Ha vuelto a la tribuna política el debate sobre el futuro de la Avenida Marítima de Las Palmas de Gran Canaria, aquella obra que divorció la ciudad y el mar, que desvió la tensión circulatoria de toda la Isla hacia la Avenida de Mesa y López donde, estratégicamente, se levantó el gran centro comercial de El Corte Inglés (y aquel de Galerías Preciados que luego sería adquirido por el citado grupo comercial). Un tráfico que con el tiempo colapsó la zona.
Ahora se habla del soterramiento de la actual avenida para superar los problemas de tráfico y recuperar el contacto de la ciudad con el mar, un mar al que la ciudad debe su éxito y su desarrollo: turismo, transportes marítimos, estación de tránsito o base, gran nodo para contenedores, pesca, granos, combustibles, reparaciones... Todo ello con la siempre cambiante estampa marinera que adorna la capital insular.
Las Palmas de Gran Canaria es una ciudad que siempre ha mirado hacia el mar. Sus riscos se exhiben a nuestros ojos en casitas coloreadas con ventanas, puertas y pequeños recovecos que buscan la mirada hacia la costa, por donde llegaban los marineros que habitaban esas viviendas. Anteriormente, los castillos, torreones y construcciones de defensa escrutaban el horizonte en busca de pabellones enemigos que hacían pirateo o tenían licencia de corso, para saquear la isla como se hizo o se intentó en numerosas ocasiones.
Sin embargo, en los años sesenta y setenta se realizaron varias de las operaciones urbanísticas más negativas de la historia de la ciudad, cuyos efectos se constatarían a continuación con la pérdida de atractivo turístico y el consiguiente desplazamiento hacia el sur de la actividad económica más importante.
Por contra, esta ciudad tiene un clima excelente, está rodeada de mar, es una de las bahías más confortables y mejor equipadas del Atlántico, pero ha desoído a quienes se empeñaron en convertirla en la ciudad de mar que debió ser. Juan Bautista Carló Guersi, un visionario que en 1910 contrató al urbanista Constant Martin, para crear en la zona alta (hoy Schamann) un centro turístico, con un casino y hoteles al estilo de Montecarlo o Mónaco… por sus vistas inmejorables al puerto. Néstor la pintó a la manera de Santorini o Saint Tropez, como modelo de ciudad atractiva para el turismo. En los años sesenta se crearon los miradores de El Lasso y Altavista... Pero también el desarrollismo levantó un muro de edificios y una barrera de tráfico que se llamó eufemísticamente Avenida Marítima.
El puerto ha seguido creciendo, pero dejó de lado la actividad de cruceros hasta hace unos pocos años, constatándose que con poco que se haga se puede atraer a millones de viajeros que vuelvan a llenar los museos, las terrazas, el Pueblo Canario y los comercios. Con el tiempo, se ha tenido que construir la circunvalación por donde debió hacerse hace décadas, tras mucho sufrir los ciudadanos de toda la isla y, en particular, los de la capital grancanaria, un acoso de tráfico insoportable.
La apuesta por recuperar el contacto con el mar no debe caer en saco roto. Pero también ha de producirse la respuesta a la necesaria comunicación del puerto con la isla, ahora mismo aprisionado por un embudo de tráfico insoportable.
Las Palmas de Gran Canaria ha de ser la Ciudad del Atlántico, cantada por Tomás Morales y reconocida a lo largo de su historia. Somos sus vecinos y sus políticos los que han de corregir errores del pasado y actuar con visión de futuro.
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