Castillo de Mata ¿Museo de la Ciudad? |
Dentro de unos pocos años habrá concluido otro medio siglo de la larga historia de aquel Real de las Tres Palmas y que ahora llamamos Las Palmas de Gran Canaria. Un breve plazo de 50 años, para mostrar una imagen totalmente distinta a la que conocí en la celebración de los 500 años, cuando era alcalde Gabriel Megías Pombo tras sustituir a Ortiz Wiot en el 77 y que dejaría paso en el 79 -primeras elecciones locales democráticas tras la dictadura-, al primer (y único) gobierno nacionalista que ha tenido la capital insular, bajo la presidencia de Manuel Bermejo Pérez, cabeza de lista de la Unión del Pueblo Canario (UPC). Un mandato muy convulso, en una época no menos complicada, cuando se produce la histórica municipalización de las guaguas y la no menos sorprendente dimisión del alcalde, ante la moción de censura que presentaría el PSOE conjuntamente con la UCD.
La década de los setenta no sólo fue convulsa en lo político y social. Se ponía en marcha la mayor transformación urbana de la historia capitalina. Desaparecían las playas y el muelle de Las Palmas por la construcción de la Avenida Marítima con su salida al Norte por el embudo comercial de Mesa y López (entonces con Galerías Preciados y El Corte Inglés) y se asfaltaba el barranco del Guiniguada con la pérdida de los puentes de Piedra y de Palo, para dar salida a la ciudad hacia el Centro por una autopista que finaliza en Tafira (hoy día tenemos otra autopista paralela que acaba también al llegar al Monte), dejando una herida que todavía pervive entre el Vegueta y Triana. Un trauma, un divorcio con el pasado y la desaparición de la estampa de la ciudad de avance pausado y edificios antiguos por pastiches arquitectónicos que todavía nos avergüenzan.
El crecimiento económico y cultural de la ciudad estaba en su apogeo. La ciudad turística se inmolaba por su éxito masificador. Era el momento de la playa de Las Canteras y ‘Catalina Park’ (Orlando Hernández. Premio Plaza y Janés, 1975), la novela de personajes reales en el ambiente noctámbulo y marginal de Las Palmas (así la llamábamos). El entorno del parque era la Babel insular, con gran cantidad de discotecas herederas del Flamingo, Altavista, El Buho, Saxo, Tam Tam, Half Note…, santuarios de la noche que se multiplicarán en los 80. Junto a aquellos establecimientos con sabor a ‘chones’ o ‘guiris’ como Casa Suecia y los restaurantes que se anunciaban por la Emisora Sindical en sueco (inolvidable el periodista y actor Ingmar Palin que realizaba un programa para turistas en Radio Atlántico), El ‘Fuji’, primer restaurante japonés en España nacido de la necesidad de la flota que tenía en La Luz la base para los buques pesqueros que se codeaban con los trasatlánticos turísticos, haciendo honor a los 100 pabellones de la poética de Tomás Morales. El puerto franco, sostén de los comerciantes indios y de varios continentes.
La música... de todos los lugares, pero con el corazón en la América de Yupanqui, Los Gofiones, Los Canarios, Alfredo Kraus, Néstor Álamo y Mary Sánchez. Una actividad musical que se refleja en el éxito inmediato (y mantenido hasta hoy día) de Nanino Díaz Cutillas y su Tenderete, el programa decano de Televisión Española, ‘Made in’ el Centro de Producción de TVE-C que convertiría las islas en uno de los primeros territorios con los mejores recursos para el sector audiovisual del país.
La ciudad vivía un auge cultural que la introdujo entre las 5 principales capitales de provincia españolas del circuito de grandes producciones teatrales, un festival de ópera que crean los Amigos Canarios de la Ópera de gran prestigio, salas de cine, galerías artísticas... La sociedad civil cubría una gran parte de la demanda y movilizaba recursos a través de todo tipo de entidades y asociaciones, como los Amigos Canarios del Teatro, Cine y Música (ACTCM), cuya actividad fue sorprendente, produciendo el primer concierto lírico de España en un estadio: ‘Doña Francisquita’ con Alfredo Kraus, aunque su siguiente producción, Lucía de Lammermoor, tuvo que realizarse en el Pérez Galdós porque no les cedieron el Estadio. Entidades que apenas recibían subvenciones, en un tiempo en el que la cultura no formaba parte de la agenda de las administraciones ni apenas había espacios para espectáculos.
