Mapa de Ptolomeo donde figura: Insulae Fortunae |
En apenas 20 años, desde su irrupción en Canarias, todo ha cambiado. Las comunicaciones, la economía, la organización social, la transmisión de la información… En muchos casos el nuevo paradigma de la comunicación ha democratizado la actividad social; en otros ha profundizado la brecha entre pobres y ricos en el mundo; también ha generado tal volumen de recursos que es imposible abarcar, surgiendo un nuevo modelo de economía y de relaciones laborales en el que el control de la información no garantiza la supervivencia. Por el contrario, las empresas y los emprendedores que han conseguido fortunas incalculables en los últimos años son conocedores del nuevo lenguaje logarítmico que aprovecharon para crear comunidades para compartir y atraer una masa crítica de usuarios.
El mundo ya no es lo que era, ni será reconocible dentro de unos días porque la tecnología y las comunicaciones no crecen progresivamente, sino exponencialmente.
Esos niños ‘Nintendo’ que entran en la adolescencia tienen otra forma de comportarse, de acceder al conocimiento, de comunicarse... Son capaces de acceder a una enorme información sin límites ni fronteras, sin imposiciones ni dogmas. Pero también son víctimas de esa inmediatez que los aleja de la conciencia y la sabiduría, de su identidad. Viven en un nuevo paradigma de la comunicación que tiene capacidad de alienar a enormes masas de personas de países y lenguas distintas. Ese es el riesgo y el reto.
Pero vivir en estas Islas Canarias también tenía su coste, sus dificultades, sus barreras, aunque fueran de mar: La emigración, las hambrunas, la diáspora, la pobreza, el analfabetismo, la falta de recursos, de infraestructuras, las imposiciones de la metrópoli… hicieron de este paraíso un lugar asfixiante durante demasiado tiempo. Hasta que la sociedad del bienestar en Europa, gracias a la gran reconstrucción tras la segunda guerra mundial, hizo posible que millones de obreros desearan disfrutar de algo que no tenían: la naturaleza en su expresión más generosa. Ese objeto de deseo se convirtió en fuente de riqueza para Canarias, pero también aceleraría procesos de destrucción que debieron ser evitados.
A principios del siglo XX un grupo de isleños anticipaba que Canarias tendría un futuro espléndido mediante el desarrollo turístico. No era nada nuevo: Ya en la antigüedad los escritores clásicos se encargaron de crear la ‘marca’ turística más antigua de la historia de la Humanidad: las Islas Afortunadas, el Jardín de las Hespérides o más fantasioso todavía si consideramos las Islas como el continente perdido, la Atlántida. Sea como sea, Canarias surge en la Historia como el primer destino turístico de naturaleza en el mundo, de la mano de Homero y los clásicos griegos y romanos.
Con altibajos, la historia de Canarias continúa presente en la historia de la Humanidad, gracias a ser lugar de tránsito de descubridores, navegantes, viajeros, pioneros de la aviación y, sobre todo, a partir del siglo XVIII se convierte en sanatorio de los europeos, los llamados ‘invalids’, personas enfermas de pulmón con limitada esperanza de vida en ciudades insalubres por la polución de la revolución industrial, con la esperanza puesta en sobrevivir unos años más gracias al reposo y el buen clima de las islas macaronésicas. Esa etapa de turismo de salud tiene un impacto leve sobre la actividad económica y social en las Islas, limitada a unos pocos centros de alojamiento que –por cierto- no eran bien vistos por la población, por temor al contagio, y cuyas plazas se limitaban a las limitadas conexiones de los vapores o veleros que hacían escala en Canarias.
Pero, como decía, unos visionarios consideraban que las Islas tendrían un futuro prometedor. Personajes como los grancanarios Francisco González Díaz, Fray Lesco y su Escuela Luján Pérez, o Néstor Martín Fernández de la Torre, quienes animaron a la ciudadanía hacia un proyecto común, de la sociedad civil… La creación de un destino turístico con personalidad, buscando en las raíces de las tradiciones, la naturaleza, el arte… los elementos necesarios para competir con los destinos soñados de aquel entonces: las monumentales ciudades europeas.
