miércoles, 5 de enero de 2011

Lanzarote, Manrique en erupción

César Manrique en su estudio
Esencia de la Tierra, retorcida e hiriente, creada en las fraguas de Vulcano. Así es el paisaje original de Lanzarote, la isla de los volcanes, un panorama que atemorizó al visitante durante cientos de años y que la mano del hombre transformó para extraer de ella sus mejores frutos, para convertirla con la genialidad de César Manrique en un bello escenario donde conviven tierra y mar, destrucción y origen, un cataclismo en reposo.
Hay tres elementos o momentos que resumen lo más llamativo de la isla de Lanzarote: un volcán de 5000 años de antigüedad que corona el norte de la Isla y que hunde sus raíces en espectaculares tubos volcánicos, galerías o jameos subterráneos; otra pieza que surgió en 1730 es la dantesca línea que se abrió al oeste, por la que el fuego y la lava escaparon de las profundidades para recrear el infierno ante nuestros ojos; y un artista, César Manrique (1919-1992), capaz de recrear los aspectos más sutiles o dramáticos de la naturaleza y el paisaje para convertirlo en uno de los espacios turísticos con más personalidad y belleza del planeta.
Lejos de copiar artificiosos elementos para distraer al turista, Lanzarote es un ejemplo de preservación de lo propio, integración, cuidado, atención del mínimo detalle… gracias a una cultura del aprovechamiento que ha caracterizado al conejero (habitante de Lanzarote) a lo largo de su historia, obligado a sacar el máximo partido de los escasos recursos de la Isla y superar las dificultades para sobrevivir en un territorio de una dureza y sequedad extraordinarios.
La simple contemplación de los millares de diminutos cráteres horadados por los isleños durante siglos, sorprende al visitante, incapaz de entender que esa fue la única manera de recuperar el suelo fértil cubierto de lapilli de los volcanes. Una solución que permitió proteger las vides e higueras del viento y, a la vez, conservar la escasa humedad que el alisio y la proximidad del mar pueden aportar a la Isla. La Geria es un costosísimo y sorprendente huerto con más de 5000 hectáreas de superficie repartidas entre cinco municipios, fruto del trabajo tenaz y sabio de los conejeros, donde extraen y convierten el néctar de la tierra en dorados y luminosos efectos en la copa y el ánimo: el malvasía.
El mismo efecto de ensoñación que nos producen los vinos lanzaroteños, lo podemos percibir a través de nuestros sentidos en cualquier punto de la Isla: la luminosidad, el viento que limpia la atmósfera, el calor de la proximidad sahariana compartido y atenuado por la brisa fresca del Atlántico omnipresente. Unas sensaciones que han influido en la arquitectura singular de la Isla, a través de unas características que nos hablan de una tipología de construcciones original, diferente, integrada en el paisaje, al igual que la vestimenta tradicional que intentaba proteger a los agricultores y pescadores del sol permanente y del viento. Unas gentes que a lo largo de los siglos han luchado contra un medio hostil y duro, cubierto por suelos volcánicos, yermos, que impedían disfrutar de la feracidad y abundancia generosa que caracteriza al conjunto de las Islas Canarias.
Pero no se doblegaron. Levantaron no sólo el espectacular paisaje de La Geria con sus miles de ‘macetas’ de picón (lapilli) escarbando la tierra volcánica; también crearon numerosas salinas, las mayores y más hermosas de Canarias, para poder conservar en salazón la gran cantidad de pescados que el pueblo conejero capturaba en el generoso banco pesquero canario-sahariano.
Todo ese enorme esfuerzo de siglos tiene actualmente una utilidad simbólica. Ahora estamos ante un rico y variado patrimonio histórico formado por salinas, La Geria, incluso las viviendas y las fortificaciones que en otras épocas protegieron a los habitantes de la Isla de las constantes expediciones de piratas berberiscos para hacerse con los bienes y con esclavos (en ocasiones en represalia por las que acometieron los propios isleños); todos estos recursos y otros que dirigían su esfuerzo hacia la agricultura o la pesca, ahora son símbolos de la nostalgia y el pasado, lugares conservados como elementos de un paisaje cultural de otras épocas y de un esfuerzo titánico que quedan como espectaculares imágenes captadas por miles de turistas que visitan Lanzarote atraídos por sus singulares paisajes naturales y tradicionales.
El gran artífice de este éxito de la ‘marca’ de Lanzarote es un artista que ha heredado la sabiduría de siglos de vinculación, respeto y convivencia del lanzaroteño con su isla. De hecho, la iniciativa de convertir Lanzarote en un destino de primer orden en el mundo no se debe exclusivamente a César Manrique. Lo cierto es que tuvo que contar con la complicidad y mecenazgo de José Ramírez Cerdá (entonces presidente del Cabildo Insular) y la participación de otro personaje capaz de lograr la integración perfecta de los recursos de luz y sonido, Jesús Soto, además de otros colaboradores. Pero, sobre todo, ha sido determinante la implicación de la sociedad isleña con los objetivos de desarrollo responsable que han dado lugar a que Lanzarote disponga hoy día de un Parque Nacional, en Timanfaya, y otros doce espacios protegidos por la legislación autonómica, además de la declaración de Reserva de la Biosfera por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura).
César Manrique dejó numerosas obras en la Isla, espacios que transformaron lugares de gran valor natural y paisajístico como Los Jameos del Agua, la Cueva de los Verdes, el Mirador del Río o Timanfaya. Asimismo, intervino en la creación de espacios para la cultura: el Museo Internacional de Arte Contemporáneo en el Castillo de San José, la Casa Museo del Campesino, el centro cultural El Almacén o el Jardín de Cactus.
La herencia de Manrique se palpa en todos los rincones de la Isla, si bien es probable que muchas de las cosas que podamos observar no sean más que el fruto de su influjo en los demás habitantes o los numerosos residentes que han establecido su hogar en este pequeño territorio de apenas unos 845 kilómetros cuadrados, como el Premio Nobel de literatura, José Saramago. El lanzaroteño y el foráneo que ha decidido quedarse en la Isla saben que poseen una valiosísima herencia que les ha entregado la naturaleza, junto a la mano sabia de generaciones de lanzaroteños que han convertido el paisaje dramático de la lava en bellas composiciones que cautivan a quien observa cualquier detalle de la isla con esa calma, serenidad y placer que sólo Lanzarote puede ofrecer.
Una isla mágica y única para los sentidos, donde nos puede incluso sorprender la limpieza, los colores puros e inmaculados de sus construcciones o su cielo, el orden academicista de los viales sobre el caos de una tierra reventada desde sus entrañas… Todos los elementos forman parte del espectáculo, de la personalidad de un territorio que merece ser visitado y que quedará en la memoria como una experiencia única.

Este artículo lo escribí para la revista Ronda Iberia de noviembre de 2010
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3 comentarios:

  1. La publicación, que se ha distribuido en todos los vuelos de la compañía durante el mes de noviembre con una tirada de 157.720 ejemplares, tiene una audiencia media de 1.129.087 lectores.

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  2. Soy guia de turismo titulada,así que me ofrezco, sin ánimo de lucro, como corresponsal de Lanzarote y Fuerteventura.Saludos

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  3. Gracias Lisi... debemos ofrecernos permanentemente para defender los valores y el patrimonio de figuras como César o Néstor...

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