Déjenme recordar algunas de las actividades más destacadas de ACTCM en sus 7 años de actividad que fueron posibles gracias a la iniciativa de Luis (Gongui) Jorge Millares (que sería el gerente), Luis Jorge Ramírez y Julio Caubín Hernández. Entre otras actuaciones, la capital vivió manifestaciones culturales como el ‘Living Theatre’ de Nueva York, Els Joglars, ‘Yerma’, ‘Divinas palabras’, Adolfo Marsillach, Fernando Arrabal, ‘Los Goliardos’… Todos/as los grandes actores de la década. El musical ‘Hair’, Nacha Guevara, Cafrune, la Nueva Trova Cubana, ‘Fulgor y muerte de Joaquín Murrieta’, Los Canarios, United o Taburiente, etc. Más de 500 películas proyectadas con varios estrenos en España como ‘La dolce vita’. El ballet con 16 funciones, 49 espectáculos musicales, conferencias… En sus 7 años de actividad recibió tan sólo 8 millones de pesetas en subvenciones, de los que 7 millones fueron aportados por el Ayuntamiento. Llama la atención el silencio posterior sobre esta realidad…
También fue importante la actividad editorial, a pesar de las leyes que perseguían las libertades. Aún así, se pusieron en marcha iniciativas tan interesantes como Edirca que sería la gran iniciativa literaria, histórica y cultural, o las colecciones que imprimieron Manolo Padorno y Josefina Betancor tras crear Taller Ediciones JB para difundir la literatura (y las artes plásticas) de las islas. No olvidemos las iniciativas periodísticas que dieron lugar a sorprendentes publicaciones como ‘Sansofé’ el semanario de información general que movilizaba la opinión de la oposición a la dictadura y ‘Costa Canaria’, la lujosa publicación turística que llegaba a toda Europa; sin olvidar Aguayro con informaciones de su promotor (La Caja Insular de Ahorros) y mucha cultura...
En los setenta, la sociedad había superado las cruzadas moralistas del obispo Antonio Pildáin y sus pastorales anti bikinis y otras muchas cosas, como su rechazo al carnaval, frustrando la alegría del pueblo de Gran Canaria. La Feria del Atlántico crecía en su éxito popular mientras los astronautas nos recordaban que el mundo vivía una carrera espacial entre las potencias capitalista y soviética, en medio de una guerra fría entre el tratado de la OTAN y el ‘telón de acero’, pero lo importante es que en Gran Canaria disponíamos de una de las pocas estaciones espaciales que siguieron los progresos de las misiones a la Luna. La Unión Deportiva, gloriosa y luctuosa con la pérdida de Guedes y Tonono... El auge de las ideas conservacionistas de la mano de las dos primeras asociaciones creadas en España: Ascan y ATAN (de Tenerife).
La transición comenzó tras la muerte del dictador a mediados de la década, tras lo cual se produjo el mazazo que supuso la entrega de la provincia de El Sahara a Marruecos, Argelia y Mauritania. Una cesión que alarmó a los canarios coincidiendo con el auge de los movimientos independentistas isleños y su posterior deriva en organizaciones de carácter nacionalista y en un minoritario grupo que realizó acciones terroristas que convertirían a su líder exiliado en Argelia en diana de un atentado fallido por agentes de los servicios policiales españoles dos meses antes del 500 aniversario de la fundación de la ciudad. Era época de manifestaciones constantes y las carreras huyendo de ‘los grises’ eran el ejercicio deportivo más habitual en las calles de la ciudad. El Manifiesto de El Hierro (1976) tuvo en Las Palmas de Gran Canaria el mayor apoyo e impacto al abordar un tema tabú por el centralismo imperante: la relación con África en un momento en el que la OUA había considerado al Archipiélago Canario como colonia (ver documental de TVC en Youtube).
