Hace un siglo, en 1920, fallecía en Madrid el escritor Benito Pérez Galdós. Uno de los novelistas más importantes de la literatura española. Impenitente viajero, a caballo entre el origen romántico del Grand Tour, el descubrimiento de los incipientes transportes de masas (barcos a vapor y ferrocarriles), las visiones futuristas de Julio Verne y su afán por la precisión de los lugares que describe.
Galdós entronca en la tradición viajera de Canarias, lugar de escala de tantas expediciones como de salida de ilustres isleños que tendrían un protagonismo singular en la historia del viaje, como José de Viera y Clavijo (amigo de Robespierre que lanzó el segundo globo aerostático en España), Agustín de Betancourt (ingeniero del Zar que fue el primero que voló en un globo en España en 1783), la familia Galván (pioneros del Grand Tour norteamericano en 1903), o Jerónimo Megías (primer turista que dio la vuelta al mundo en un crucero, el 'Franconia' en 1927, y en una aeronave, el Graf Zeppelin en 1929)…
Hay varias publicaciones sobre la faceta ‘viajera’ de la obra galdosiana, si bien literario, sociólogo, geográfico, histórico... con algunas citas o comentarios sobre cómo entiende Galdós el hecho del viaje, cómo manifestó esa transformación que produce en el ser humano, en el conjunto de la sociedad, el viaje.
Y es que Galdós fue un escritor de viajes desde sus primeros escritos, siendo alumno del Colegio San Agustín de Las Palmas, donde publica en el periódico escolar una premonitoria sátira titulada ‘Un viaje redondo’, iniciando las colaboraciones periodísticas que luego continuaría en El Ómnibus, dirigido por uno de sus profesores, Agustín Millares Torres, autor de la 'Historia de la Gran Canaria' (que inspiraría algunos de sus primeros dibujos), quien también despertó en el joven Galdós el gusto por los clásicos y la música. En aquel colegio recibió el magisterio con figuras de la talla de Fernando León y Castillo o Nicolás Estévanez, entre otros.
Las publicaciones sobre Galdós destacan su pasión viajera y cómo ha sido un impulsor del interés por conocer España, si bien visitó otros países de los que dejó una amplia crónica de viajes en los periódicos con los que colaboraba. Una actividad que realizaba con la calidad y profundidad características en este escritor, quien tuvo en su padre militar el estímulo de las referencias históricas en primera persona de grandes acontecimientos bélicos. Además, desde joven tuvo que viajar entre islas (vivió también una cuarentena en 1851 por la epidemia de cólera morbo), así como a la Península, en 1862, para vivir en Madrid, y su residencia en Santander. Además, tenía un especial apego a Toledo, con todo su simbolismo, al igual que la Generación del 98 mostraba su fascinación por Castilla.
Durante su vida, además del barco, Galdós usó en sus desplazamientos el ferrocarril, caballos o carromatos. Los alojamientos y servicios presentaban importantes diferencias. La duración de un viaje hoy día podría ser de una hora por un día, lo que dejaba mucho tiempo para escribir y conocer gente. Viajar era una odisea, pero ya se apuntaba el crecimiento del radio de conexiones, la mayor capacidad de carga y rapidez, así como las frecuencias más estables.
Galdós es uno de los más prolíficos autores de crónicas de viaje del XIX: Cuarenta leguas por Cantabria (1879). Memorias de un desmemoriado, Viaje a Italia (1888) o La excursión a Portugal (1885) la serie La casa de Shakespeare (1889). Un pasaporte literario con sellos de Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda y Dinamarca. Además, habría que añadir sus desplazamientos por España. La biografía realizada por Yolanda Arencibia, recientemente publicada y ganadora del premio Comillas, nos acerca al cuentakilómetros de la vida del infatigable escritor.
Viajar cambia a las personas y Galdós quería contagiar ese cambio a través de su obra literaria. Pero también anticipa algunos fenómenos que estaba gestando el turismo en sus orígenes. En sus textos nos recuerda que "no se viaja sólo para admirar museos, ver espléndidas fachadas y alabar a los arquitectos", porque a Galdós le interesaba la realidad. Amplia. Las ciudades con vida y su esencia. También reconoció las 'ciudades muertas', lo que hoy llamamos 'destinos maduros' u obsoletos.
Galdós conoció el desarrollo turístico de su ciudad, el auge del turismo de salud con los balnearios de Gran Canaria. Pero no comprendía el modelo turístico de moda con los lugares veraniegos de recreo: "lo más a propósito para que el viajero se aburra de lo lindo”.
También visitó lugares que atraían muchos visitantes, como en la tumba de Julieta Capuleto en Verona, donde sintió el asedio por una turbamulta de turistas... ¡en 1888! En ese mismo viaje reflexiona sobre los recursos turísticos y su interés para el viajero: "Aunque el interior de los palacios y de las iglesias de Venecia ofrece innumerables hermosuras a la admiración del viajero, más interés encuentro en recorrer la ciudad por canales y callejones, en ver la espléndida decoración externa de sus monumentos, en examinar los tipos y fisonomías de la raza y en contemplar aquel mar que a ningún otro se parece por la placidez y brillo de sus aguas".
Como progresista, cosmopolita y librepensador, desencantado de la política del "acta y la farsa", prefiere la observación personal, ver a los hombres y a las piedras hablar y describir sucesos memorables a través de los paisajes, de España y otros países, los que ambientan la proyección de sus personajes, tanto en los Episodios Nacionales como en las Novelas Contemporáneas. Un espacio abierto a un gran público, nada desdeñable para mostrar el Galdós erudito, analítico, irónico, poético, pedagógico...
También en ese cementerio de Verona, junto al sarcófago antiguo de mármol sin restos humanos de Julieta, Galdós describe la experiencia del viaje: "la realidad se oscurece, y lo ideal y soñado vive eternamente en la memoria humana". Eternamente, como su obra.
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