He ofrecido recientemente varias conferencias e intervenciones relacionadas con el mundo del turismo. Una actividad cuya historia me apasiona porque me ayuda a profundizar en la historia de nuestra isla y nuestro Archipiélago, a confirmar que todavía podemos imaginar y crear (aunque a los empresarios de por aquí parece que sólo les interesa ahorro en gestión y producción, no en crear nuevos escenarios de negocio con el turismo), a aportar mi perspectiva desde la independencia y, sobre todo, a desahogarme para no tener que gastar mis escasos recursos en un psiquiatra para poder sobrevivir en este territorio donde ha aparecido tanto perro hortelano.
A lo largo de décadas he ido recopilando una interesante colección de guías (yo he redactado cuatro para grandes editoriales y varios atlas) y folletos turísticos de Gran Canaria (centenares), revistas, libros, informes (algunos inéditos) que giran en torno a este territorio que tiene el turismo como un endemismo y sus residentes llevan el ADN de esta actividad hasta la médula. Y créanme, no se trata de contenidos aburridos. De hecho, es normal encontrar en esas páginas no sólo referencias a todos los aspectos de la vida isleña, sino también las firmas de destacados artistas, escritores y especialistas en todas las materias. Citarlos me ocuparía páginas… Y no olvidemos mi actividad como periodista en las publicaciones de viajes de ámbito nacional, mi participación en conmemoraciones (50 años de Maspalomas Costa Canaria, Día Mundial del Turismo, 40 años del Patronato de Turismo, 50 años de la Feria del Atlántico, creación del Foro Internacional del Turismo…), o mi afán de divulgar y hacer pedagogía sobre el turismo con el blog Islas Bienaventuradas que creé hace cinco años y en el que he volcado ya 228 artículos que han sido leídos por 85242 personas hasta hoy 30 de abril a las 12.10 h. Artículos que intento divulgar a través de otros medios, promoverlos por las redes sociales y hasta que me los publiquen en La Provincia. Una labor ésta del blog y los artículos por la que no cobro porque entiendo que mi posición es algo invendible y porque tengo una responsabilidad con la sociedad y con su progreso. Suena utópico, pero sé que somos muchos los que no miramos exclusivamente el beneficio personal y egoísta, ése perro del hortelano del que hablaba antes.
Viene todo esto, precisamente, a ese egoísmo inexplicable, esa mezquindad y arbitrariedad que se instala entre quienes gestionan algunas instituciones que se financian con dinero público, personajes llegados de la política que desconocen lo que gestionan y algunos funcionarios o empleados que se han colado en las administraciones sin oposición que te avisan cuando te presentas que el político durará cuatro años y ellos seguirán engrasando la máquina de contratos después, retrasando expedientes de pago o agilizándolos según filias y fobias. Y se quedan tan anchos/as.
Después de todo este tiempo de aprendizaje sobre el turismo, que nunca terminará, y de ver cómo se ha gastado fortunas en informes, planes estratégicos y fastos para presentar imágenes vacías de contenido, me llega un correo de un ayuntamiento invitándome a participar en una mesa de expertos para elaborar un Plan Estratégico de Turismo. Amablemente, a una persona (a la que quiero y conozco desde hace décadas) que me llamó para confirmar mi presencia, le respondí que yo soy autónomo y no puedo ir a un sitio de nueve de la mañana hasta que se les ocurra para aportar mis ideas y mi visión del turismo sin cobrar a cambio. Y, aprovecho para aclarar, yo pago una cuota mensual inexorablemente (cobre o no esas facturas que navegan o se hunden en brumosos laberintos burocráticos) a la Seguridad Social, el transporte para acudir al lugar de reunión no lo pagan y, además, he de pagar los recibos de la casa, la comida y, por qué no, me gustaría ir al espectáculo The Hole o al concierto de Alan Parsons (otra vez), visitar cualquier municipio y comer en los restaurantes, o comprar ropa, e incluso pagar la cuota de las ONGs. Y es que las personas contratadas para hacer el Plan supongo que cobrarán, que los que trabajan en ése ayuntamiento también y que todo ese dinero sale de mis (y de sus) impuestos. Y eso es lo normal con todas las instituciones con las que trabajo.
En definitiva, yo decido si hago algo gratis (más de una hora de conferencia sobre Sociedad Civil y Turismo, recientemente en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las Palmas, por ejemplo) o no. Pero si usted que me lee es un cargo público o un empleado al que el cargo le indica que me llame, recuérdele que si no considera que mi labor es un trabajo se puede ahorrar la llamada. De hecho, creo que la Seguridad Social debería sancionarles por no pagar por tener empleados gratis haciendo el trabajo.
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