Guía de Gran Canaria años 30 |
En realidad, lo que hemos hecho hasta la fecha ha sido dar vueltas y vueltas en círculo tras una sola obsesión: el dinero fácil y rápido que llegó a partir del éxito de Las Canteras y, después, de Maspalomas Costa Canaria. Un paraíso que fue descubierto gracias a la iniciativa de la familia condal y que permitió que muchísimas familias pudieran vivir de rentas más que generosas mientras esa las empresas del condado ejecutaban todo lo necesario para poder mantener la actividad en el sur turístico: carreteras, depuradoras, electricidad, presas y redes de distribución, viveros, restaurantes, hotel, campos de golf, centro helioterápico, asistencia, comunicaciones, seguridad, incluso el primer parque temático o el primer aeroclub. Mientras, otros sólo pensaban en la ‘rentita’. De hecho, en muchos casos con sólo pagar la entrada del apartamento o bungalow, pudieron amortizar el resto y tener beneficio con el alquiler a los turistas –y eso que en aquellos tiempos se operaba sólo en la temporada alta invernal-.
Pero bueno, de aquella cultura rentista vino la despreocupación y la falta de visión con excepciones. Una indolencia y pusilanimidad que afectaron al devenir de un destino turístico que se había caracterizado por su gran atractivo en recursos naturales y excelente clima que atrajo a viajeros y turistas que buscaban un clima saludable desde mediados del siglo XIX hasta la irrupción de Maspalomas, fundamentalmente desarrollado en la zona del Monte y Las Palmas (como era reconocida la ciudad en aquellos tiempos). Y, así, hasta el boom o tsunami que en los últimos años nos ha traído millones y millones de turistas a las miles de camas construidas en la costa sureña de Gran Canaria, que nos hacen quejarnos del deterioro territorial, de la masificación y –contradictoriamente- si no hay turistas, de la ruina económica. Con lo que nos ha costado y lo que nos ha dado, ahora resulta que ¡ni nos gusta ni podemos vivir sin el turismo! (o ése parece ser nuestro sino).
Y es que el problema (o la suerte, según se mire) es que nuestro destino es de sol y playa, con un clima envidiable. Eso ha supuesto la ocupación de algunos de nuestros espacios de mayor calidad ambiental y paisajística para la industria turística. Pero esa industria, sin visión ni unión, ha estado dirigida por empresarios de corta mira y por políticos de reconocido desconocimiento de lo que es el turismo, sobre todo el turismo en Gran Canaria. Pero es que también han aprobado planeamientos y leyes que ni se cumplen ni contribuyen al desarrollo de nuestro principal sector económico. Podría extenderme en este sentido, pero una pieza clave es el reconocimiento de que ya no se puede hablar de destinos turísticos, sino de ciudades turísticas que precisan de su propio Estatuto (que figuraba en la Ley del Turismo de 1995 y en la de Moratoria de 2001) pero que sigue siendo una de tantas cuestiones pendientes.
De todos modos, lo más grave de nuestra situación es la miopía de los empresarios que sólo se interesan por el número de camas y por promover centros comerciales (con el problemón que hay con varios centros comerciales que se han convertido en antros que deberían ser volados o tapiados), sin olvidar algún campo de golf. A ello se suma a la ceguera de los responsables públicos que nos conducen al abismo al implantarnos leyes en las que la renovación edificatoria y la rehabilitación urbana (Capítulo III de las Directrices) constituyen el objetivo prioritario del nuevo modelo turístico. O sea, consideran los autores de estas normas que los turistas dejan de venir por la madurez de los alojamientos y de los entornos de las zonas turísticas (mucha gente ha leído la teoría de Buttler entendiendo el problema pero no buscando soluciones propias). Y concluyen el silogismo dando por sentado que una vez haya menos camas y tengan más calidad el turismo fluirá como el maná milagroso y bíblico. Grave error: ni vendrán ni mucho menos gastarán más.
Estoy convencido que nos empecinamos en el error de considerar el turismo como una actividad similar a una industria de tornillos o electrodomésticos del siglo XX. Creabas una marca y una necesidad y con publicidad lograbas hacerte con un mercado. Al final, han aparecido las marcas blancas o las commoditys en las que la calidad es estándar y el precio es el aspecto determinante en la decisión del consumidor, con lo cual, como el plátano, no somos competitivos si no nos subvencionan, ya que nuestra fiscalidad y costes laborales no tienen comparación con los de los países caribeños o árabes, por citar algún ejemplo.
