Jameos del Agua (Lanzarote) |
Ahora le toca al turismo. Y, tras afirmar que estamos ante otro monocultivo, se habla de diversificar la economía. Parece sencillo. Es lógico, pero tras casi cuatro décadas de autogobierno con el resultado que conocemos está claro que hay mucho que mejorar (en todo), y que cada cual tiene su fórmula para buscar otros modelos de actividad que puedan mantener la economía de las Islas Canarias. ¿Vivir de la agricultura? Nos olvidamos de que el sector primario recibe la mayor parte de las ayudas europeas y -ni con esas- sólo supone el 1,5% del PIB y un 2% del empleo. O la industria, que aporta poco más del 3% del PIB y en torno al 1,5% del empleo… pero claro, hay que culpar a alguien o a algo cuando vienen mal dadas. Y el turismo tiene ese punto de ‘invasores’, xenofobia y echar culpas a lo desconocido en vez de flagelarse y entonar el ‘mea culpa’ por no haber sabido desarrollar otras actividades económicas alternativas o complementarias que (supongo, por lo que opina tanta gente) serán muchas y muy rentables pero a nadie se le ha ocurrido ponerlas en marcha y, encima, a las administraciones les resulta cómodo seguir repitiendo los mismos errores.
Y aquí estamos, con un sector turístico que produce directamente el 36% del PIB y 4 de cada diez empleos. Indirectamente… calculen y piensen las consecuencias de cada medida para cambiar el ‘monocultivo’.
¿En realidad estamos ante un monocultivo? Yo creo que no. Pienso que hemos tenido durante décadas una oportunidad extraordinaria y no hemos sabido sacarle todo el provecho. El turismo y el viajero son actividades que han perdurado en el tiempo en nuestro territorio insular lo que es una debilidad y una fortaleza. Estar aislados nos limita por la dependencia de la conectividad, pero nos convierte en fortaleza ante otras situaciones, como la filoxera, aquel parásito de América del Norte que a mediados del XIX arrasó los viñedos de Europa y nos libramos conservando variedades únicas de vid… Otro monocultivo que nos publicitó el mismísimo William Shakespeare.
El turismo no es un huerto, una nave industrial o una compañía de transportes. Es una actividad que lo abarca todo y a todos. Somos receptores y emisores, somos turistas y objeto del turismo. Somos nómadas climáticos, digitales, deportivos, por salud, por hedonismo… Por ello nuestro destino está afectado más por problemas exógenos que por los propios, pero también un instrumento de la política, o una víctima de la ambición desmedida, aspectos que explica y profetizó César Manrique, sobre cómo se puede crear un modelo turístico ideal y cómo cargárselo para beneficio de unos pocos, casi siempre los mismos.
Sea por uno u otro motivo, los males endémicos de nuestra industria turística están en la fragilidad de nuestro modelo de masas centrado en el sol y playa (más del 90% de nuestros visitantes vienen por este motivo), por lo que es preciso buscar del punto de equilibrio entre rentabilidad económica/social, respecto al impacto del número de turistas que puede soportar un territorio que es una de las regiones con mayor biodiversidad (y paisajes) del planeta. Pero, después de tantas décadas advirtiéndolo, hemos preferido vivir arriesgándonos permanentemente en el trapecio, dejando la gestión del territorio en manos de personas expertas en provocar crisis de oferta y demanda.
En realidad, no existe un monocultivo sino un derroche. La actividad turística dinamiza otros sectores y ha servido para crear empleo en una región en la que los sectores primario e industrial representan una ínfima parte de la actividad económica. Y así ha sido durante muchos años y con menos posibilidades de desarrollo de otros sectores a medida que pasa el tiempo y emigra la juventud mejor formada de nuestra historia de subdesarrollo y analfabetismo. Todo ello a pesar de tener una actividad turística que ha tirado de la economía y podría tirar del desarrollo de otras actividades, no sólo del consumo, pero regalamos la estancia en el paraíso con el clima más saludable del mundo sin pensar en que llegaría la hora en que se acabaría este maná. Nos conformamos con el pequeño porcentaje de la venta del destino en origen y aceptamos las prácticas de intermediarios que se aprovechan de la desunión de las empresas turísticas. Sin olvidar que son los mismos que facilitan mantener los establecimientos todo el año funcionando sin estar sometidos a la estacionalidad. A todo ello, el dinero -poco- que destinan las instituciones al turismo lo utilizan para promoción en ferias de las vanidades de los políticos que venden su argumento rayado, el del crecimiento del número de turistas como signo de éxito, mientras callan otras variables como el gasto en destino o la estancia media, cada vez menor (en la última década un día menos).
