Ulises Medina, Manuel de la Peña hijo y el conde |
Manuel de la Peña (1932-2008) el arquitecto de Madrid que llegó a Las Palmas como director de Vivienda, uno de los arquitectos más destacados de la historia de Canarias y, sin embargo, víctima de que muchas de sus obras hayan desaparecido: La Rotonda, El Abanico, el poblado e iglesia de San Fernando… O sufran la decadencia y desidia institucional o privada: Mesón de la Montaña de Arucas, Albergue de Arinaga o Club Náutico de Las Palmas de Gran Canaria. Como arquitecto y urbanista-que dirigió la creación de la primera ciudad turística española desde un concurso de ideas hasta su consolidación-, la contribución de Peña es tan original y atractiva que podría convertirse en referente de estudio y de imagen de marca del destino turístico isleño, salvando lo que queda de sus obras en la zona (Templo Ecuménico, Guardería Los Dados, Nueva Suecia, Hotel Folías, construcciones del entorno del faro de Maspalomas…). Una ruta que tiene un discurso propio y original para los expertos y que causa asombro por el escaso ‘respeto’ a su obra y, paralelamente, cada vez más menguado patrimonio que podría reunirse para explicar la historia de la primera ciudad turística creada en España, Maspalomas Costa Canaria.
Es amplia la relación de artículos y trabajos sobre Manuel de la Peña, especialmente los trabajos de José Luis Gago y la Tesis de José Luis Padrón, a los que hay que sumar numerosos estudios y publicaciones en los que predomina labor arquitectónica, urbanística y turística, convirtiéndose en uno de los artífices del desarrollo de esta industria cuyo producto principal es el espacio, una porción de territorio alquilado por un corto período de tiempo. Pero no fue fácil. Manuel de la Peña tuvo que actuar contra la falta de capital para un proyecto que se planteó en términos de concurso internacional de ideas (del que fue su responsable y secretario), como alternativa a sucesivos y fracasados intentos de conseguir inversores para hacer la realidad la visión que tenía el octavo conde de la Vega Grande y que intentó materializar su sucesor, Alejandro del Castillo y del Castillo y Alejandro del Castillo y Bravo de Laguna, respectivamente. Pero fue el administrador de las empresas del condado, Pablo Elola, quien recomienda al conde hacer un concurso internacional de ideas como se había hecho para una urbanización en Málaga, en la finca de Elviria. Iniciativa que encargan a Manuel de la Peña poner en marcha.
De hecho, de no ser por el Concurso Internacional de Ideas, probablemente el desarrollo de esta zona habría sido muy diferente y más tardío. Y es que esta convocatoria fue un rotundo éxito, tanto por el volumen de equipos participantes de todos los continentes, como por el nivel del jurado, la calidad de los trabajos y, sobre todo, el inusitado interés que produjo la convocatoria en todos los sectores el excelente documento remitido a la Unión Internacional de Arquitectos (con extraordinarias fotografías de Fachico Rojas). Birgitta Frejhagen en su libro ‘Los Pioneros’ recuerda que el libro del concurso motivó a un grupo de ejecutivos a interesarse por invertir en aquel lugar. Así, tras la construcción de La Rotonda, los primeros grupos de bungalows fueron financiados por los suecos y se constituirían en un grupo inversor (Colectivo TT) que se haría cargo de canalizar inversiones y gestionar obras en las que se usarían módulos de construcción y electrodomésticos importados desde los países nórdicos (hace 50 años y algunos todavía en funcionamiento) en un territorio que se anticipaba al resto de España en la convivencia europea.
José Luis Gago Vaquero, comisario de la exposición ‘Manuel de la Peña Suárez: estructuralismo y experimentación en la arquitectura de los 60', defiende que Peña realizó una arquitectura acorde con el territorio, adaptada al clima y su paisaje. Una arquitectura que ahorraba territorio y recursos energéticos, lo que condujo al éxito inmediato del destino turístico Maspalomas Costa Canaria. Una actuación que se inició en colaboración con el equipo ganador del concurso, SETAP (Societé pour l'Étude Technique d'Amenagement Planifiés), compuesto por Guy Lagneau, Michel Weill, Jean Dimitrijevic y Bartholin. Con ellos proyectan y ejecutan La Rotonda y Los Caracoles, siguiendo las indicaciones del proyecto ganador, pero el conde recibe la llamada de los nórdicos y le dicen que quieren invertir en ese maravilloso lugar de las fotografías del concurso. El comentario del conde a sus colaboradores es “Ya tenemos capital”.
Maspalomas Costa Canaria revolucionó la economía, dio la vuelta a la isla, el Norte entró en declive ante el empuje del sur. Transformó la cultura, con la participación de diversos artistas canarios que fueron amigos personales de Peña y sus colaboradores: Millares, Chirino, Manrique, Padorno, Josefina Betancor… todo ello con el apoyo y complicidad del conde de la Vega Grande, quien también apoyará iniciativas culturales, deportivas, incluso publicaciones como las revistas Sansofé y Costa Canaria.