La década de los 70, con un crecimiento de población en la ciudad de un 20 % (de 287.000 en 1970, a 378.000 en 1980), mostraba la expansión, una pirámide poblacional muy joven y un turismo que se duplicó en la isla en ese periodo al alcanzar el millón de visitantes extranjeros, pero con la aparición de Maspalomas Costa Canaria, el turista abandonó la capital. El transporte rápido del tren vertebrado al sur pudo suponer una solución para mantener a los nórdicos en la capital y que pudieran disfrutar de todo el sol posible, pero en la ciudad cada vez había más obras, más ruido y una persistente ‘panza de burro’ que puso el punto de mira de los turistas en el sur. El transporte insular (Salcai y Utinsa, herederos de Aicasa y los ‘piratas’, hoy Global) daban un servicio muy precario para las necesidades de la población y, sobre todo, para los turistas. El modelo de bungalow y el extraordinario atractivo de la playa de Maspalomas hizo que creciera una ciudad para el turismo y la estampa de los chones en la capital fuera una imagen de postal, del pasado.
La Caja Insular de Ahorros, verdadera máquina económica crecía con su Obra Social y su apuesta turística a través de Protucasa, sus grandes proyectos arquitectónicos de sede central, el Palacio de Deportes o la donación de la fuente luminosa a la ciudad... Se construía la UNED y las primeras facultades (Arquitectura, CULP, Ingenierías…), ante la marginación universitaria a la que sometió La Laguna a los grancanarios. Se levantaban urbanizaciones de viviendas sociales… Un auge inmobiliario y poblacional que casi hace duplicar la población entre 1960 y 1980, pero con enormes carencias culturales, educativas, deportivas. Sin Universidad y con los nuevos hospitales Insular y El Pino.
Tras la muerte del dictador, el Cabildo impulsaría sus programas (el Plan Cultural que dirigiría tras el exilio Agustín Millares Carló, turístico, sanitario, educativo, medioambiental...) y los ayuntamientos se adaptan a la ‘nueva normalidad’... La cultura comenzaba a burocratizarse y a contar con un dinero que no se le había dado a la sociedad civil para que mantuviera su voluntariosa dinámica.
- 50 años después...
Esta radiografía breve, incompleta, nos muestra que no sólo ha cambiado el paisanaje y el paisaje de la ciudad, sino su carácter. Hoy es universitaria, accesible, con grandes parques, con una red de carriles bici que cubre casi toda la zona baja y un sistema de movilidad que veremos pronto llamado la metroguagua; el jardín canario ha madurado y aquellos plantones son hoy imponentes árboles. Los hospitales han dado lugar a cuasi ciudades de salud. Y los barrios de auto construcción ya son barrios integrados en la capital. El Estadio Insular lo convirtieron en un monumento a la memoria de la afición. Ahora hay un 'Arena', un Estadio más frío y los indios venden en centros comerciales de franquicias globales. Y han desaparecido los vertidos de aguas residuales directamente al mar sin tratamiento -no su aroma en Barranco Seco-. El agua no tiene restricciones ni es preciso almacenarla en bidones. No somos de los más analfabetos y hemos sido referente de penetración de tecnología y de telecomunicaciones.
Hay auditorios, pero casi no hay cines, ni galerías de arte, ni revistas. Los locales nocturnos y la música en directo son objeto de persecución. La programación cultural es casi toda institucional y salvo algunos festivales o conciertos (también patrocinados) la institucionalización de la cultura es una realidad -y la politización o el amiguismo-. Nuevas normas y nuevas reglas de juego en las que la vida cultural (como en casi todo) depende de la capacidad del responsable político de turno. Con una infraestructura de equipamientos y personal que son un gasto fijo, para un resultado incierto, caprichoso y en ocasiones decepcionante, como es el caso de la parálisis de la ampliación del Museo Canario que sigue pendiente desde hace 15 años de la aportación del Ayuntamiento capitalino para culminar las obras.