El sol y playa es el motivo del éxito y la demostración de nuestro fracaso. Y es que las leyes turísticas no aciertan y las políticas de diversificación se olvidan de nuestra fortaleza: el turismo. Así, vemos que en vez de promoverse la diversificación aprovechando la estancia de millones de turistas en nuestra isla, nos empecinamos en mantener un sector obsoleto que se sustenta en recursos que no generan gasto al turista: un clima que no se puede vender (gracias a dios), un sol que es gratuito para todos (y que siga siéndolo) y unas playas que podemos disfrutar todos (por ahora). Y con todo ello, hemos puesto a los universitarios y a los emprendedores TICs a dar paseos por Silicon Valley, a ver si se contagian. Y no los hemos llevado a los sures isleños a que se bañen de turismo y usen sus neuronas para convertir Gran Canaria en la Atenas o el Silicon del turismo… Claro, las consejerías son compartimentos estancos y la multiplicidad de organismos (patronatos, ayuntamientos, cabildos, gobierno autónomo, ministerios…) origina una babel en la que lo transversal no es el turismo, la visión a largo plazo, o la economía, sino las siglas o los celos personales.
Nos han copiado a los grancanarios durante décadas, pero aquí no nos fijamos, enorgullecemos, ni avanzamos en nuestros éxitos porque tenemos gente poco abierta de mente en los puestos más relevantes. De ahí que se evite a Néstor Martín-Fernández –cuyo Museo agoniza por voluntad política- o a César Manrique, como faros para alumbrar la reconversión del turismo. Los artífices de la mejor etapa e imagen turística que han podido dar Gran canaria y Lanzarote sólo son recordados para algún aniversario y cubrir el expediente. Pero… No hay concursos de ideas, ni pedagogía o educación sobre el turismo. No hay unidad empresarial… No hay más que una obsesión sobre la oferta o la calidad, cuando lo cierto es que el problema no es el número o la calidad, sino ser los mejores. ¡Y no es tan difícil!: tenemos los mejores espacios turísticos todo el año, el clima más saludable todo el año, tenemos millones de clientes fidelizados y otros muchos millones de clientes potenciales… Pero sol, playa y clima no es el producto que tenemos que desarrollar, es la marca la que debe evolucionar, como lo ha sido desde dos mil años antes de Cristo, cuando situaron las islas afortunadas, la Macaronesia, en Canarias.
Nos hemos anclado en el debate cantidad/calidad, cuando lo que debemos hacer es plantear leyes que faciliten la creación de nuevos productos, diferentes, singulares, que atraigan todo tipo de perfiles de turistas y que generen riqueza. Dejar de obsesionarnos por las camas y los comercios, y llenar las camas existentes y los comercios todo el año porque tenemos condiciones inmejorables para ello pero nos falta que políticos y empresarios abran los sentidos a las posibilidades de este territorio y de la visión de sus gentes (que tienen el turismo en su ADN) para crear nuevos productos turísticos que compitan con los portaventuras, los disney y demás. Sin ir más lejos, recuperando las premisas que dieron éxito a estas islas.
La pregunta que tendríamos que hacernos –en especial los políticos- es ¿qué haría Néstor o César en este momento y con los recursos que ellos nunca tuvieron? ¿qué harían para que el que consuma nuestro sol y nuestro mar contribuya a su mejora y la de la calidad de vida del isleño?
Lejos de los anuncios apocalípticos, el turismo no baja en el mundo, sino que crece más que ningún otro sector en el mundo (entre el 5 y el 7%, según la OMT) y nosotros no aprovechamos ese auge ni en número de turistas ni en gasto turístico. La culpa no es de la actividad turística, que funciona, sino de la pasividad turística de empresarios y administración para crear productos que incrementen el gasto turístico.
Y muchos de ustedes se preguntarán ¿Podemos tener otro César en nuestros días? ¿Cómo conseguirlo? ¿Cómo hacer posible el cambio? Lo cierto es que no podremos contar con alguien igual a ellos, pero si hemos vivido en sus islas, junto a sus obras, rodeados de turistas desde que nacimos, o mejor, desde que nacieron nuestros bisabuelos… ¿Por qué no buscamos entre nosotros esa inspiración y esos proyectos que conviertan a Gran Canaria en un referente más allá del sol, playa y buen clima? Eso sí, siendo originales o, como dijo Néstor, “haciendo de la vida una obra de arte”
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