jueves, 17 de febrero de 2011

Reliquiator

Garrafas de agua de Lourdes, supuestamente milagrosas

Hay destinos turísticos que tienen entre sus ‘ingredientes’ lugares u objetos capaces de cumplir los deseos o peticiones de quienes se trasladan hasta el lugar: que si es bueno para la fertilidad, da suerte y dinero, garantiza la boda o el embarazo, mejora la salud o cura enfermedades terminales… y de esto último, los santuarios de Fátima y Lourdes son ejemplos de devoción, cierto fanatismo y un negocio mezquino que se aprovecha del sufrimiento.
De ahí que una visita turística no está completa sin ser partícipe de la pequeña anécdota estrambótica local, como la espina de ballena colgada de unas cadenas de hierro en lo alto de un portón en el interior de Italia, en Verona, de la que cuentan que caerá el día que pase por debajo un hombre bueno o santo. Lo que no se dice es si caerá encima y lo aplastará o no… De hecho, muchos papas se han dejado ver por ahí. Pero la espina permanece impasible. Inmóvil. Incluso cuando yo intenté averiguar si sería el elegido.
Los templos, además de grandes salas de pintura, escultura y arquitectura, están llenos de relicarios: que si un trozo de pelo, de hueso, dedo, tela, espina, astilla de la cruz, todo un supermercado que durante siglos supuso un enorme negocio entre traficantes de reliquias por toda Europa. Eso sí, como los perfumes lujosos de hoy día (y para justificar su precio desorbitado), los relicarios vienen con una decoración extraordinaria: oro, plata, piedras preciosas y un trabajo de talla extraordinario. Y todo para ver un cacho de madera, tela, piel o algo indescifrable y vencido por el tiempo tras una pequeña ventanita de cristal. Bueno, también hay cuerpos -o parte de ellos- incorruptos, u osarios de ciudadanos anónimo, pero todo lo que tenga que ver con la muerte forma parte del ritual turístico de ver todo aquello que se salga de lo monótono, y la muerte forma parte del espectáculo.
Otra variedad son las fuentes o pozos (como el de la Casa de Colón), donde ya tiramos mecánicamente la moneda para que nos de suerte, aunque en determinados sitios se ha prohibido expresamente por su impacto ecológico. Evidentemente esta prohibición sólo era posible en un sitio como Lanzarote, en los Jameos del Agua, donde los cangrejos ciegos no precisan de la caridad turística. También en Lanzarote había una mareta para recoger agua en Teguise de la que se cuenta que los que metían los pies el agua terminaban casándose con una conejera (habitante de Lanzarote, aclaro).
Pero lo del amor, que daría para un extenso trabajo, tiene también su vertiente psicológica. Por ejemplo, ahora está de moda colocar candados en verjas, como demostración de amor bajo llave. Pero, lo más llamativo son las peregrinaciones y romerías, migraciones masivas de creyentes que bien a pie por las rutas xacobeas o del patrono o patrona local o insular, o usando medios de transporte colectivo o particular, producen avalanchas extraordinarias que son en sí mismas motivo de espectáculo.
Así que no se extrañen de ver en casa de algún vecino o conocido una colección de recuerdos, que no son los imanes en la nevera con los iconos arquitectónicos de las ciudades visitadas, sino postales, figuras virginales, garrafas con agua supuestamente bendita… todo ello comprado en los centros de devoción que ha visitado convirtiéndose en un personaje de película: Reliquiator.

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