La ciudad bulliciosa y alegre de hace medio siglo está hoy sobrecogida por una administración que te obliga a ‘teleprotestar’ con una maquinaria burocrática que sigue sus propios criterios. Pero esta sociedad late y busca sus vías de escape o de superar las barreras impuestas desde el BOP. El carnaval se recuperó hace menos de 50 años. Pero volverá a recuperarse cuando sepamos controlar el Covid-19 o dispongamos de vacuna. Quienes vivimos el retorno al carnaval vimos a La Isleta volcada con la ciudad, el reencuentro de la sociedad. La música de Sindo Saavedra, del folclore social al himno alegre del disfraz. ¡Con qué poco fuimos felices! Hoy la fiesta ha crecido, es un espectáculo global que se emite en directo por televisión con un escenario de cartón propio del Cinemascope. No fue hace tanto cuando estaba prohibido y aún así parece que nunca nos disfrazaron nuestros padres a escondidas... Pero era imparable. Las tiendas de discos de importación (que en la Península tardarían años en llegar), de ropa, de todo tipo de aparatos y electrodomésticos nos hacían diferentes, incluso envidiados, por quienes todavía vivían la España gris que en los 80 descubriría la ‘movida’, mientras en Gran Canaria ya habíamos superado la losa de la represión moral, política y económica de la España 'orgánica'.
Pero volvamos al aniversario fundacional que deberá ser en 2028. ¿Celebramos el 550 aniversario del inicio de la conquista, el despojo, la esclavitud? No queda otro remedio. Pero en realidad se celebra otro capítulo de su historia. Los cambios y la realidad de una comunidad que es la protagonista de sus transformaciones. Y ya muy alejado de aquella historia de guerra y saqueo, vale la pena recordar que el 450 aniversario, en 1928, supuso el comienzo de la aventura de la provincia de Las Palmas y el rápido desarrollo de estas islas orientales. Hoy la provincia ha sido superada por el nuevo orden administrativo de una Comunidad Autónoma, con su eterna competencia, a veces pleito. 50 años después de la división provincial, en el 78, volvería tímidamente la democracia para una sociedad madura y alegre, cosmopolita, en fulgurante y desmadrada expansión. De hecho, todavía hoy intentamos recuperarnos de aquel rápido crecimiento y la pérdida de referencias de personalidad de la población de esta ciudad-isla.
El campamento fundacional con aquellos centenares de 'pardillos' (color de la ropa de las tropas de la conquista) es ahora una urbe de cientos de miles de ciudadanos/as. Un pasado que arranca con un ‘pecado original’, y una evolución que promueve distintas formas de valorar, de sentir. Pero es uno de los elementos iniciales de la personalidad de este pueblo. Una isla que se sometió por la fuerza y luego tuvo que unirse (conquistadores y conquistados) para defenderse de otros ataques con protagonistas como Hawkins, Drake, Van der Does…, durante siglos. Y así creció esta sociedad criolla, como la llama J.J. Armas Marcelo, fruto de la mezcla que señala Juan Rodríguez Doreste o del síndrome del colonizado como destaca Manuel Alemán… Hasta después de la segunda guerra mundial en que se producen nuevas colonizaciones, pacíficas, gentes que solo piden una pequeña parte del paraíso durante unos días. Y pagan por ello. El Chone o turista.
Quizás sea el momento de preguntarse si nuestra historia merece ser contada y conocida por la población residente y visitante. Las vicisitudes de una sociedad aislada y, a la vez, plataforma atlántica, portuaria y aérea para comunicar con todos los continentes. Un museo de la ciudad que se hace esperar y que quisieron ubicar en el irreconocible Castillo de Mata. Por lo que podríamos plantear retomar su idea original para reflexionar sobre nuestros orígenes y nuestra misión. Hay tanto que rememorar…
Pues parece que los que rigen la ciudad no creen que sea de interés contar y mostrar su historia. Tenemos una concejala licenciada en historia que no ha sabido o querido crear el museo de la ciudad. Falta también el museo de la isla, la que muestre a Gran Canaria. Cultura la que ellos quieren que mames, no la que surja de sus habitantes.
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