La ciudadanía se movilizó, buscaron apoyos, salieron a la calle en manifestaciones pro turismo, elaboraron estudios y proyectos, estimularon la creación de infraestructuras para barcos de pasaje y promovieron la creación de aeropuertos que facilitaran una rápida comunicación con el continente. Intentaron recuperar el folclore, los juegos tradicionales, lucharon contra la tendencia de una indumentaria importada que en aquel entonces predominaba agravada por la pobreza y suciedad extendida en una sociedad en crisis que retratara Domingo J. Navarro magistralmente en su obra ‘Recuerdos de un noventón’.
Pero la guerra civil truncó aquel movimiento y la paz posterior fue un tiempo de penurias; de un país que sólo podía recurrir a inversores peninsulares o extranjeros (en especial, los fondos de inversión que liberalizó Strauss en Alemania para sacar los excedentes financieros fuera del territorio germano). Sin embargo, traía sus riesgos. El objetivo era la rentabilidad inmediata, de ahí que se construyera con una premisa: dar alojamiento a los pasajeros que cabían en cada charter que llegaba a las Islas. Los complejos turísticos tenían tantas camas como pasajes transportaba un avión. Y así vivimos en el desarrollismo desde 1960, casi sin parar.
Hoy día, Canarias es un destino turístico de primer orden en el mundo. Uno de cada cinco turistas que visita España al año lo hace a Canarias, dato significativo para el segundo país del mundo que más turistas recibe. Igualmente, Canarias es donde las estancias de los turistas son más largas. Pero, llegar a este puesto, a estas estadísticas de vértigo, ha tenido un coste. La imagen, la marca del destino turístico canario se ha contaminado de los símbolos negativos del turismo de masas, lo que ha puesto en peligro una imagen de marca gestada y consolidada a lo largo de los siglos, quizás la marca más longeva como destino turístico de la historia de la Humanidad.
La gestación y consolidación de la ‘marca’ la describe magistralmente José de Viera y Clavijo cuando habla de la existencia de la isla de San Borondón, al señalar que “…tiene la propiedad de presentarse a los ojos y de huirse de entre las manos…”.
Pero hubo quienes creyeron en una marca, una identidad propia como destino turístico. La huella de Néstor pervive, a duras penas, languideciendo lentamente en Gran Canaria, debido a la ignominia de la mayor parte de sus dirigentes políticos y económicos que prefieren permitir que las privilegiadas playas de nuestras Islas se llenen de edificios clonados de otros destinos turísticos y que hacen que un turista no recuerde dónde ha estado de vacaciones porque las tiendas, la arquitectura, el personal que les atiende, los productos que consume no se distinguen. Son iguales –o casi- en todas partes… El sector turístico en Canarias, mayoritariamente, se ha convertido en una commodity, es decir algo que se despacha a granel, sin personalidad.
También tenemos el ejemplo de Manrique. Otro visionario que, junto a Ramírez, Soto y otros muchos que les acompañaron o les siguieron, han hecho posible que esta isla, Lanzarote, tenga una marca propia, una identidad que reconoce todo el mundo. Una personalidad que cautiva pero que también corre el riesgo de morir de éxito.
De todos modos, a lo que vamos. ¿Cómo puede afrontar Canarias como destino turístico el paradigma de la globalización? Creo que hemos que rescatar y defender los modelos turísticos que nuestros creadores y artistas han puesto en valor y a quienes las consultoras foráneas han ninguneado en sus costosísimos planes estratégicos pagados alegremente con nuestros impuestos.
Por ello, volvamos a defender la mejora del paisaje para el paisanaje, la integración entre los ciudadanos y los turistas con el territorio y no la utilización del territorio bajo la excusa del rendimiento económico. Junto a esas garantías, hemos de propiciar el cambio, la adaptación a los tiempos que corren y los que se avecinan, que no son los de la masificación y la estandarización, sino los de la diferenciación, personalización, posicionamiento y aplicación de las tecnologías en las actividades productivas y ¿por qué no? En las de ocio y turismo.
Si queremos afrontar el nuevo paradigma, lo hemos de hacer posicionándonos con nuestros valores: el clima, la naturaleza, la visión artística del espacio único que nos rodea, la cultura y las tradiciones únicas, autóctonas y a su vez universales… Y, por supuesto, con el impulso científico y tecnológico que nos ha de permitir lograr el Progreso, ése que señala nuestro Congreso.
Comunicación e imagen que presenté en el II Congreso Progreso e Identidad de Canarias de la Orden del Cachorro en Arrecife de Lanzarote
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