De la Peña convierte el turismo en un negocio productivo para el sur, con una industria que sólo dispone de sol y playa, junto a una ordenación y uso adecuado del territorio, aunque Gago Vaquero advierte que de no ser por Peña, Maspalomas habría fracasado con un proyecto pensado para un territorio de 17 kilómetros de costa y más de veinte millones de metros cuadrados donde los ganadores del concurso contemplaban una serie de pequeños núcleos que en total podrían acoger apenas unos 500 turistas, cada uno. Demasiado costoso. Se optó por crear San Agustín con un gran éxito. Otro modelo urbano original y atractivo, como Ciudad Jardín o el entorno de las casonas del Monte. Era el nacimiento de una ciudad turística con vistas a un negocio “considerado como afluencia masiva de personas” (Eduardo Cáceres), lo que provocó un difícil equilibrio entre el fenómeno especulativo y el control planificado.
Ulises Medina, miembro del equipo de Manuel de la Peña, considera que gran parte del éxito se debió a que en aquellos primeros pasos el control estaba en manos de una comisión de urbanismo local que estaba presidida por Marcial Franco (entonces mayordomo de la familia del Conde) y otros técnicos que permitían regular el desarrollo de un territorio virgen con criterios de sostenibilidad “hasta que el Ayuntamiento de San Bartolomé cumplió la ‘mayoría de edad’ y se hizo independiente de aquellos que trabajábamos en el desarrollo turístico. Eso dio lugar al despido de todos los miembros de la citada comisión –que realizaba sus trabajos gratis-, para designar responsables políticos, contratar funcionarios y para iniciar drásticos cambios de uso de parcelas y construcciones, siendo la primera la de un bungalow que se transformó en restaurante (propiedad de un concejal), o construcciones de tres o cuatro plantas que se prolongaban por el desnivel para sumar otras ocho o más plantas”.
“Nosotros construíamos con máximo cuidado del detalle, del entorno y de los elementos que se encontraban en el lugar. Un apartamento tenía sesenta metros o más, para que luego vinieran a construir de 30 metros”, señaló Medina, quien recordó que se trabajó sobre un territorio en el que no había nada. Cuando colocaron la estaca de inicio de las obras, “un amigo bajó en el coche a toda prisa a Las Palmas para traer el champán”. Aquello fue el 15 de octubre de 1962.
Medina reitera siempre que Manuel de la Peña se planteaba ante cada proyecto “si funcionaba”. Hoy tenemos claro que para cada época y circunstancia hay que buscar las causas y los objetivos de los proyectos. Hoy difícilmente funcionarán los criterios de hace seis décadas, pero la pandemia ha enseñado que el urbanismo masificado es la primera víctima del virus. Y también, curiosamente, los denostados (hasta hace unos meses) bungalows se han convertido en lugares refugio de los pocos turistas que recibimos.
Para terminar, les invito a leer las reflexiones de Manuel de la Peña acerca de la ciudad turística (1967), que pueden leer completas en otro artículo de este blog:
“Ciudad turística. ¿A qué se puede denominar ciudad turística? Al hablar de una ciudad turística se piensa en Salou, Benidorm, Torremolinos o Puerto de la Cruz. Sin embargo, ¿es Madrid una ciudad turística? ¿Lo es París? ¿Y por qué no Bruselas? ¿O por qué no también ese pueblecito perdido en el interior con sus ‘famosas’ ruinas del siglo XV?
Bajo el punto de vista urbanístico llamaremos ciudad turística a aquella con un porcentaje determinado de camas, respecto a su capacidad total, destinado a personas que hacen turismo en el sentido estricto de la palabra, es decir, en viaje de placer o descanso.
- Madrid, según esto, es una ciudad turística para provincianos, pero no en el porcentaje que comúnmente se cita, pues los motivos de sus estancias son corrientemente burocráticos.
- Bruselas no es una ciudad turística, sino una ciudad política o económica.
- París es una ciudad turística sobre todo para los norteamericanos.
- Manacor, en Mallorca, no es una ciudad turística a pesar de que diariamente recibe a miles de personas que van a visitar las Cuevas del Drach y a comprar perlas, pero que regresan para pernoctar en Palma o Formentor.
- Ciudades y pueblos como Arucas, Tejeda, Fataga, etc., pueden igualmente recibir grandes beneficios del turismo, pero los elementos de su desarrollo han de tener un estudio diferente de los que requiere los originados por los problemas de alojamiento en las ciudades propiamente turísticas.
Aquellos pueblos y ciudades han de resolver inicialmente el problema de las comunicaciones y, a continuación, cuidar aquellos aspectos del contorno que podríamos llamar escenográficos –arquitectura, monumentos y paisajes-. Es de fundamental importancia la construcción de miradores y restaurantes situados en los puntos paisajísticos más interesantes”.
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El Abanico, La Rotonda y La Tropical |
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