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Pero bueno, lo importante de esta obra de Margaret D’Este y las fotografías de su madre M.R. King, es el fiel retrato de una sociedad que entraba en el desarrollo turístico a través de la visión más profunda y objetiva de aquella serie de viajeros que recorrieron las islas para dar cuenta de un paisaje y un paisanaje cautivadores para los europeos continentales de la época industrial y de expansión colonial. Una obra que “alcanza el perfecto equilibrio en esa conjunción de la crónica, el diario y la guía de viajes”, según el autor.
Lo más sorprendente de este libro es, sin lugar a dudas, el minucioso, riguroso y esclarecedor Estudio crítico, que viene a ser un regalo en forma de investigación sobre las autoras de la obra y sobre la actividad turística de principios del siglo pasado en las Islas Canarias. Empezando por los orígenes de las autoras de la guía ilustrada (que sólo recorrieron Tenerife, La Palma y Gran Canaria) para también adentrarse en el estudio del turismo original y de sus actores “esa desagradable variedad del género de los primates: el turista común”, según la descripción que recogen de Leslie Stephen y que refleja el clasismo imperante.
Enrique Jiménez también describe la época eduardiana (1901-1910) en la que “se producen grandes avances tecnológicos generados por una vertiginosa sucesión de inventos: el teléfono, la máquina de escribir y la de coser, el automóvil, el aeroplano, el telégrafo sin cables y se perfecciona la máquina fotográfica, entre otros”. Es la máquina fotográfica ‘cammy’ otra de las grandes protagonistas del libro de viajes, no sólo por su papel como notario del momento (encuadres de personajes y momentos un poco forzados por la propia limitación de aquellos artilugios pesados y complicados).
Esta revolución mecánica supone también para el autor el fin del mundo victoriano, moralista, lleno de “gazmoñería e hipocresía social” y da paso a “una nueva actitud vital en la que predomina el gusto por la práctica de los deportes y las actividades recreativas entre las clases altas de la sociedad. Gracias al ascenso del nivel de vida y el desarrollo de los medios de transporte los viajes de placer, hasta entonces patrimonio de los terratenientes ociosos, están al alcance de las clases medias, dando origen a lo que más tarde se conocería como turismo de masas…” Es la etapa que denomina de los llamados cruceros turísticos-fruteros y que se refleja en el escrito que recoge el autor del cónsul británico en el que se refiere a Gran Canaria como “un puerto donde abastecerse […] un huerto donde se cultivan hortalizas para las mesas inglesas y una tierra de descanso donde pueden recobrar la salud”.
En esta línea, Enrique Jiménez plantea el desarrollo del turismo y la hostelería y comenta los antecedentes del ‘Grand Tour’ que tuvo su auge entre comienzos del siglo XVIII y del XIX, así como la ‘Indian mail y los cambios que se producen con la aparición del ferrocarril y el auge de las vías marítimas. La importancia de los períodos de paz y la visión del pionero de la turoperación: Thomas Cook (1808-1892), dando lugar a la ‘democratización’ del turismo y la masificación de viajeros, así como “la desaparición de componentes intrínsecos al concepto del viaje tales como la aventura, lo imprevisible y lo inédito”.
Asimismo, repasa el desarrollo del turismo de ‘invalids’, la creación de las compañías hoteleras (británicas, principalmente) y los primeros establecimientos de las islas con los comentarios y opiniones de los escritores de la época (bastante amplia referencia de éstos autores), las navieras que hacían escala en las islas, las publicaciones, los 500 turistas que llegaron en 1886 y los 5000 que visitaron las islas en 1890, o los 8500 de 1910 (cinco mil en Tenerife y 3500 en Gran Canaria) con la oferta de actividades que podían disfrutar los turistas: ‘La vuelta al mundo’, o la creación de los organismos de promoción turística.
Evidentemente, no estamos ante un destino turístico sin defectos. Y no es raro encontrar referencias a las chinches, moscas, piojos, pulgas, la “multitud de niños harapientos”, el desconocimiento de idiomas, la mala calidad de las posadas, la comida, el maltrato y crueldad a los animales, la ‘plaga’ o “enjambres de mendigos harapientos” …, si bien Enrique Jiménez comenta que “al narrador de viajes se le presupone imparcial, objetivo…” Pero los textos de los viajeros de la época victoriana “rezuman arrogancia y parcialidad cuando afrontan el hecho cultural de los ‘países del sur’, patentizando así su intolerancia, su chauvinismo y sus prejuicios hacia los ‘nativos’ de los países ‘subdesarrolados”.
Sin embargo, en Margaret D’Este, encontramos amplias descripciones de la comida, la repostería, el té y sus rituales, así como productos locales, al igual que los problemas encontrados para poder bañarse con agua caliente cuando abandonan los hoteles para recorrer el territorio insular y sus fondas y pensiones.
Jiménez aprovecha para explicarnos los primeros souvenirs, el tabaco, los calados, la cerámica… Elementos que encuentran en el turismo una clientela que permite mantener estas actividades en desuso, así como la pérdida de la indumentaria típica, bien a causa de las epidemias –sobre todo el cólera morbo que arrasó Gran Canaria en 1851- como por el bajo precio de la ropa de importación. También hace una detenida exposición de la introducción y auge de los deportes en las islas: el tenis, el golf, el cricket… creándose las primeras instalaciones y clubes de estas modalidades en España.
En definitiva, un excelente y totalmente recomendable libro para conocer los orígenes y desarrollo del turismo hasta comienzos del siglo XX. Un trabajo que llena un espacio de conocimiento que se está tardando demasiado en llenar en esta tierra que vive, fundamentalmente, del turismo y que es pionera y escaparate mundial de este sector.
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