Abanico y Rotonda (demolidos) |
Estamos ante una actividad transversal que afecta a casi todo en casi todos sitios, en mayor o menor intensidad. En todo el mundo. Un planeta donde cada vez había menos lugares con colas de turistas (incluso en el pico Everest), donde la cultura de viajar se extiende a casi un tercio de la población mundial, y hay lugares como los 'sures' de nuestras islas, creados para un tránsito constante de personas cuando antes del turismo eran costas desérticas, improductivas. Allí se puso a producir el espacio. ¡Y tanto! Un espacio afortunado y deseado por los europeos, sobre todo en invierno.
Así hemos visto nacer y crecer ciudades/espacio para esa colectividad desplazada por períodos -estaciones-, los migrantes o refugiados climáticos, quienes generan una actividad que es tan amplia que, tras más de treinta años escribiendo y aprendiendo sobre el turismo, sigo encontrando entresijos apasionantes. Sigo sorprendiéndome de la iniciativa e inventiva de la Humanidad y cómo hace del turismo su forma de vida en innumerables variedades. Pero bueno, también hay actividades más enriquecedoras y de futuro que deberíamos promover. Pero no es que no se intente atraer inversión, al contrario, porque son muchas las facilidades y ventajas de nuestro territorio implantadas desde hace décadas, con escaso éxito porque no vemos prodigarse tantas empresas como para superar a la actividad turística, salvo que la pandemia cambie la tendencia. Ni el clima, el REF, la Zona Especial, ser territorio europeo, las infraestructuras sanitarias, el IGIC vs IVA, la conectividad, los centros de I+D+i, las universidades, ocio, deportes y cultura todo el año... ¿Qué más quieren para convertir Canarias en Silicon Islands, o en Canarywood? Con medio millón de camas en instalaciones turísticas de calidad para atender esas iniciativas...¿dónde mejor que en el paraíso de las Afortunadas? Pues algo no funciona en esas promocionadas fortalezas y oportunidades para que sigamos (hasta el Covid-19) con la hegemonía del turismo.
Hay países que tienen -o tuvieron- importantes cantidades de materias primas: el petróleo, los minerales, o incluso la capacidad de invención porque no profesan el españolísimo “que inventen ellos” (Miguel de Unamuno). De hecho, nos dijeron hace unos meses que entre tabaibas y dragos tenemos minerales raros y muy valiosos. La mala noticia es que para extraerlos y separarlos tendríamos que desmontar el Archipiélago y vivir sobre una montaña de escombros para poder vender el telurio, el vanadio o el itrio, hasta que se agote, como se acaba el petróleo, el oro o el aire puro. Sin olvidar que las zonas industriales extractivas en el mundo son las que presentan peores niveles de contaminación, o exportan residuos nada inofensivos a otros lugares, que se convierten en cementerios de productos contaminantes.
Tenemos un clima estupendo para la agricultura, pero ya sabemos de memoria la 'Polca frutera’ (Los Sabandeños) y conocemos la dureza del día a día del trabajo en un invernadero sofocante, o en las terrazas que escalonan los barrancos de las islas, labrados durante siglos y que hoy lucen abandonados y derrumbándose. La realidad estadística es que el sector primaro tan sólo supone el 1,5% del PIB y el 2,1% del empleo Todo ello a pesar de ser uno de los sectores más subvencionados. Tampoco olvidemos la importancia mundial del banco pesquero que fue canario y hoy está siendo saqueado por flotas de China, Turquía y la UE, sin que existan ya barcos isleños que puedan vivir de esos recursos. Bueno, se pueden desarrollar piscifactorías, pero ese es otro tema.
El sector industrial cuenta con medidas proteccionistas para las escasas fábricas existentes en las islas, pero hablamos de más o menos el 3,7% del PIB y el 1,4 del empleo. Por lo que, sin turismo, tanto la limitada industria como el agonizante sector agropecuario pierden uno de sus principales soportes.
Y, todavía, seguimos considerando el turismo como un enemigo de nuestra tierra. Sin diferenciar entre el turismo de masas, más vacacional y masivo, del experiencial, el de mayores y tantas otras modalidades. Sólo nos percatamos de la masificación del espacio y su rentabilidad puesta en cuestión por los intermediarios (nueva versión de la 'Polca frutera'). Y nos enfrascamos en buscar culpables sin asumir nuestra cuota de responsabilidad. Porque no es que nos hayamos prodigado en apoyar otros tipos de turismo, en los que se genere más renta y valor añadido en el destino. Sobre todo en un Archipiélago donde 'vendemos' el paisaje, el clima, el sol... Y todo eso es gratis, por lo que los anuncios de una tasa siempre han desatado la polémica.
Hay opiniones contrarias a esta actividad, con sus razones, que culpan al turismo de la crisis (no sólo de ésta), mientras hemos estado décadas sin preocuparnos por cómo vivir y progresar en un entorno que nos produzca orgullo, salvo visionarios como Néstor Martín-Fernández de la Torre o César Manrique, quienes nos advertían de la responsabilidad común y la importancia de cada detalle, de vigilar los fundamentos de una actividad que ha supuesto la etapa más larga de desarrollo, pero que podría ser mucho más y no sólo económicamente, pero para ello hay que entender el turismo y, a pesar de llevar un siglo y medio conviviendo con él, adaptándonos a él, seguimos siendo unos analfabetos. Y eso nos limita las posibilidades de reconstruir o reconvertir el paraíso.
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