lunes, 11 de mayo de 2020

Confianza en el turismo

El viento borró las huellas de las dunas de Maspalomas.
Había comenzado este texto cuando un vuelo procedente de Madrid vino con los asientos llenos. Debe ser que lo rentable económicamente no contempla lo necesario socialmente en un Estado de Alerta por un virus muy contagioso. Si ya era complicado hablar de confianza y de turismo en la misma frase, ahora es un reto casi inalcanzable. Cualquier exceso -o que lo parezca- será objeto de videos virales en las redes sociales y un motivo de alarma que animará el rechazo  a la actividad turística. Pero voy a intentar recuperar mi argumento y pensar que este tipo de noticias será objeto de decisiones que las evitarán.

El turismo volverá a las Islas Canarias cuando solucione sus problemas de tiempo y espacio. Tiempo para vencer al virus que todo lo frena, aunque ya hemos podido frenarle a él. Y espacio porque la distancia y las barreras son por ahora la única defensa contra su velocidad. Los dos elementos fundamentales del negocio turístico, cuyos empresarios saben que cada día que pasa tienen pérdidas y que la 'nueva normalidad' les exigirá invertir en muros contra el virus. Y no podrán ser endebles.

Pero en el turismo hay un tercer vértice fundamental en esta realidad post covid-19, que es la confianza. Algo que ahora mismo ha desaparecido en todo el mundo. Un terror invisible acecha a la humanidad y tiene la capacidad de colapsar los sistemas sanitarios de los países más 'desarrollados'. Y es que hasta la palabra 'desarrollo' ha sido vaciada de contenido por el coronavirus. El 'enemigo' al que se le ganan batallas pero no la guerra hasta garantizar la seguridad sanitaria en el planeta, zona a zona mientras no contemos con vacunas.

Y ahí está el dilema del turismo, la confianza del visitante y el residente, entre ambos. Y probablemente estamos en el peor momento para decirlo, pero tendremos que volver a confiar mutuamente en un entorno de inseguridades, de incertidumbre absoluta, salvo en un par de cuestiones: Que el turismo que ofrece históricamente el Archipiélago Canario es una vacuna contra el sufrimiento de nuestros habituales emigrantes climáticos que acuden cada invierno a un espacio de confort. Y, también, que la población isleña no tiene otro recurso en cartera para dar empleo directo a cuatro de cada diez personas en la islas. Aunque podrían ser más empleos, incluso con menos turistas... lo importante en esta ecuación del negocio es el servicio que se ofrece y el dinero que se obtiene a cambio.

Y es que nosotros poseemos varios elementos que pueden facilitar -para un turismo desorientado en estos momentos- estilos de vida saludables en distintos órdenes de la vida. Nuestro tiempo más tranquilo, aislado, y más saludable, la eterna primavera. Nuestro espacio, que con poco que lo cuidemos ofrecemos unos paisajes únicos en el mundo, recreados por sus habitantes (cultivos en terrazas, viñedos de la Geria, caseríos...) y hasta por sus artistas (no me canso de repetirlo: Néstor y César, con sus seguidores). Elementos que ya existen, pero hemos de cuidarlos, valorarlos y considerarlos nuestra gran fortuna.

Pero vamos a lo seguro. La estación invernal para los mayores del norte de Europa está en las Islas Canarias. Esa es una fortaleza indiscutible. Una necesidad que se convierte en un deseo irresistible que mueve a cientos de miles de personas que desean despertar cada mañana y poder ver el astro rey. Este deseo es, además de realizable, muy barato para quienes viven con una pensión en esos países. Un trasvase de rentas que ha permitido durante décadas, desde hace siglo y medio en diferentes periodos, la mejora de las condiciones de vida de los canarios y canarias.

Por ello es necesario recuperar la confianza, pero en las acepciones que nos ofrece el diccionario de la Academia. Primero nos dice que es una esperanza firme en alguien o algo. Y así es, una esperanza mutua: por un lado en el refugio climático que ofrecemos frente al frío nórdico, mientras la contraparte es una actividad rentable y cuyo impacto puede ser reconducible y recuperable, dependiendo de las magnitudes del modelo al que se pretenda ir. También la confianza es tener seguridad en nosotros, en nuestro destino, cosa que socialmente se ha perdido en un divorcio cada vez más evidente. Y un tercer sentido de la palabra es el de ánimo, aliento, vigor para obrar y eso es precisamente lo que necesitamos recuperar, como ya ha sido así en más de una docena de ocasiones en los últimos cien años con todo tipo de crisis que hemos ido superando.

Y yo añadiría una última significación: creer. Pensar que somos desde hace un siglo y medio el destino con el clima más saludable, sin polución, con una temperatura agradable todo el año y, ahora, una fortaleza sanitaria. Un lugar donde el dolor y el sufrimiento no tengan cabida, pero sí convertir la vida en obra de arte. Dudo que esto se entienda en donde están debatiendo el retorno a la 'normalidad', a esa fórmula de traer más y más turistas sabiendo que la competencia puede robártelos por la cartera. Y lo digo desde la tristeza de décadas en las que sucesivos gobiernos autonómicos nos mantienen en el divorcio con la actividad turística, sin que todavía seamos bilingües, ni limpios, ni cuidemos nuestro paisaje (que no es sólo para los turistas), ni que seamos un laboratorio de innovación en productos y servicios turísticos, que no todo va a ser aplicaciones para móviles... Con este currículum es para no creer, pero no olvidemos que en peores situaciones hemos estado y nos hemos inventado, cuando hemos podido crear (y creer) una sociedad en la que el turismo ha contribuido al desarrollo de la comunidad. Aunque muchos sigan con la matraquilla de los monocultivos, de esa 'cabeza de turco' a la que se le culpa de todos los males sin pensar que el turismo es la actividad más transversal y, ahora mismo, la única que puede recuperarse para dar soporte y animar al resto de sectores.

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