Además, el turismo ha sido la poción mágica que evitó en parte la tragedia de la crisis económica que comenzó en 2007 con el estallido de la burbuja de las hipotecas ‘subprime’ y tuvo su mayor impacto en 2012 con la masiva subida de impuestos y recortes económicos en España. Eso es cierto, pero también lo es que gracias a las primaveras árabes en 2009 se evitó la quiebra del sector turístico en Canarias porque no era competitivo en precios, y pudimos vivir ‘de prestado’ hasta nuestros días, pese a que en 2019 -con 13 millones de turistas- ya se atisbaba el agotamiento de ese 'crédito' que nos llevó a récords extraordinarios en la entrada de turistas, alcanzando los 16 millones en 2017.
Y así estábamos hasta que llegó la pandemia. Y atacó de lleno a un sector turístico boyante que mantuvo la actividad económica isleña durante la última década con varias características a destacar: impulso a las energías renovables, a la desalación y reutilización del agua, al crecimiento de los salarios (el sector económico que más subió sueldos en la última década según el Índice de Precios del Trabajo, ITP), el desarrollo de las TIC... Y todo eso gracias al turismo de masas, que continuó implantándose ante la falta de política de diversificación y cambio de modelo. Lo que entra en contradicción con ser un área en las instituciones canarias con escaso presupuesto y que se usa, casi exclusivamente, para promoción (y algún que otro dislate).
Y así nos ha ido, susto tras susto, en estas últimas décadas de infarto, sin solucionar el problema fundamental que es cambiar el modelo por un turismo que no siga apostando por la masificación, los guetos de todo incluido, el turismo de ‘perrito caliente’ y, a partir de ahora, sujeto al equilibrio entre la salud y las actividades turísticas… ¿A eso contribuye abrir a toda costa nuestro territorio a la ‘montaña rusa’ de la pandemia y sus rebrotes? ¿Estamos arriesgando la temporada alta en Canarias -octubre/marzo- de un turismo que supera mayoritariamente los 60 años? Tras conocerse el primer caso en La Graciosa, parece que sí lo estamos arriesgando todo, pero también creo que hablar de monocultivo es echar leña al fuego a una turismofobia innecesaria y cargada de medias verdades o falsedades. Por ello, vamos a pensar en el 'mix' o conjunto de actividades a las que puede aspirar nuestro Archipiélago y cómo mejorar el modelo turístico para que pueda impulsar las nuevas (o viejas) actividades, incluido el propio turismo del nuevo escenario.
Cuando el crecimiento poblacional y el aumento de habitantes tras el efecto llamada de la inmigración sudamericana y norteafricana como portadores de mano de obra de servicios, carente absolutamente de formación sin más que aportar que brazos y hombros para que los servicios sean mantenidos en los establecimientos turísticos y en la construcción, el panorama cada vez es más complicado. Nuestra apuesta por la calidad turística frente a la cantidad cada vez resulta ser una opción más inalcanzable. Cuando hemos sufrido en este último año un incremento poblacional en las islas de alrededor de trescientas y pico mil almas la masificación de nuestro territorio, y la demanda de servicios del estado del bienestar que en función de una capacidad de negocio nos posicionan cada vez más lejos de la apuesta utópica de la calidad sobre la cantidad y si encima a este parámetro económico le añadimos que ni siquiera somos capaces de hacer crema de plátano cuando las subvenciones al producto regulan la producción tirándolos al vertedero o los tomates haciendo lo mismo etc, etc y en definitiva no aprovechamos la posición estratégica mundial en cuanto a punto geográfico entre continentes, las posibilidades de diversificación tanto en producción como en I+D y un sinfín de recursos inmateriales no podemos continuar hablando de si monocultivo real o irreal.
ResponderEliminarCuando el crecimiento poblacional y el aumento de habitantes tras el efecto llamada de la inmigración sudamericana y norteafricana como portadores de mano de obra de servicios, carente absolutamente de formación sin más que aportar que brazos y hombros para que los servicios sean mantenidos en los establecimientos turísticos y en la construcción, el panorama cada vez es más complicado. Nuestra apuesta por la calidad turística frente a la cantidad cada vez resulta ser una opción más inalcanzable. Cuando hemos sufrido en este último año un incremento poblacional en las islas de alrededor de trescientas y pico mil almas la masificación de nuestro territorio, y la demanda de servicios del estado del bienestar que en función de una capacidad de negocio nos posicionan cada vez más lejos de la apuesta utópica de la calidad sobre la cantidad y si encima a este parámetro económico le añadimos que ni siquiera somos capaces de hacer crema de plátano cuando las subvenciones al producto regulan la producción tirándolos al vertedero o los tomates haciendo lo mismo etc, etc y en definitiva no aprovechamos la posición estratégica mundial en cuanto a punto geográfico entre continentes, las posibilidades de diversificación tanto en producción como en I+D y un sinfín de recursos inmateriales no podemos continuar hablando de si monocultivo real o irreal.
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