre la zona cumbrera de la isla, donde “Entre estos riscos gigantescos destacan los monolitos del Nublo y del Bentayga y el Fraile. Eran riscos sagrados para los primitivos habitantes de la isla. Aún hoy producen una fuerte emoción, casi religiosa, entre el oleaje mudo, azulado, de las montañas”. Hoy siguen como montañas sagradas con el reconocimiento, además, como Patrimonio de la Humanidad.
Muy buen articulo, gracias por ese trabajo.un saludo
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